El dinero no refleja plenamente el nivel de satisfacción de un individuo, ni de una sociedad. Es cierto que el dinero produce felicidad, pero no la produce toda.
En un intercambio comercial se barajan dos dimensiones. De una parte, el dinero que sirve de medio para pagar un precio que se refiere a una mercancía o servicio, esto es, el vehículo del intercambio material. Por otra parte, en el proceso de negociación fluyen otros activos no materiales que enriquecen a los negociadores, como la confianza mutua, o el deseo de mantener nuevas relaciones comerciales futuras en base a la satisfacción que el hecho de negociar supone, y la confianza que actúa como una forma de garantía no formal.
El mercado como escenario de las negociaciones no debería ser considerado desde una perspectiva simbiótica, sin considerar estas variables intangibles del proceso de negociación. Analizando la aparición del dinero podemos contemplar como es un vehículo insuficiente para canalizar toda la dimensión de la relación comercial.
El dinero cubre el pago de la mercancía, pero no cubre otras transacciones de carácter no monetario y que añaden valor a los procesos de negociación. Un agente económico que únicamente se preocupe por el precio en términos económicos no tendría en cuenta ninguna perspectiva de futuro, ni sería consciente del sentido último del bien, que es cubrir las expectativas del consumidor que le motivan a la hora de demandar. Una vez pagado el precio, se extinguirían todas las implicaciones entre los agentes de la transacción.
El dinero es en sí mismo un enigma desde el punto de vista de la filosofía social y de la Economía práctica. El intercambio de mercancías surge para cubrir las necesidades de las partes, sin embargo, el dinero en sí mismo no es capaz de resolver ninguna necesidad. Ni el intercambio basado en monedas, ni en metales o piedras preciosas refleja la voluntad de cubrir las necesidades de las dos partes.
Desde su aparición, el dinero ha sido un bien deseado por todos los comerciantes, aunque no parece servir a ningún propósito útil. La pregunta fundamental que surge desde la inquietud económica, expresada por Carl Menger[1], fundador de la Escuela Austriaca de Economía, es: “¿Cuál es la naturaleza de esos pequeños discos o documentos que en sí mismos no parecen servir a ningún propósito útil y que, sin embargo, en oposición al resto de la experiencia, pasan de mano en mano a cambio de mercancías más útiles, más aun, por los cuales todos están tan ansiosamente dispuestos a entregar sus productos? ¿Es el dinero un miembro orgánico del mundo de las mercancías o es una anomalía económica? ¿Debemos atribuir su vigencia comercial y su valor en el comercio a las mismas causas que condicionan los de otros productos o son ellos el producto preciso de la convención y la autoridad?”
A día de hoy no disponemos de una explicación adecuada, ni siquiera hemos llegado a un acuerdo sobre su naturaleza o sus funciones. La primera idea que intento explicar el dinero como medio de cambio corriente y universal, fue la de someterlo a una convención general, una disposición legal. El problema consiste en explicar una forma de actuación, homogénea y general, que los seres humanos adoptan al establecer relaciones comerciales y que si se considera de forma concreta, busca el beneficio del interés general, aunque sin embargo, parece poner en conflicto los intereses más cercanos e inmediatos de las partes contratantes.
La emisión de monedas portando escudos y representaciones de naciones y jefes de estado se ha entendido como un signo de regulación, lo que hecho suponer que ciertas mercancías, los metales preciosos en particular, han sido promovidas como medio de cambio por una convención o ley general, en interés del bien público. Ésta es la opinión de Platón, Aristóteles y los juristas romanos, seguidos muy de cerca por los escritores medievales. Los mayores avances modernos en cuanto a la teoría del dinero no han ido, en esencia, más allá de este punto de vista.
Sin embargo, respecto a esta teoría surge la duda respecto a que un acontecimiento tan notorio y universal, como el establecimiento de un convenio o ley general de un medio de cambio universal habría quedado registrado en la memoria. Pero no existe ningún documento histórico fiable donde quede reflejado este convenio.
La mayoría de los teóricos que abordan este tema lo hacen desde una perspectiva diferente que se centra en la peculiar adaptabilidad de los metales preciosos para acuñar monedas como observaron Aristóteles, Jenofonte y Plinio, y más recientemente John Law, Adam Smith y sus discípulos, postulando que estas cualidades especiales suponen una explicación para su elección como medio de cambio. Esta explicación introduce una presunción y es que la de la elección desde el poder establecido de los metales preciosos por sus cualidades para acuñar monedas, suponiendo un origen pragmático del dinero. No queda claro como pudo se promovido el uso de este tipo de mercancías ni como se las aceptó como medio de cambio legalmente reconocido.
Esta hipótesis no solo afecta a la explicación del origen del dinero sino también a su naturaleza en relación con el resto de mercancías.
Si nos adentramos en los albores del comercio, el hombre primitivo fue tomando conciencia de forma gradual de las ventajas que supondría el intercambio comercial. Sus objetivo básico es adquirir las mercancías que necesita y rechaza las que no necesita o ya posee de manera suficiente. Esto supone una clara restricción al volumen de acuerdos comerciales basados en el trueque, aun más si tenemos en cuenta, lo difícil que resulta que el intercambio de mercancías genere un superior valor de uso tras el intercambio para los participantes, o la dificultad del encuentro entre ellos en las condiciones y momento adecuados para que oferta y demanda coincidan cuantitativamente. Estas dificultades se habrían convertido en obstáculos insuperables para el progreso del comercio, y para la producción de bienes en forma de excedentes.
Esta visión del comercio primitivo hace que surja la teoría de la liquidez de las mercancías, que tiene una enorme importancia para la teoría del dinero y del mercado en general. La teoría del dinero necesariamente presupone la existencia una graduación en la liquidez de los bienes, siendo el dinero solo un caso especial de un fenómeno genérico de la vida económica, la diferencia de liquidez de las mercancías en general.
Debemos establecer una distinción entre el precio ofrecido por un demandante y el precio solicitado por el oferente; el precio al que podemos comprar voluntariamente una mercancía en un momento determinado y en un momento dado, y el precio al cual podemos desprendernos voluntariamente de ella son dos magnitudes esencialmente diferentes.
En una negociación sujeta a un mercado en el que no existen medios de cambio generalmente aceptados, y por tanto, el intercambio se perfecciona a través del trueque de mercancías, una de las dos partes, demandante u oferente, deberá asumir la perdida del diferencial entre ambos precios al no estar referidas las mercancías a una unidad de medida que permita comparar su valor.
Cuanto menor sea el margen entre el precio ofrecido y el solicitado de una mercancía, mayor tenderá a ser su grado de comercialización, es decir, será más rápido y frecuente el llegar a acuerdos en el intercambio de este tipo de mercancías.
Una mercancía será más o menos líquida de acuerdo con el grado de facilidad en que se puede vender en el mercado, en cualquier lugar o momento del tiempo, haciendo mínima la diferencia entre el precio ofrecido y el solicitado.
El precio económico de un bien es el que surge de un encuentro perfecto entre oferta y demanda, pero esto presupone el cumplimiento de la teoría del “equivalente objetivo en los bienes”, sin embargo, incluso en los mercados más desarrollados podemos observar que determinados bienes debido a su bajo nivel de liquidez pueden llevar a que el oferente deba esperar largos periodos para poder realizar el intercambio acercando el precio solicitado al precio económico, es decir a aquel precio que refleja la situación económica general.
El intervalo de tiempo dentro del cual puede considerarse viable la venta de un producto a precios económicos resulta imprescindible a la hora de analizar su liquidez.
Sería un error suponer desde un punto de vista económico que dado un momento y un mercado determinado, todas las mercancías guardarían una exacta relación de intercambio, en otras palabras, que podrían ser intercambiadas a voluntad en cantidades definidas. La realidad demuestra que no solo no se da esa correspondencia, debido a los cambios coyunturales, si no que ni tan siquiera el precio de compra y el de venta del mismo producto por el mismo individuo tienen por qué coincidir, resultando por tanto ambos precios dos magnitudes esencialmente diferentes.
Si la teoría del equivalente objetivo en los bienes fuese correcta, el comercio y la especulación serían actividades sencillas, debido a que sería tan fácil adquirir como desprenderse de las mercancías. Aun en los mercados mejor organizados, aunque podamos comprar lo que deseamos cuando lo deseamos al precio solicitado, sólo podemos desprendernos de ello cuando y como queramos a pérdida, es decir, a un precio ofrecido inferior. Cuanto menor sea la diferencia entre el precio solicitado y el precio ofrecido, mayor tiende a ser el grado de liquidez del bien, debido a que la transacción se realiza de forma más rápida al ser menor el diferencial entre el precio ofrecido y el precio solicitado.
Otro factor a tener en cuenta, respecto de la liquidez de los bienes, es el cuantitativo, ya que el mercado puede no absorber todo lo ofertado al precio solicitado por el oferente. Cuanto mayores sean las cantidades ofertadas, mayor será la posibilidad que de querer desprenderse del total de la mercancía, el oferente deba aceptar un precio inferior, o esperar hasta que la demanda acepte su precio de oferta.
En los grandes centros de intercambio de todos los tiempos han existido determinadas mercancías con una demanda mayor, más constante y efectiva que el resto, adecuadas para los fines de quienes tenían la capacidad de comerciar y deseaban hacerlo, debido a la relativa escasez de estos productos y a la permanentemente imperfecta satisfacción de su demanda. El que posee este tipo de productos se encuentra en una posición de ventaja si pretende comerciar con ellos, ya que tiene la perspectiva de conseguir los productos en el mercado con mayor facilidad y seguridad, y debido a la fuerte de demanda del producto que se ofrece, a precios acordes con la situación económica general, esto es, precios económicos.
Cuando un agente ofrece en el mercado productos que no son altamente líquidos, si no encuentra una contrapartida acorde con su precio solicitado aceptará bienes de mayor liquidez como medio de pago por que así aumentan sus posibilidades de encontrar su bien demandado y se reducirá el tiempo de la transacción. Aunque no logre de inmediato el objetivo final de su comercio, es decir, los productos que en realidad necesita, si se acerca de forma más rápida a su objetivo.
Con el paso del tiempo, este tipo de razonamiento económico se fue perfeccionando y extendiéndose en número de transacciones y mercados, y por tanto clasificándose los productos en base a su carácter costoso, por su facilidad de transporte y su posibilidad de preservación, en relación a una demanda estable y ampliamente distribuida. Los bienes capaces de representar en poco espacio gran valor, ser fácilmente transportables y conservables comenzaron atorgar poder económico a sus poseedores, protegiendo su capacidad adquisitiva a lo largo del tiempo y el espacio.
La multiplicidad de transacciones en torno a este tipo de bienes, el aprendizaje de los agentes económicos en torno a sus cualidades, ha hecho que se conviertan en medios de cambios generalmente aceptados.
El hábito constituye un factor muy significativo en la génesis de estos medios de cambio de utilidad general. Al principio, no todos los agentes de un mercado aceptarían este tipo de bienes, debido a que en principio, no cubren sus necesidades de forma directa, sin embargo, a medida que aumentan el número de transacciones y los individuos que participan en ellas aceptando este tipo de mercancías, estas acabaran siendo aceptadas de forma general como medios de cambio.
Solo podemos entender el origen del dinero como el establecimiento de un procedimiento social que aparece de forma espontánea, como la consecuencia no prevista de la actuación de los miembros de una sociedad que poco a poco fue discriminando los bienes en función de su grado de liquidez.
Cuando los medios de cambio generalmente aceptados se transforman en dinero, el primer efecto es un aumento de su liquidez, originalmente más alta que la del resto de bienes. Este incremento de liquidez tiene como consecuencia última que el sentido último de la transacción ya no sea cubrir necesidades del oferente, si no conseguir dinero como medio para cubrir las necesidades actuales y futuras.
El dinero garantiza la cobertura de estas necesidades al ser aceptado por todos los oferentes, y el que acceda al mercado con bienes distintos del dinero se situará en una posición de desventaja debido a la menor liquidez de sus bienes, viéndose obligado a aceptar un precio inferior al precio solicitado para realizar la transacción de forma inmediata, o a esperar hasta que el precio ofrecido coincida con el solicitado. Esta dificultad no existe para el hombre que posee dinero, lo que le otorga un control seguro sobre todo producto que pueda tenerse en el mercado a precios ajustados a la situación económica de cada momento.
Cuando un medio de cambio pasa a convertirse en dinero, aumenta su diferencia en liquidez respecto al resto de mercancías, hasta el punto de convertirse en un bien de liquidez absoluta. Esto explica la superioridad del comprador respecto al vendedor
En este sentido, el dinero rompe las reglas del juego del mercado primordial en el que las transacciones se realizan por trueque y desequilibra las transacciones a favor de los demandantes, dificultando especialmente a los poseedores de bienes de baja liquidez que en caso de necesidad deberán aceptar precios muy inferiores a los solicitados y muy lejos de la situación económica general.
Los metales preciosos se han convertido en el medio corriente de intercambio más generalizados entre los pueblos históricamente más avanzados, debido a su altísima liquidez en relación con el resto de bienes y, al mismo tiempo, por que se los ha considerado especialmente aptos para las funciones principales y subsidiarias del dinero. A pesar de su escasez natural están geográficamente bien distribuidos, y en relación con otros metales son fáciles de extraer y elaborar. Son fácilmente divisibles y aceptados por todos los individuos en pequeñas cantidades. Representan un gran valor en un reducido espacio, son fáciles de transportar y no son caducos.
La intensidad, persistencia y generalización del deseo de metales preciosos en los mercados ha permitido excluir los precios del momento, de emergencia o accidentales, en el caso de estos bienes más que en el de cualquier otro, especialmente por que en función de su carácter costoso durabilidad y fácil preservación se han convertido en el medio más general de atesoramiento y también en los productos más favorecidos para el intercambio.
Finalmente, todos los productos acabaron expresando su valor en relación a estos metales preciosos, aunque el agente en cuestión no lo necesitara directamente, o incluso cuando yo hubiese satisfecho sus necesidades, como forma de conservar el valor de sus productos perecederos.
Otra ventaja de los metales preciosos como medios de cambio, son que debido a su color, su ductibilidad y su sonido son fácilmente reconocibles por los agentes.
El dinero no ha sido generado por ninguna Ley. En sus orígenes es una institución social y no estatal. Sin embargo, el reconocimiento por parte del estado y la regulación por parte del gobierno ha servido para adaptarse las múltiples y variadas necesidades de la evolución del comercio, así como los derechos que son resultado de las costumbres. En función del peso, fueron acuñados e intercambiados por su número. Al adoptar la forma de monedas, experimentaron un aumento las transacciones. El Estado al acuñar moneda aumenta el nivel de confianza de los agentes a la hora de realizar las transacciones, debido a su respaldo de la certeza del valor de las monedas, lo que ha sido considerado como una de las más importantes funciones del gobierno.