Vivir sin pensar en el acto o el hecho de vivir es lo mas habitual.
Dependiendo de la cultura en la que te hayas criado, la muerte que no es otra cosa que el fin de la vida se trata con más o menos naturalidad llegando incluso a ser un tema tabú.
Lo que está claro de la vida, que no quiero cambiar de tema, es que es una experiencia de la que no recordamos el momento exacto en que comenzamos a tomar conciencia de ella y casi nunca, tampoco podemos adelantar el momento en que dejaremos de estar vivos, al menos, físicamente.
De si hay más allá o no, de si habrá un después,… todos tenemos más o menos claro nuestras propias conclusiones, y sin querer pegarme con nadie (lo cual sería una estupidez pues no podemos demostrar nada) me gustaría aventurar como sería el después de la vida, o postular como habrá sido todo aquello que hayamos podido experimentar antes, aunque está claro que no lo recordamos.
Si la vida fuera en vez de una experiencia recordada, una sucesión de estados en los que hemos participado de alguna u otra manera, tal vez podríamos imaginar como podrían haber sido a partir de la experiencia vital que compartimos todos los seres humanos.
Sabemos que aparecemos en una familia. Con unos recursos económicos, afectivos e intelectuales que no suelen responder ni a la justicia ni al igualitarismo. Sabemos que aprendemos en la vida, o lo que es lo mismo, con mayor o menor fortuna somos capaces de hacer nuestras las ideas, los conceptos, las maneras, los prejuicios… de una sociedad conformada por individuos. Mantenemos relaciones sociales. Por un lado con los demás desde las relaciones pasionales a las desapasionadas, desde el puro y duro interés hasta el altruismo. Por otro lado, nos definimos socialmente como un yo en pro o en contra de los arquetipos sociales.
La experiencia nos dice que cuando nacemos somos muy pequeños e indefensos y que vamos creciendo, muchas veces con fiebres y dolores de cuerpos que crecen a golpe de «estirón». Nosotros los hombres, a partir de determinada edad, empezamos a olvidar que el cuerpo no es algo inmutable. Mas allá de las canas, los «michelines» y la información estética el cuerpo es una maquina en movimiento que se construye a si misma, y se declara en construcción o en huelga cuando lo considera preciso.
Las mujeres son conscientes de los cambios hormonales, de esa de-contrucción continua necesaria para seguir construyendo. Dan a luz y sienten como su cuerpo se transforma y alberga a otro ser extraño que crece y se mueve hasta el dia en que ve la luz.
El paso de los años hace que nuestro cuerpo envejezca y que pierda facultades. Los ancianos vuelven a hacerse niños perdiendo la memoria, olvidando lo aprendido, siendo caprichosos e incluso malcriados con los que les rodean. Y poco a poco nos acercamos de nuevo a ese túnel oscuro del que parecimos salir y del que no recordamos nada.
Si todo este proceso fuera voluntad del cuerpo, no creo que le apeteciera demasiado la muerte si tenemos en cuenta que es un elemento que disfruta de vida. Si envejecemos tal vez es porque el cuerpo no es más que un vehículo que nos lleva de una parada a otra de la existencia, y si eso es así la experiencia no forma tanta parte de nosotros como pensamos, la identidad que creemos tener basada en nuestro posicionamiento respecto al entorno se transforma en una cualidad accidental y el yo es ese algo que permanece en todas las paradas del camino.
Si la vida empieza y termina aquí, el yo es algo bastante absurdo y maleable que se hace en el siglo XXI a golpe de publicidad subliminal. La vida nos permite ser, sin embargo, mas nosotros mismos a medida que la vivimos y desechamos todas las ideas heredadas y compartidas, cuando emitimos nuestro propio juicio sobre lo vivido.
Creo, como quien cree haber oído una rafaga de viento en la ventana de la habitación de al lado, que el yo es una especie de sentimiento, como la frecuencia de una cuerda de guitarra que se mantiene constante al margen de la razón y la experiencia.