Economía: Historia, Mitos y Economía Simbiótica.

simbio

Estracto del trabajo de investigación: Economía Simbiótica.
Consecuencias Macroeconómicas de los agentes económicos en el bienestar social.El caso particular de la Empresa Familiar.

21/07/2009

Autor: Francisco Rabadán Pérez

DEA Universidad San Pablo CEU

<Viene de>

2.1. Los mitos de la Ciencia Económica.

Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua[1], adoptamos la definición de mito que sigue: “Persona o cosa a las que se atribuyen cualidades o excelencias que no tienen, o bien una realidad de la que carecen”.

En este sentido, los siguientes subepígrafes van a dedicarse a resaltar que la ciencia económica esta repleta de presupuestos o mitos sobre el comportamiento humano que habitualmente se pasan por alto debido a que están completamente asumidos en el pensamiento de los economistas. Presupuestos o mitos que surgieron en su momento para resolver problemas concretos al tratar de   modelizar realidades económicas, o para evitar dificultades a la hora de defender determinados planteamientos económicos.

El caso más llamativo es el del marginalismo, gobernado por presupuestos idealizados de lo que es la realidad económica para poder acometer un análisis basado en el cálculo diferencial sobre el comportamiento de los agentes económicos. De esta forma de pensamiento, nace el concepto de “competencia perfecta” en el que se supone que los agentes económicos concurren al mercado en igualdad de condiciones.

El mercado en el marginalismo es un punto de encuentro de dos fuerzas, oferta y demanda, que se definen de forma despersonalizada sin tener en cuenta a los individuos que participan en la negociación y suponiendo siempre un comportamiento racional. Las transacciones actuales se ajustan bastante a este patrón, sobre todo cuando se cierran de forma anónima. Sin embargo, no podemos olvidar que el hombre expresa su humanidad también a través de las relaciones económicas.

Otro supuesto asumido plenamente es que el dinero es la unidad de medida de todas las cosas y que a través del precio se refleja el encuentro perfecto de oferta y demanda.

Un último mito es el de considerar que el pensamiento económico surge a partir de Adam Smith, y que todo lo anterior no tiene el rango de ciencia, con el agravante de suponer que el padre de la Economía Moderna respalda la figura de un “homo economicus” ampliamente utilitarista.

De todas y cada una de estas cuestiones nos ocuparemos a continuación.

2.2.  Las transacciones económicas en el pasado.

“Pues hemos nacido para colaborar, al igual que los pies, las manos, los párpados, las    hileras de dientes, superiores e inferiores. Obrar, pues, como adversarios los unos de los otros es contrario a la naturaleza. Y es actuar como adversario el hecho de manifestar indignación y repulsa.” (Marco Aurelio, Meditaciones)[2]

La cooperación entre seres humanos para conseguir fines comunes y propios es tan antigua como la humanidad. Sin embargo, no lo son los usos y costumbres de las distintas culturas en el comercio a lo largo de la Historia, ni los fines y medios considerados como adecuados y deseables. Éstos siempre han sido consecuencia de la cultura de la nación, entendida como un conjunto de valores éticos, jurídicos y religiosos comunes a un grupo humano que se identifica a sí mismo como tal.

En la antigüedad el comercio nunca fue algo anónimo. Los grandes comerciantes eran por encima de todo, personas precedidas de una gran reputación. Los grandes acuerdos se basaban en la reputación de los agentes y en la búsqueda de la satisfacción mutua en el intercambio.

El surgimiento de los grandes imperios comerciales del Mediterráneo antes de Cristo fue consecuencia de este tipo de actuaciones. En muchas ocasiones, el comercio entre nuevas culturas comenzaba sin conocer los usos y costumbres de los nativos, y mucho menos su lenguaje, pero los principios de honestidad y reputación servían de vehículo para formalizar los intercambios comerciales.

Como prueba de ello podemos contemplar este texto del historiador Herodoto: “Los habitantes de Cartago también relatan lo siguiente: Hay un país en Libia, y una nación, más allá de los pilares de Hércules, los cuales ellos no quieren visitar, solamente quieren llegar y, lo más pronto posible, descargar sus mercancías, ordenarlas en una forma adecuada a lo largo de la playa, y, calculando a simple vista, dejan la cantidad de oro que ellos creen que vale la mercancía, y luego se retiran a una prudente distancia. La gente de Cartago se acerca al litoral y miran. Si ellos consideran que hay suficiente oro, lo toman y continúan su camino, pero si piensan que no es suficiente, regresan a bordo del navío y esperan pacientemente. Luego los otros se aproximan y añaden más oro, hasta que los de Cartago estén contentos. Ninguno de los grupos es tratado injustamente por el otro: ya que ninguno de ellos toca el oro hasta que se llega al precio correcto de sus artículos, ni los nativos se llevan la mercadería hasta que el oro es tomado por los otros.”[3]

Podemos observar el profundo respeto que se respira en el intercambio comercial antiguo, la confianza depositada de un pueblo en otro. Las mercancías eran dispuestas para ser examinadas sin que nadie temiera su robo, el oro era puesto a disposición para ser examinado sin que nadie lo protegiera o supervisara la cantidad entregada. El trato solo era cuestión de tiempo y de acuerdo entre las partes. Esto a día de hoy, según nuestra cultura, parece algo impensable.

Algo no menos llamativo es el concepto utilizado por Herodoto de “trato justo” del que se desprende que para que éste exista, ambas partes deben quedar satisfechas respetándose el criterio de cada una.

Una reciente publicación de Habib Chamoun-Nicolás, “Negociando como un fenicio”[4], analiza el modo en que comerciaban los fenicios e intenta traer a nuestros tiempos su modo de negociación de forma actualizada.

La premisa fundamental en la negociación fenicia es anteponer el ser humano como tal a la propia negociación. Los fenicios intentaban, por encima de todo, satisfacer al ser humano con el que negociaban a través de profundas relaciones, que con frecuencia llegaban a convertirse en vínculos de amistad entre individuos, familias e incluso reinados.

Como explica el Dr. Chamoun, la construcción de la monumental obra arquitectónica del Templo del Rey Salomón, documentada por historiadores y por el Antiguo Testamento, sólo fue posible debido a la confianza ilimitada entre el Rey Hiram de Tiro y el Rey Salomón. Salomón transmitió las inmensas necesidades de materiales que requería para el Templo a Hiram sin acordar previamente un precio. Ambas partes se comprometían a cubrir las necesidades del otro basándose en una confianza absoluta. Metafóricamente, Salomón dio un cheque en blanco a Hiram al que trataba como hermano. La palabra de ambos monarcas fue suficiente contrato y ambos quedaron completamente satisfechos.

Lo fundamental no eran los beneficios materiales que se esperaban de los negocios, si no una aspiración más compleja y menos material de satisfacción humana.

Esto da una especial ponderación a las peculiaridades de cada agente económico en el proceso de negociación y hace evidente que las transacciones tal y como hoy son entendidas no son la única forma de negociar.

Es difícil que en la actualidad se pueda negociar estrictamente como lo hacían los fenicios (dejar las mercancías en una playa o dar un cheque en blanco), pero sí conceptualmente, sobre todo en lo que se refiere a negociaciones cotidianas entre individuos, ya sean personas físicas, organizaciones pequeñas o macro-instituciones. Todas ellas deberían fomentar las relaciones comerciales basándose en la reputación de los agentes, en su calidad de relación como seres humanos y en la necesidad de satisfacer, no sólo los aspectos económicos si no el mutuo desarrollo desde una perspectiva integral.

Esta concepción del negocio se ha visto profundamente amenazada por dos acontecimientos. Por una parte, la aparición del dinero que ha fomentado los intercambios económicos trasladando la importancia de las operaciones a su volumen y al margen comercial en términos fiduciarios, haciendo casi invisibles el resto de satisfacciones que procura la negociación. Y por otra, la profusión de las sociedades mercantiles a partir del renacimiento europeo, y más específicamente, las sociedades anónimas, que basan su capacidad negociadora en la calidad y precio de los productos, restando importancia a la identidad de los negociadores, y alejando la negociación de los consumidores finales hacia los comerciantes-intermediarios de la cadena de valor, motivados únicamente por obtener el máximo diferencial dinerario posible en sus operaciones.

La Historia nos recuerda que las transacciones económicas no son sólo encuentros entre una función de demanda y una función de oferta, sino algo mucho más rico y más humano en donde intervienen infinitud de variables como la confianza unida a sus mil y un matices culturales. La transacción económica no debe ni puede concebirse sin la riqueza de la negociación y la aspiración de la continuación de las relaciones comerciales en el futuro.

En este sentido, los matices de disciplinas tales como la Comercialización, la Sociología y la Psicología deben empezar a incluirse en las formulaciones de los modelos económicos.

 

2.3. El origen del dinero y sus implicaciones en la libre competencia.

El dinero mide el precio del bien en el momento de la transacción, pero no contempla las dimensiones personales de la negociación y cómo ese intercambio incidirá en relaciones comerciales futuras. Por tanto, el dinero es un vehículo de intercambio material, que ajusta el precio a las condiciones del mercado. Sin embargo, existe una relación personal que el dinero no ha sido capaz de medir. En el proceso de negociación fluyen otros activos no materiales que enriquecen a los negociadores, como el propio proceso de negociación, la confianza mutua, que actúa como una forma de garantía no formal, o el deseo de mantener relaciones comerciales futuras.

Desde una perspectiva simbiótica de la economía, el mercado es el escenario de las negociaciones y no debería ser analizado sin considerar estas variables intangibles intrínsecas al proceso de negociación.

Analizando la génesis del dinero podemos comprobar como éste resulta un vehículo insuficiente para reflejar plenamente todas las implicaciones económicas de la relación comercial.

Un agente económico que se preocupe únicamente por las transacciones en términos pecuniarios no tendrá una adecuada proyección de futuro de los procesos de negociación, ya que no estará considerando las consecuencia inmateriales de las relaciones, ni será consciente del sentido último del bien o servicio objeto del intercambio, que es cubrir las expectativas del consumidor que motivaron su impulso a demandar. Una vez pagado el precio, se extinguirían todas las implicaciones entre los agentes de la transacción.

El dinero es en sí mismo un enigma desde el punto de vista de la filosofía social y de la economía práctica. El intercambio de mercancías surge para satisfacer las necesidades de las partes, sin embargo, el dinero en sí mismo no es capaz de resolver ninguna necesidad. El intercambio basado en monedas, metales o piedras preciosas no resuelve de forma directa las necesidades de las partes.

Desde su aparición, el dinero ha sido un bien deseado por los comerciantes, aunque no parece servir a ningún propósito útil. La pregunta fundamental que surge desde la inquietud económica, expresada por Carl Menger[5], fundador de la Escuela Austriaca de Economía, es: ¿Cuál es la naturaleza de esos pequeños discos o documentos que en sí mismos no parecen servir a ningún propósito útil y que, sin embargo, en oposición al resto de la experiencia, pasan de mano en mano a cambio de mercancías más útiles, más aun, por los cuales todos están tan ansiosamente dispuestos a entregar sus productos? ¿Es el dinero un miembro orgánico del mundo de las mercancías o es una anomalía económica? ¿Debemos atribuir su vigencia comercial y su valor en el comercio a las mismas causas que condicionan los de otros productos o son ellos el producto preciso de la convención y la autoridad?

A día de hoy no disponemos de una explicación adecuada, ni tan siquiera hemos llegado a un acuerdo sobre su naturaleza o sus funciones. El primer intento para explicar la aparición del dinero como medio de cambio corriente y universal consistió en que éste nace de una convención general o de una disposición legal. El problema consiste en cómo explicar una forma de actuación, homogénea y general, que los seres humanos adoptan al establecer relaciones comerciales, y que si se considera de forma concreta, busca el beneficio del interés general, aunque sin embargo, parece poner en conflicto los intereses más cercanos e inmediatos de las partes contratantes.

La emisión de monedas portando escudos y representaciones de jefes de estado ha hecho evidente la intervención del gobierno en el dinero como medio general de pago, lo que podría hacernos pensar que es el propio estado el que ha decidido que los metales preciosos sean el medio adecuado para acuñar moneda y servir como dinero en interés del bien público. Ésta es la opinión de Platón, Aristóteles y los juristas romanos, y prácticamente la de los autores medievales. Sin embargo, de haber ocurrido de esta manera habríamos encontrado algún eco en la historia del establecimiento de este convenio o ley general, pero no existe ningún documento histórico fiable donde quede reflejado este hecho.

Aristóteles, Jenofonte, Plinio, y más recientemente John Law, Adam Smith y sus discípulos se centran en la peculiar adaptabilidad de los metales preciosos para acuñar moneda, postulando que estas cualidades especiales suponen una explicación para su elección como medio de cambio. Esto supondría un origen pragmático del dinero. No queda claro cómo pudo ser promovido ni cómo se aceptó el uso de este tipo de mercancías (metales preciosos, piedras preciosas, especies, la sal, … ) como medio de cambio legalmente reconocido.

Aceptar esta hipótesis no sólo afecta a la explicación del origen del dinero sino también a su naturaleza en relación con el resto de mercancías.

Si nos adentramos en los albores del comercio, el hombre fue tomando conciencia de forma gradual de las ventajas que supondría el intercambio comercial. Su objetivo básico era adquirir las mercancías que necesitaba y deshacerse de las que no necesitaba o ya poseía en exceso.

Esto significa una clara restricción al volumen de acuerdos comerciales basados en el trueque, aun más si tenemos en cuenta lo difícil que resulta que el intercambio de mercancías genere a los participantes un valor superior de uso “a posteriori”, o la dificultad del encuentro entre ellos en las condiciones y momentos adecuados para que oferta y demanda coincidan. Estas dificultades se habrían convertido en obstáculos insuperables para el progreso del comercio y para la producción de bienes en forma de excedentes.

Con esta visión del comercio primitivo surgió “la teoría de la liquidez de las mercancías”, que tiene una enorme importancia para la teoría del dinero y del mercado en general. La teoría del dinero necesariamente presupone la existencia de graduación en la liquidez de los bienes, siendo el dinero solo un caso especial de un fenómeno más genérico de la vida económica: la diferente liquidez de las mercancías.

Debemos establecer una distinción entre el precio ofrecido por un demandante y el precio solicitado por un oferente, esto es, el precio al que podemos comprar voluntariamente una mercancía en un momento dado y el precio al cual podemos venderla. Son dos magnitudes esencialmente diferentes.

En una negociación sujeta a un mercado en el que no existen medios de cambio generalmente aceptados, y por tanto, el intercambio se perfecciona a través del trueque de mercancías, una de las dos partes, demandante u oferente, deberá asumir la perdida del diferencial entre ambos precios al no estar referidas las mercancías a una unidad de medida que permita comparar su valor.

Cuanto menor sea el margen entre el precio ofrecido y el solicitado de una mercancía, mayor tenderá a ser su grado de comercialización, es decir, será más rápido y frecuente el llegar a acuerdos en el intercambio de este tipo de mercancías. Una mercancía será más o menos líquida de acuerdo con el grado de facilidad con el que se puede vender en el mercado, en cualquier lugar o momento.

El precio económico de un bien es el que surge de un encuentro perfecto entre oferta y demanda, pero esto presupone el cumplimiento de “la teoría del equivalente objetivo en los bienes”; sin embargo, incluso en los mercados más desarrollados podemos observar que determinados bienes, debido a su bajo nivel de liquidez, pueden hacer que el oferente se vea obligado a esperar largos periodos de tiempo para poder realizar el intercambio y se produzca el acercamiento entre el precio solicitado al precio ofrecido hasta llegar al nivel del precio de mercado.

El intervalo de tiempo dentro del cual puede considerarse viable la venta de un producto a precios de mercado (precios económicos en terminología de Menger) resulta imprescindible a la hora de analizar su liquidez.

Sería un error suponer que dado un momento y un mercado determinados, todas las mercancías guardarían una exacta relación de intercambio, en otras palabras, que podrían ser intercambiadas a voluntad en cantidades definidas. La realidad demuestra que no solo no se da esa correspondencia debido a los cambios coyunturales, si no que ni tan siquiera el precio de compra y el de venta del mismo producto por el mismo individuo tienen por qué coincidir, resultando por tanto ambos precios dos magnitudes esencialmente diferentes.

Si la teoría del equivalente objetivo en los bienes fuese correcta, el comercio y la especulación serían actividades sencillas, debido a que sería tan fácil adquirir como desprenderse de las mercancías. Incluso en los mercados mejor organizados y aunque podamos comprar lo que deseamos cuando lo deseamos al precio solicitado, sólo podemos desprendernos de la mercancía cuando y como queramos aceptando una pérdida, es decir, a un precio ofrecido inferior.

Otro factor a tener en cuenta, respecto de la liquidez de los bienes, es el cuantitativo, ya que el mercado puede no absorber todo lo ofertado al precio solicitado por el oferente. Cuanto mayor sea la cantidad ofertada, mayor será la posibilidad de que en caso de querer desprenderse del total de la mercancía, el oferente deba aceptar un precio inferior o esperar hasta que la demanda acepte su precio de oferta.

En los grandes centros de intercambio de todos los tiempos han existido determinadas mercancías con una demanda mayor, más constante y efectiva que el resto, adecuadas para los fines de quienes tenían la capacidad de comerciar y deseaban hacerlo, debido a la relativa escasez de estos productos y a la permanentemente imperfecta satisfacción de su demanda. El que posee este tipo de productos se encuentra en una posición de ventaja si pretende comerciar con ellos, ya que tiene la perspectiva de conseguir los productos en el mercado con mayor facilidad y seguridad, y debido a la fuerte demanda del producto que se ofrece, a precios acordes con la situación económica general, esto es, precios económicos.

Cuando un agente ofrece en el mercado productos que no son altamente líquidos, si no encuentra una contrapartida acorde con el precio que ha solicitado aceptará bienes de mayor liquidez como medio de pago porque así aumentan sus posibilidades de encontrar el bien demandado y se reducirá el tiempo de la transacción. Aunque no logre de inmediato el objetivo final de su comercio, es decir, los productos que en realidad necesita, si se ha acercado de forma más rápida a su objetivo.

Con el paso del tiempo, este tipo de razonamiento económico se fue perfeccionando y extendiéndose en el cada vez mayor número de transacciones y mercados, y por tanto, se fueron clasificando los productos en base a su coste, por su facilidad de transporte y su posibilidad de preservación en relación a una demanda estable y ampliamente distribuida. Los bienes que son capaces de representar gran valor en poco espacio, ser fácilmente transportables y conservables comenzaron a otorgar poder económico a sus poseedores, protegiendo su capacidad adquisitiva a lo largo del tiempo y en cualquier lugar.

La multiplicidad de transacciones en torno a este tipo de bienes y el aprendizaje de los agentes económicos en torno a sus cualidades, han hecho que se conviertan en medios de cambios generalmente aceptados.

El hábito constituye un factor muy significativo en la génesis de estos medios de cambio de utilidad general. Al principio, no todos los agentes de un mercado aceptarían este tipo de bienes debido a que no cubrían sus necesidades de forma directa, sin embargo, a medida que se incrementó el número de transacciones y los individuos que participaban en ellas fueron admitiendo este tipo de mercancías, éstas acabaron siendo aceptadas de forma general como medios de cambio.

Sólo podemos entender el origen del dinero como el establecimiento de un procedimiento social que aparece de forma espontánea, como la consecuencia no prevista de la actuación de los miembros de una sociedad que poco a poco fue discriminando los bienes en función de su grado de liquidez.

Cuando los medios de cambio generalmente aceptados se transforman en dinero, el primer efecto es un aumento de su liquidez, originalmente más alta que la del resto de bienes. Este incremento de liquidez tiene como consecuencia última que el sentido de la transacción ya no es cubrir necesidades inmediatas del oferente, si no conseguir dinero como medio para cubrir las necesidades actuales y futuras.

El dinero garantiza la cobertura de estas necesidades al ser aceptado por todos los oferentes, y el que acceda al mercado con bienes distintos del dinero se situará en una posición de desventaja debido a la menor liquidez de sus bienes, viéndose obligado a aceptar un precio inferior al precio solicitado para realizar la transacción de forma inmediata, o esperar hasta que el precio ofrecido coincida con el solicitado. Esta dificultad no existe para el hombre que posee dinero, lo que le otorga un control seguro sobre todo producto que pueda tenerse en el mercado a precios ajustados a la situación económica de cada momento.

Cuando un medio de cambio pasa a convertirse en dinero, aumenta su diferencia en liquidez respecto al resto de mercancías, hasta el punto de transformarse en un bien de liquidez absoluta. Esto explica la superioridad del comprador respecto al vendedor

En este sentido, el dinero rompe las reglas del juego del mercado primordial en el que las transacciones se realizan por trueque desequilibrándolas a favor de los demandantes, mientras que empeora substancialmente la posición de los poseedores de bienes de baja liquidez, que en caso de necesidad deberán aceptar precios muy inferiores a los solicitados y muy lejos de la situación económica general que definiría la competencia perfecta.

Los metales preciosos se convirtieron en el medio corriente de intercambio más generalizado entre los pueblos históricamente más avanzados, debido a su altísima liquidez en relación con el resto de bienes y, al mismo tiempo, por que se los consideró especialmente aptos para las funciones principales y subsidiarias del dinero. A pesar de su escasez natural están geográficamente bien distribuidos y en relación con otros metales son fáciles de extraer y elaborar. Son fácilmente divisibles y aceptados por todos los individuos en pequeñas cantidades. Representan un gran valor en un reducido espacio, su transporte es sencillo y no son caducos.

La intensidad, persistencia y generalización del deseo de metales preciosos en los mercados ha permitido solventar situaciones de precios erráticos, alterados por situaciones extraordinarias, especialmente por que en función del carácter costoso, durabilidad y fácil preservación de estos metales se han convertido en el medio más general de atesoramiento y también en los productos más favorecidos para el intercambio.

Finalmente, todos los productos acabaron expresando su valor en relación a estos metales preciosos, aunque el agente en cuestión no lo necesitara directamente, o incluso cuando ya hubiese satisfecho sus necesidades, le servían como forma de conservar el valor de sus productos perecederos.

Otra ventaja de los metales preciosos como medio de cambio es que debido a su color, su ductilidad y su sonido son fácilmente reconocibles por los agentes.

El dinero no ha sido generado por ninguna Ley. En sus orígenes era una institución social y no estatal. Sin embargo, el reconocimiento por el Estado y la regulación por parte del gobierno ha servido para que se adapte a las múltiples y variadas necesidades de la evolución del comercio, así como para garantizar los derechos que son resultado de las costumbres. En función del peso, fueron acuñados e intercambiados por su número. Al adoptar la forma de monedas, experimentaron un aumento en sus transacciones. El Estado, al acuñar moneda, aumenta el nivel de confianza de los agentes a la hora de realizar las transacciones, debido al respaldo de la certeza del valor de las monedas, lo que ha sido considerado  como una de las más importantes funciones del gobierno.

Sin embargo, si algo debemos destacar del pensamiento de Menger y sus estudios sobre la aparición del dinero, es que éste dificulta la libre competencia, en cuanto a que el poseedor de dinero por el hecho de poseerlo tiene más poder de negociación frente a agentes que ofrecen bienes o servicios menos líquidos.

Podemos imaginar las consecuencias de este principio cuando las relaciones comerciales y las negociaciones se realizan a escala internacional o multinacional; es decir, cuando hablamos de comercio entre países desarrollados y países en vías de desarrollo, o empresas multinacionales y empresas locales.

El único mecanismo capaz de romper esta asimetría es el comportamiento ético de los agentes con dinero, y aunque entraremos en detalle más adelante reflexionando sobre este hecho, es bueno entender que los supuestos generalmente aceptados sobre la libre competencia no son posibles sin un comportamiento ético de los agentes a la hora de realizar las negociaciones y las transacciones.

 

 

2.4. Adam Smith no era utilitarista.

El tercero de los mitos que nos gustaría desmontar es el que sostiene que Adam Smith está inscrito en la corriente de pensamiento liberal que define al hombre como un ser egoísta que actúa solo en su propio beneficio y busca exclusivamente maximizar su utilidad marginal.

Adam Smith, al que se le denomina Padre de la Economía Moderna, estaba en contra del utilitarismo de David Hume. En el campo de la Filosofía del Derecho, A. Smith explica que la justicia no emerge de una consideración “a posteriori” de los beneficios del castigo, sino de que del hombre surge naturalmente un resentimiento hacia un crimen cometido contra un ser querido, despreciado sin motivo por el criminal, y aunque el Estado no se rige por este Derecho Natural,  si procura que los individuos no resuelvan privadamente esta necesidad de justicia, para mantener el orden social y dar crédito a su gobierno[6].

Autores recientes, como Ian Simpson, afirman que este autor era “utilitarista”, o más bien, “utilitarista contemplativo”[7].  Sin embargo, una motivación fundamental que impelió a Smith a escribir su obra fue la de constatar que el hombre no actúa por utilidad, rechazando la Teoría de su amigo D. Hume.

En la Teoría de los Sentimientos Morales[8], en las lecciones de teoría general del Derecho[9] y en las lecciones de retórica[10] Smith reitera que “el hombre no se ve motivado por una estructura que retiene su memoria de placeres ansiados y dolores temidos. Lo que busca con su acción es sentirse querido por sus semejantes y estar en consonancia con el juicio ajeno, gozar y consolarse con la empatía de emociones con los demás”.

Para A. Smith la parte principal de la felicidad humana estriba en la conciencia de ser querido,  y por tanto, el ser humano actúa para que se le quiera, no pensando en las posibles consecuencias de sus actos[11].

“Complementariamente buscamos que nos admiren. Creamos un espectador imaginado y bien informado con el que, al armonizar con su sentimiento, nos sabemos dignos de admiración  y gracias al cuál actuamos con la tranquilidad de que, si nuestro espectador real supiera nuestros condicionantes, empatizaría con nosotros. Es decir, no nos basta con ser amados ya que “¿Qué mayor felicidad hay que la de ser amado y saber que lo merecemos?”[12].

Tras leer este texto de Smith, cabe hacerse la pregunta de en qué medida expresan las teorías posteriores este espíritu del ser humano que busca ser feliz a través del amor y la aprobación de los demás.  Se hace evidente que todas las formulaciones posteriores usaron la simplicidad para explicar comportamientos humanos concretos en condiciones muy determinadas.

Ni la Economía ni el Derecho fueron nunca nada ajeno a esa vocación natural del ser humano para Smith. La teoría de la “Mano Invisible” que tantas veces se ha argumentado como aval del ideario neoliberal puede haber sido sin duda mal interpretada. Cuando Smith afirma que el individuo al buscar su propio bien busca el bien común puede estar hablando de una red de negociaciones informales entre individuos que procura el bien de la comunidad.

Las ideas de Adam Smith fueron un tratado sistemático de Economía y un ataque frontal a la doctrina mercantilista. Smith intentaba demostrar la existencia de un orden económico natural, al igual que los fisiócratas, que funcionaría con más eficacia cuanto menos interviniese el Estado. Sin embargo, este autor, no pensaba que la industria fuera improductiva, o que el sector agrícola era el único capaz de crear un valor añadido; por el contrario, entendía que la división del trabajo y la ampliación de los mercados abría posibilidades ilimitadas para que la sociedad aumentara su riqueza y su bienestar mediante la producción especializada y el comercio entre las naciones. Por tanto, tanto los fisiócratas como Smith ayudaron a extender la idea de que el poder económico del Estado debía ser limitado y de que existía un orden natural aplicable a la economía. Sin embargo fue Adam Smith más que los fisiócratas quien abrió el camino de la industrialización y de la aparición del capitalismo moderno en el siglo XIX.

La expresión: la mano invisible regula las actuaciones sociales y compensa los excesos por sí sola; constituye una proposición de orden natural que posee como características la bendición por las riquezas y la existencia de un conjunto predeterminado de instituciones a partir de las cuales se mantiene el status social. La mano invisible es el principio fundamental del mercado, que exige la no intervención del Estado porque las cosas se van a acomodar naturalmente en un sistema teísta típicamente moderno, donde el espectador imparcial (la humanidad) no puede negar si Dios está y no puede negar la existencia de clases. La mano invisible supone que el Estado no debe intervenir en la economía porque impediría que el mercado se ajustase de forma automática.

La mano invisible no puede ser considerada como el término que ilustra todo el pensamiento de Adam Smith, ya que este término es usado pocas veces en sus obras y parece poner de manifiesto el desconocimiento de Smith de unas leyes del mercado que nunca logró explicar.

La mano invisible no es capaz de garantizar la distribución equitativa de la prosperidad económica. Una economía de mercado retribuye a los individuos de acuerdo con su capacidad para producir cosas que otros están dispuestos a pagar,  no tiene en cuenta el valor propio de las cosas por sí mismas, sino el precio que un tercero está dispuesto a pagar por un bien o servicio. La mano invisible no garantiza que todo el mundo tendrá suficiente comida, una ropa digna y una asistencia sanitaria adecuada.

Para entender el mercado desde la perspectiva de A. Smith, debemos hacerlo desde la circunstancia de un hombre que creía profundamente en el orden natural de las relaciones humanas, y este orden natural requiere de hombres morales capaces de desarrollar la ética en sus relaciones comerciales para ajustar el valor de mercado al valor intrínseco de los bienes.


2.5 Economía: ¿asignación de recursos o Simbiótica?

Como hemos visto, la competencia perfecta es difícil que se de en la vida real debido a que los agentes concurrirán al mercado en igualdad de condiciones solo si tienen la misma capacidad de negociación, pero si poseen recursos fiduciarios diferentes esto no es posible.

Por otro lado, considerar que el hombre económico de Adam Smith corresponde con el “homo economicus” de Milton Friedman, o atribuir a Adam Smith la semilla de lo que hoy es el neoliberalismo, parece un error.

La Economía ha basculado a lo largo del Siglo XX, hacia una teoría general que parte de supuestos que surgieron para simplificar la modelización de los problemas económicos. Esto presenta varias implicaciones, por un lado, estos presupuestos son utilizados de forma sistemática por los economistas sin ser cuestionados, porque lo que se presupone no se cuestiona; por otro lado, en el día a día, parecen capaces de definir la realidad económica de forma absoluta y sin embargo no son capaces de lograrlo.

Las autoridades económicas y la propia ciencia deben ser conscientes de las consecuencias y del alcance de las definiciones y actuaciones de las que son responsables, pues el hombre de Smith, no es el hombre simple y estandarizado del marginalismo.

La Historia nos demuestra que las grandes transacciones comerciales se basan en  grandes relaciones humanas, en las que el flujo de activos materiales es sólo una parte de la riqueza de la simbiótica de la negociación.

Siguiendo a James M. Buchanan, Premio Nóbel de 1986, la Economía no puede definirse como una ciencia que se define a sí misma como muestran algunos autores. Sirva para ilustrar esta corriente las definiciones de dos autores de la Escuela de Chicago: para Jacob Viner, “la Economía es lo que hacen los economistas”, propuesta a la que Frank Knight dotó de una naturaleza totalmente circular al agregar que “los economistas son los que hacen Economía”.

En palabras de Buchanan: ”Los economistas deberían concentrar su atención en una forma particular de actividad humana y en los diferentes ordenamientos institucionales que surgen como resultado de esta forma de actividad. El comportamiento del hombre en la relación de mercado que refleja su propensión a la permuta y al trueque y las múltiples variaciones de estructura que esta relación puede adoptar constituyen los temas apropiados de estudio para el economista.“ [13]

Smith en el segundo capítulo de la Riqueza de las Naciones, afirma que el principio que da lugar a la división del trabajo, “no es originalmente el efecto de alguna sabiduría humana, que prevé y tiene por objeto esa opulencia general a la que da lugar. Es la necesaria, aunque muy lenta y gradual, consecuencia de una cierta propensión de la naturaleza humana que no tiene en vista una utilidad tan extensiva; la propensión a permutar, trocar e intercambiar una cosa por otra[14]. Este texto destaca que la búsqueda de la riqueza no es la causa del éxito de la organización humana, si no más bien un perfeccionamiento de las acciones basadas en el sentido común y en una lenta evolución de la aptitud económica del ser humano, que de forma innata permuta, troca e intercambia sus bienes con otros. Esa capacidad casi instintiva es el fundamento de la Economía social, más cerca de la “teoría de los mercados” que de la “teoría de la asignación de recursos”. La asignación óptima de recursos es en muchos casos más un problema de carácter tecnológico que de carácter económico.

Lord Lionel C. Robbins considera que la Economía es «la ciencia que estudia el comportamiento humano como una relación entre medios escasos que tienen usos alternativos[15]. Desde esta perspectiva nuestro campo de estudio es un problema o un conjunto de problemas y no una forma característica de la actividad humana. Serán vanos los intentos por encontrar en este autor una afirmación explícita que indique el sujeto decisor respecto del cuál son alternativos los fines. Según Howard S. Ellis, el agente económico es un ser anónimo, y por tanto, su identidad no influye en el proceso decisorio. El problema económico se traslada desde el planteamiento del individuo hasta aquel que afecta al grupo familiar, la empresa, el sindicato, la iglesia, la comunidad local, el gobierno municipal o provincial, el gobierno nacional y, por último, el mundo[16].

Milton Friedman, afirma que la Economía estudia cómo una sociedad determinada resuelve su problema económico. Esto implica que hay un contenido fundamental en la Economía que es el bienestar general, que pasa a ser el tema central de la Economía. Este “problema fundamental” ha sido debatido ampliamente en la Economía teórica del bienestar y en el enfoque económico utilitarista.

El problema de la resolución del bienestar social se va haciendo cada vez más difícil a medida que pasamos de los individuos a los agregados sociales. Los utilitaristas intentaron solucionar esta distancia agregando utilidades, pero ignorando de nuevo la identidad de los agentes y presuponiendo un “comportamiento racional” para poder agregarlos en forma de “funciones de bienestar general”, y a partir de ahí optimizar las variables económicas. Sin embargo han abandonado la neutralidad en cuanto a los fines, basados en sus propios juicios de valor sobre lo que es el bienestar social, opinión tan aceptable como cualquier otra. Esta visión económica sigue anclada en la asignación de recursos escasos entre fines o usos competitivos.

El hecho de aceptar que existe un problema implica que hay que buscar una solución. La Economía pasaría a identificarse con la optimización de la Matemática Aplicada, dónde se han dado los avances de mayor importancia en los últimos años en relación a la Economía: técnicas de computación y Matemática de la ingeniería social.

Sin embargo, la disciplina económica no debería ocuparse exclusivamente de la solución de problemas de carácter tecnológico, como la asignación de recursos. La diferencia entre lo que habitualmente denominamos el problema económico y lo que llamamos el problema tecnológico es de escala únicamente, es decir, del grado hasta el cual se especifique la función que va a ser maximizada antes de que se realicen las opciones.

La teoría de la elección presenta una paradoja. Si conocemos la función de utilidad del agente, la decisión es una consecuencia matemática y no existe la decisión como tal ya que no hay alternativas. Por otro lado, si no conocemos perfectamente la función de utilidad, la elección se torna real y las decisiones se convierten en procesos mentales impredecibles.

La teoría de la elección debe dejar de ocupar una posición de superioridad en los procesos de pensamiento del economista. La teoría de la elección o de la asignación de recursos, como quiera llamársela, no supone ningún rol especial para el economista, en oposición a cualquier otro científico que examina el comportamiento humano.[17]

Es necesario concebir la Economía como la ciencia que estudia los intercambios entre agentes económicos y equipararla a la Simbiótica, que es la asociación entre organismos disímiles que resulta recíprocamente beneficiosa para todos ellos. Esto nos centra en un tipo de relación que implica la asociación cooperativa recíproca de los individuos aun cuando sus intereses individuales sean diferentes.

Es desde esta perspectiva donde creemos que debe integrarse la teoría de la elección en relación con la mano invisible de Adam Smith.

Por otro lado, si un agente está aislado, las relaciones económicas son un problema de asignación de recursos sujeto a la perspectiva tradicional de la maximización. Al intervenir otros agentes que interactúan con él, con intereses diferentes, es cuando aparece la simbiótica y con ella la posibilidad de combinar habilidades y talentos distintos para la consecución de los intereses comunes y particulares. Aparece el conflicto y distintas alternativas para resolverlo.

El modelo clásico de competencia tiene su fallo básico en trasladar un comportamiento de elección individual, de un contexto socio-institucional a uno físico-calculacional. Según este planteamiento orientado al cálculo, dadas las reglas del mercado, el modelo perfectamente competitivo brinda un óptimo o equilibrio específico, un punto único en la superficie del bienestar paretiano.

A este respecto Frank Knight ha subrayado que en la competencia perfecta no existe competencia. Siguiendo el mismo razonamiento, no existe el comercio tal y como lo hemos venido exponiendo, en cuanto a que no existe un modelo perfectamente sometido a unas reglas determinadas y perfectas.

Un mercado no es competitivo por que así lo supongamos, ni por que así lo hayamos construido. La competitividad va apareciendo con las instituciones que modifican los esquemas del comportamiento individual y con los agentes que ejercen una presión continua en el comportamiento humano a través del intercambio.

Desde esta perspectiva una solución, si existe alguna, surge como resultado de una red evolutiva de intercambios y en cada etapa de esta evolución hacia una solución. Hay beneficios que pueden obtenerse y existen intercambios posibles, y la dirección de la competitividad está modificándose continuamente.

Tal y como lo reconoció Schumpeter, el elemento dinámico en el sistema económico es la continua evolución del proceso de intercambio que se manifiesta en la función empresarial y por extensión en la condición humana[18].

Si observamos el mercado con la perspectiva clásica, desde la lógica de la elección, la asignación de recursos constituye el elemento problemático. El economista identificará el mercado como un medio para cumplir las funciones económicas básicas de cualquier sociedad y, por tanto, lo equiparará a una forma de gobierno o como un mecanismo alternativo que ofrece soluciones similares.

Si lo observamos desde la perspectiva de una Economía Simbiótica, el mercado es un escenario en el que los individuos colaboran unos con otros, llegan a acuerdos, y comercian. El mercado es el marco institucional en el que surge o evoluciona este proceso comercial y no tendría sentido abordar la acción unilateral como parte de la ciencia económica, al igual que tampoco tendría sentido el término eficiencia que se aplica en los resultados agregativos o compuestos. Desde la perspectiva simbiótica, el mercado ya no puede ser considerado como un sujeto que logra objetivos nacionales de forma eficiente o ineficiente.

La eficiencia pasa a ser un atributo relacionado con la motivación de los individuos que se desplaza por relaciones de preferencia hasta llegar a posiciones mutuamente aceptables con otros individuos. Una institución ineficiente no puede sobrevivir a menos que se introduzcan mecanismos coercitivos que eviten el surgimiento de acuerdos alternativos.

En este sentido Política y Economía no se diferenciarían demasiado, tal vez, por esta razón siempre han estado íntimamente unidas a lo largo de la Historia. La diferencia radica en la naturaleza de las relaciones sociales entre los individuos que cada una de ellas examina. La Economía aborda las transacciones de individuos que tienen la capacidad de contratar libremente, donde el comportamiento es marcadamente económico más allá del enfoque precio-dinero. La Política se ciñe a las relaciones de jerarquía social, liderazgo-seguidor, donde la característica predominante de su comportamiento es política. Mientras la Economía se ciñe al estudio de todo el sistema de relaciones de intercambio, la Política estudia todo el sistema de relaciones coercitivas o potencialmente coercitivas. Estos dos tipos de relaciones se dan en prácticamente la totalidad de las instituciones sociales. En la medida en que el hombre dispone de alternativas de acción se enfrenta a sus asociados como un igual y surge la relación comercial.

A medida que se establezcan más relaciones en régimen de igualdad, mayor será el número de transacciones económicas, cuanto mayor sea la desigualdad, mayores serán las relaciones de carácter político.

La relación económica es reemplazada por la relación política cuando el único elemento de retorno es la renta pura debido a que no existen alternativas de actuación y el intercambio se produce dentro de un marco de normas políticas. Las relaciones económicas van asociadas a la creatividad de los participantes, mientras que las relaciones políticas se basan en la forma y protocolo en que están establecidas las relaciones.

El enfoque económico de la asignación y el enfoque del intercambio comparten los mismos elementos básicos, pero su interpretación y las preguntas que surgen son diferentes, y dependerán mucho del sistema de referencia dentro del cual operemos.

La ingeniería social es un empeño legítimo, pero debe considerar de forma explícita los usos de los individuos como medio para alcanzar fines no individuales. Si se considera el problema económico como un problema general de fines y medios, el ingeniero social actúa como economista en el más pleno sentido del término.

El verdadero papel de los economistas no es encontrar medios para hacer mejores elecciones como afirma el enfoque de la asignación de recursos-elección. El intento de identificar y entender las relaciones simbióticas requiere de nuevas herramientas estadísticas, más sofisticadas que las que actualmente se aplican al campo de la ingeniería social. Por ejemplo, necesitamos aprender mucho más sobre la teoría de juegos cooperativos entre individuos.

Precisamos de la Estadística para sistematizar un conjunto de relaciones que involucran el comportamiento voluntario de multitud de individuos, lo que es más complejo que maximizar una función cuya premisa fundamental es la unicidad de objetivos de los diversos participantes.

Los economistas deben ser “economistas de mercado” y concentrarse en las instituciones de mercado o intercambio definidas en el sentido más amplio posible, evitando prejuicios sobre ellas y sin ninguna predisposición a favor o en contra de cualquier forma particular de orden social. Que el mercado sea consecuencia de un determinado tipo de cultura política y comercial no debe ser considerado “a priori” como algo positivo o negativo desde cualquier ideología.

La búsqueda de la universalidad de los descubrimientos científicos en el campo de la Economía debe admitir la pluralidad de mercados y basar su análisis en una postura aséptica y libre de toda ideología. Solo del análisis concreto de la realidad económica que se aborda pueden surgir conclusiones que nos lleven a un juicio de valor sobre la bondad del mercado en que desarrollamos nuestros estudios.

 


[1] Diccionario de la RAE, Vigésimo segunda edición, 2009.

[2] Marco Aurelio, Meditaciones, Vol. II (170-180 dC).

[3] Herodoto IV, Las historias (430 a.C.)

[4] Habib Chamoun-Nicolas, Negociando como un fenicio. Descubriendo tradeables. (EE.UU.: Keynegotiations, 2008).

[5] Carl Menger, «El origen del dinero,» The Economic Journal (Wiley), Junio 1892.

[6] Estrella Trinzado Aznar, «El Iusnaturalismo no utilitarista de Adam Smith» (Zaragoza: VII Congreso de la Asociación de Historia Económica, 2001).

[7] Ian Simpson Ross, The Life of Adam Smith (Oxford: Clarendom Press, 1995).

[8] Adam Smith, La Teoría de los Sentimientos Morales, trans. Carlos Rodríguez Braum (Madrid: Alianza Editorial, 1997).

[9] Adam Smith, Lecciones de Jurisprudencia, ed. Alfonso Ruíz Miguel (Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, 1996).

[10] Adam Smith, Lectures on Rethoric and belles lettres, ed. J.C.Bryce & A.S. Skinner (Oxford: Clarendon Press, 1983).

[11] Smith, TSM, parte 1, sección 2, capítulo V

[12] Smith, TSM, parte 3, capítulo I

[13] James M. Buchanan, What should Economist Do? (Indianapolis: Liberty Press, 1979).

[14] Adam Smith, Riqueza de las Naciones, Parte II, Segunda (Turlock: Ediciones Orbis, 1985).

[15] Lionel C. Robbins, Essay on the Nature and Significance of Economic Science (London: Macmillan & Co., 1945).

[16] Véase Howard S. Ellis, «The Economic Way of Thinking,» American Economic Review, Marzo 1950: 1-12.

[17] Opus cit. 13

[18] Joseph A. Schumpeter, «Theoretical Problems: Theoretical Problems of Economic Growth,» The Journal of Economic History (Cambridge University Press) 7 (1947): 1-9.

Economía Simbiótica. Introducción

simbio

Estracto del trabajo de investigación: Economía Simbiótica.
Consecuencias Macroeconómicas de los agentes económicos en el bienestar social.El caso particular de la Empresa Familiar.

21/07/2009

Autor: Francisco Rabadán Pérez

DEA Universidad San Pablo CEU

1.   Introducción

1.1. Objeto de estudio

Los primeros años del siglo XXI están resultando algo turbulentos al igual que ocurrió al comienzo del siglo XX. Una profunda crisis se cierne sobre nuestra sociedad globalizada inundando todos los aspectos humanos de la sociedad: en el ámbito económico, la caída de Lehman Brothers fue el disparo de salida de una carrera de adquisiciones, fusiones, bancarrotas que aún a día de hoy no ha finalizado y que ha sido causada en última instancia por las prácticas poco ortodoxas de un sistema financiero cuyo único objetivo ha sido el maximizar el beneficio a corto plazo para repartir dividendos a sus accionistas.

Las similitudes con la crisis de 1929 han impulsado a los Estados tradicionalmente más liberales, como es el caso de Estados Unidos, a tomar medidas de carácter proteccionista asumiendo parte del control de los Consejos de Administración de algunas entidades, y adquiriendo “activos tóxicos” a costa del endeudamiento de las arcas del Estado, que en última instancia acabará siendo pagado por todos los ciudadanos.

La crisis no es sólo una crisis económica, es una crisis profundamente humana en la que todo lo que dábamos por establecido se tambalea, en la que vivimos las consecuencias de un siglo XX dónde las ideologías tecnocráticas han acabado por transferir principios a los valores del individuo, y el individuo ha actuado no como ser humano, sino como pieza de una engranaje gobernado por una reglas inhumanas.

Las preguntas que trata de responder el presente trabajo de investigación son: ¿Por qué hemos llegado a la situación actual?, ¿Cómo es posible que el ser humano haya llegado a extremos tan absurdos como para hacer tambalear la estabilidad económica mundial apostando en el mercado de opciones y futuros, planes de pensiones y recursos indispensables para la economía real?

La respuesta no se haya solamente en un modelo matemático, ni en una práctica aislada de un individuo. Tal vez, sí en un modelo de teoría de juegos donde el hombre carece de toda dimensión ética y de todo altruismo, y donde las expectativas racionales no contemplan otro beneficio que no sea el propio en términos exclusivamente fiduciarios.

Aunque se usan como sinónimos los términos fiduciario y económico, ambas realidades no son semejantes. Lo fiduciario forma parte de lo económico. Lo económico alberga todas las negociaciones que aspiran a cerrar una transacción entre seres humanos para resolver los fines que cada individuo pretende alcanzar. Lo económico no es siempre algo recíproco, y en ocasiones, la economía resuelve las necesidades de los individuos de forma gratuita, o accesoria a otras transacciones recíprocas.

Muchos son los economistas que desde finales del siglo pasado vienen advirtiendo que el hombre no es un mero “homo economicus” que actúa por el  propio beneficio y que busca desesperadamente maximizar su utilidad marginal cuando consume. El hombre es mucho más y tiene en cuenta no sólo unas pocas variables elegidas para poder explicar un comportamiento en términos matemáticos. El hombre es un ente con la capacidad suficiente para controlar multitud de variables intangibles que no tienen por qué respetar el principio de racionalidad. El hombre puede valorar su entorno y las consecuencias de todos sus actos sobre sus semejantes. Hasta no hace mucho, el hombre estaba gobernado por la ética, percibía de forma positiva las buenas prácticas económicas, sociales y políticas, condenaba los abusos de poder y los comportamientos no acordes con el Derecho Natural. Sin embargo, en la sociedad actual, la mera afirmación de una verdad universal parece una locura a los ojos de todos. Todo es opinable, y lo opinático parece restar validez a lo que la Metafísica o la Ética lleva descubriéndonos a lo largo de la Historia.

El Positivismo, el Liberalismo, el Comunismo… y toda utopía tecnócrata que no respeta un fundamento ulterior de la persona humana acaba convirtiendo al ser humano en una pieza de un mecanismo que no tiene sentido, pues construido por hombres no sirve a ninguno de ellos, y buscando un bien común, perjudica a todas  y cada una de las instituciones sociales que han permitido el verdadero desarrollo de la humanidad.

El individualismo nihilista de nuestra sociedad ha transmutado el espíritu de la democracia clásica en una democracia de consumo, en la que el individuo expresa su identidad en la sociedad a través de la compraventa de bienes y servicios. Instituciones como la familia se ven gravemente amenazadas. La tasas de natalidad caen en picado por debajo de la tasa de reemplazo poblacional, y el drama de los masivos movimientos migratorios hacen que los pueblos pierdan su identidad y queden desarraigados en un mundo que, aunque es global, mantiene a los individuos desconectados de su identidad como seres humanos.

Vivimos en la sociedad del corto plazo. La Política y el Derecho contemplan cada vez menos las necesidades lógicas de una sociedad que aspira a desarrollarse más allá de un horizonte temporal de seis meses, basándose en la información de sondeos estadísticos y en una ley de los grandes números aplicada sin demasiado criterio ni recursos económicos suficientes para garantizar su representatividad.

La crisis es global y exige un replanteamiento drástico de lo que entendemos por economía. Debemos comprender que aunque hemos maximizado beneficios fiduciarios, hay un objetivo superior y más importante que no hemos cubierto y que hoy echamos en falta: la felicidad de los hombres y su libertad ontológica.

Existen multitud de activos, denominados en muchas ocasiones inmateriales, que nunca han formado parte de un modelo ARIMA, y otros muchos que fluyen de forma gratuita y que han resultado invisibles porque no se han valorado en términos monetarios.

La economía del siglo XXI debe ser la economía de la responsabilidad de una humanidad capaz de equiparar espiritualmente su gran desarrollo tecnológico. Los economistas no deben valorar las transacciones únicamente en términos monetarios, si no que deben aspirar a abarcar la gran riqueza de las relaciones humanas que generan valor, aunque este valor no sea cuantificable en términos fiduciarios.

Conceptos clásicos como el de oferta, demanda, mercado, libre competencia, … que se han desarrollado fundamentalmente en el siglo XVIII y XIX, bajo premisas simplistas y condiciones “ceteris paribus» para poder abarcar su análisis desde un punto de vista teórico, han de ser reformulados contemplando todas aquellas variables y circunstancias que en su día no se incluyeron. Esto es hoy posible, gracias a las enormes posibilidades de la tecnología, y en especial del desarrollo que los medios de computación nos brindan en la actualidad. No está exento sin embargo de dificultades este proceso. Es necesario el desarrollo de nuevas técnicas prospectivas que sean capaces de describir sin prejuicios lo que ocurre en el mundo real.

La economía, más que nunca, ha de ser ciencia y superar toda premisa “a priori” sobre lo que debe ser la realidad. Más bien debe contemplarla y aprender de ella, para no acabar modificándola según lo que se supone que debe ser “lógico” o “racional”. Si los técnicos presuponen que el hombre es un ser egoísta, acabarán ofreciendo soluciones egoístas a los hombres, aun cuando la solución lógica no contemple el objetivo de maximizar los beneficios.

No es ético presuponer absolutamente nada de los agentes económicos que interactúan en el mercado, ni simplificar sus expectativas para facilitar el análisis, porque disponemos de las herramientas que los economistas clásicos no tuvieron, y que sin lugar a dudas hubieran usado de haber podido.

Siguiendo a Buchanan, diremos que el mercado es el escenario en el que los agentes económicos se desenvuelven, y no por una única razón, sino por múltiples razones, y no se relacionan de una forma única, si no de múltiples formas. El mercado es un escenario y debemos identificar los agentes reales para conocer sus intenciones, respetar su naturaleza y determinar como influyen en la felicidad de las sociedades y en su desarrollo.

Amartya Sen, advierte que el concepto de “Bienestar Social” limita el desarrollo de las sociedades, pues está orientado a cubrir mínimos, y sobre todo a cubrir necesidades materiales, cuando el desarrollo del ser humano va más allá.

Humildemente, y conscientes de la gran dificultad que supone asumir esta nueva concepción de la economía, proponemos revisar la dialéctica económica histórica que nos ha llevado a nuestro modelo económico actual, para descubrir alguna de las limitaciones que la ciencia económica se ha impuesto a sí misma.  Tendemos a pensar que el primer gran diseño sobre los intercambios económicos y los problemas que de ello se derivan se debe a Adam Smith, pero el pensamiento económico viene de mucho más antiguo, sobre todo del pensamiento ético sobre la economía, campo espléndidamente desarrollado por la Filosofía Clásica, el Estoicismo y especialmente la Escolástica.

Nuestra crisis es una crisis ética, y una economía formulada al margen de la ética ha demostrado carecer de sentido para una humanidad que aspira al desarrollo cierto.

Trataremos en el presente trabajo de identificar agentes en el mercado real a partir de la encuesta CAPI 2005 de familias que elabora el Banco de España. Si bien en este encuesta no están las entidades anónimas, si están la personas que participan en ellas y que finalmente toman las decisiones que se transforman en negociaciones y relaciones mercantiles.

Nuestro objetivo último es sentar las bases de una metodología que se aplicará de forma mucho más extensa en la tesis doctoral del autor de este trabajo de investigación. Una vez identificados los perfiles de los agentes, habrá que aplicar técnicas de Estadística Cualitativa para descubrir las motivaciones que impulsan a éstos a establecer relaciones económicas.

Más importante que el cuanto, es el cómo, cuando nos alejamos del Marginalismo hacia la Simbiótica.


1.2. Descripción de los capítulos.

En el capítulo 2 exponemos que la visión intrahistórica de la realidad económica impide ver que la Economía es consecuencia de las actuaciones de los individuos, y en último extremo, de su forma de concebir la realidad. Multitud de prejuicios nublan nuestra creatividad y debemos recurrir al pasado para comprobar que las negociaciones y transacciones no tienen por qué ser entendidas como lo son en la actualidad.

Recurrir al pasado remoto, nos permite corroborar esta afirmación, así encontramos que maximizar el beneficio no fue siempre la prioridad de los agentes económicos, puesto que esta característica económica del individuo se veía enriquecida con una dimensión mucho más humana basada en el respeto y en la búsqueda de la satisfacción mutua.

El Análisis Económico, en los términos iniciados por A. Smith, se ha ido desvirtuando y alejando de la realidad paulatinamente a medida que la aplicación de modelos matemáticos exigía la fijación de presupuestos de partida. La propia realidad se ha ido alimentando de esta forma de concebir la Economía hasta el punto de que el “homo economicus” definido en la teoría ha acabado influyendo en el hombre económico real y su forma de negociación.

En la competencia perfecta, no hay competencia, pues en esta influyen multitud de variables, muchas de ellas cualitativas que la simplicidad de los modelos “a priori” no puede contemplar.

Incluso contando con los instrumentos de cambio actuales es imposible lograr la igualdad de oportunidades en el acceso a los mercados, generándose diferencias abismales entre el precio y el valor intrínseco de las mercancías y servicios. Sólo la Ética parece garantizar la competencia perfecta al poner a los agentes en un plano de igualdad en la negociación.

La Economía no surge del encuentro de oferta y demanda, si no que es un complejo sistema en el que se establecen relaciones más parecidas a la simbiótica que a la intersección de dos funciones que dependen de dos magnitudes: cantidad y precio.

Este nuevo enfoque precisa de una visión integral que considere tanto la dimensión microeconómica de los agentes autodefinidos por sus características propias, como una dimensión macroeconómica que contemple las consecuencias de sus formas de establecer relaciones con otros agentes y negociar en la Economía Global, en la que cada acción del agente tiene consecuencias sobre terceros que no participan en la negociación.

En el capítulo 3 exponemos que para que pueda haber competencia perfecta en los mercados es necesario que los agentes concurran en igualdad de condiciones a la negociación, y esta igualdad de condiciones debe basarse en el respeto del valor de los objetos comerciados. El dinero otorga mayor poder de negociación a los que lo poseen. Por tanto, la ética es el único mecanismo capaz de poner a los agentes en igualdad de condiciones.

El problema esencial de la Ética es definir el fundamento de carácter moral de la toma de decisiones. Si existe un basamento transcendente, el hombre se perfeccionará con la Ética y responderá a unos cánones de actuación definidos por el Derecho Natural. Si no existe este basamento, no existe el comportamiento ético, y el hombre tenderá a construirse según el interés personal mientras el Derecho Positivo únicamente busca el equilibrio del sistema sin aspirar a un bien mayor.

Sin Ética, no es posible la igualdad de oportunidades, puesto que los agentes no valorarán las circunstancias de la contraparte más allá de las consecuencias que estas puedan tener para con su propio beneficio.

Las organizaciones de carácter anónimo que se rigen por la ley de la oferta y la demanda intentan ser coherentes con la Justicia Social, pero en multitud de ocasiones no lo consiguen, debido precisamente a su naturaleza anónima y a competir en mercados en que sólo se tiene en cuenta el beneficio unilateral de las organizaciones.

La Doctrina Social de la Iglesia se fundamenta en la existencia de un Dios que nos muestra un conjunto de normas inherentes al ser humano que permiten que éste se perfeccione como ser trascendente. La Doctrina Social de la Iglesia es expresión de la Ética propia de nuestra herencia greco-latina y ha de ser tenida en cuenta a la hora de valorar la calidad moral de las actuaciones de los individuos.

En el capítulo 4 nos referimos a la familia como unidad básica de la Economía. Las familias interactúan, generan empresas de carácter anónimo y soportan los fondos de la Economía Financiera. Hay una amplía tipología de agentes, y hemos elegido uno de ellos profusamente estudiado en los últimos años: la Empresa Familiar.

El motivo de esta decisión es por su doble vertiente mercantil y humana.

La Empresa Familiar se caracteriza porque el control de la empresa recae en el seno de la familia y la toma de decisiones, expresada por su forma de gobierno, establece un comportamiento que podemos calificar desde la perspectiva de la Ética.

Existen múltiples definiciones “a priori” sobre lo que es una Empresa Familiar. Dependiendo de la definición que utilicemos, los análisis estadísticos nos dirigirán a las conclusiones más dispares.

En este estudio, proponemos una definición de Empresa Familiar concebida desde una perspectiva simbiótica e íntimamente relacionada con la competitividad de este tipo de organizaciones.

En el capítulo 5 analizamos la empresa familiar desde una perspectiva macroeconómica que de forma generalmente aceptada constituye una realidad evidente en todas las economías nacionales a lo largo de la Historia, por este motivo los gobiernos y los organismos supranacionales tienen interés en proporcionar recomendaciones sobre la definición de PYMES y microempresas. Si bien es verdad que no todas las PYMES son empresas familiares, si lo son un elevado porcentaje de ellas, colectivo al que debemos añadir las empresas familiares de gran dimensión.

En este tema hemos especificado cifras de la presencia de las empresas familiares en la estructura económica mundial y particularmente en el marco español.

En el capítulo 6 analizaremos la dinámica interna de la Empresa Familiar, constituida por individuos que se relacionan en base a relaciones de consanguinidad, familiaridad y/o contractuales. Estas relaciones determinarán las peculiaridades de la familia empresaria, y dotarán al negocio familiar de capacidad de supervivencia y competitividad.

Las relaciones internas generan una forma concreta de conectarse con el entorno, y establecen el grado de esfuerzo colectivo para que la reputación de la familia sirva como garante de las negociaciones con terceros.

Nos referiremos al gobierno de la Empresa Familiar donde las relaciones de carácter informal acaban plasmándose en los organismos y en las formas de gobierno variando substancialmente el grado de compromiso a medida que la empresa aumenta su dimensión.

En muchas ocasiones la Empresa Familiar parece abocada a convertirse en una entidad anónima, pudiendo en muchas ocasiones perder los matices que la dotaban de una especial competitividad.

En el capítulo 7 recurriremos al análisis multivariante que ofrece las herramientas necesarias para establecer grupos y descubrir variables sombra que van a ayudarnos a comprender mejor la realidad. Lo hemos utilizado para encontrar grupos de agentes homogéneos que se han definido a sí mismos por sus características comunes, y se han manifestado como actores de la Economía Simbiótica.

La búsqueda de factores que nos permitan reducir la multitud de variables y aumentar la precisión de los atributos que definen a cada familia, los obtendremos a partir del análisis factorial.

Gracias a un análisis de cluster jerárquico obtendremos  los grupos de familias que se revelan como familias empresarias. Es necesario identificar a los agente reales y valorar las consecuencias de sus valores y actuaciones sobre la Economía Real, para fomentar los que son beneficiosos e identificar las imperfecciones que la búsqueda del mero beneficio tienen en la Economía de las diferentes naciones.

 

En el capítulo 8 realizaremos una síntesis de lo expuesto en el presente trabajo de investigación y añadiremos nuestras conclusiones.


1.3. Agradecimientos.

En primer lugar, es de obligado cumplimiento, el expresar mi más ferviente agradecimiento y admiración por mi Director de Tesis, Profesor Doctor y Catedrático Don Antonio Franco Rodríguez de Lázaro, al que me une una inmensa amistad, que ha guiado mis pasos desde que era un simple alumno en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad San Pablo CEU.

Muchos han sido los momentos de desánimo, de dudas, y siempre he encontrado en su persona un buen consejo, una palabra de aliento. Una de las razones por las que soy economista, es sin duda por su apoyo incondicional.

No he conocido a ninguna persona de más calidad humana y más categoría moral el profesor Franco, sin el cual este trabajo de investigación hubiera sido imposible, y sin lugar a dudas infinitamente más pobre.

Atento siempre a ofrecerme bibliografía, artículos y lo más importante, la riqueza de su reflexión, ha conseguido transmitirme el espíritu de una economía cuantitativa que aspira a medir lo no cuantificable, y que la metodología matemática debe ser útil, práctica y eminentemente real.

A Raquel Ibar, muy especialmente, por ayudarme a recodificar y seleccionar las variables, así como diseñar las técnicas de análisis multivariante junto a mi Director de Tesis. A Pilar Ordás por supervisar este trabajo de investigación. Ambas son grandes profesionales de la enseñanza y de la técnica estadística y sin ellas no podría haber realizado este estudio. Me siento profundamente afortunado de contar con su consejo y su cariño.

A Justo Sotelo Navalpotro, Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad San Pablo CEU por dedicar su tiempo a supervisar el presente trabajo y aconsejarme sobre futuras líneas de investigación que lo complementen.

A Don José Rodríguez de Diego, al que le debo largas horas de conversación sobre la Doctrina Social de la Iglesia que gobierna los principios morales de este trabajo de investigación, y la visión más amplia de un excelente economista, que además de abogado, ha ejercido ambas profesiones con dedicación y esmero.

A Marisa Herranz por ayudarme en la pesada labor de revisión del texto, notas al pié, … sus apuntes sobre el borrador de este trabajo lo han dotado de mayor consistencia, coherencia y claridad.

A don Andrés Gutierrez Catedrático de Matemáticas de la Universidad CEU San Pablo por su ánimo constante y su visión de lo que es la vida universitaria auténtica, y al resto de mis compañeros de departamento a los que me siento tan unido.

Como no, a mis padres, que asumieron los costes de mis estudios y me pusieron en contacto con la realidad de la Empresa Familiar, y por extensión, con el resto de agentes económicos con lo que ha interactuado nuestra empresa.

Finalmente, he de agradecer varios cambios de timón en la formulación de este trabajo a dos Papas: el primero, Juan Pablo II, del que aprendí que las instituciones no son ni buenas ni malas, en sí mismas, ya que la característica ética recae sobre el individuo que es el que actúa bien o mal.  Esto tuvo una especial repercusión en el verano del año 2007 en que empecé a redactar este trabajo, pues todas las consideraciones sobre la bondad de las organizaciones para con la sociedad tomaron una dirección completamente nueva para mí.

Por otro lado, a nuestro actual Papa, Benedicto XVI, quien en su última encíclica “Caritas in Veritate” me ha transmitido la tranquilidad de que lo que aquí se dice no es un mero capricho innovador de la técnica económica, si no una demanda de la humanidad entera que busca recobrar su centro. El concepto de desarrollo en las líneas que siguen está alumbrado por esta encíclica.

Para todos ellos mi más sincero y profundo reconocimiento.

Grandes Corporaciones vs. Pymes

Fuente imagen http://www.eleconomista.es/fondos/noticias/140020/01/07/Los-fondos-de-pequenas-empresas-siguen-subiendo-a-lo-grande.html

Según el pensamiento neoliberal abanderado por Friedman, el “homo economicus” actúa únicamente en base a expectativas racionales de tal forma que su función de utilidad es consecuencia de la cantidad de beneficios que es capaz de generar para sí mismo, sin considerar las externalidades que su acción tenga para con los demás.

Si extendemos esta visión a una perspectiva macro, la función de utilidad de una nación sería la suma de todas las funciones de utilidad de los individuos más las externalidades positivas que generan, menos las externalidades negativas de todas y cada una de las acciones individuales.

No hay que confundir el flujo económico con el flujo fiduciario. Los beneficios que produce un país son de carácter cuantitativo, pero también cualitativo. La Contabilidad Nacional a este respecto, solo tendría en cuenta el flujo económico cuantificable en términos monetarios, pero no el flujo económico de beneficios no cuantificables.

Según Amartya Sen, que enriquece el concepto simplista de hombre económico del liberalismo, el ser humano cuando realiza actividades de carácter económico no solo tiene en cuenta la utilidad propia, sino que de forma natural intenta beneficiar a su propio entorno, preocupado de forma máxima, por no causar mal con sus acciones.

La función de utilidad nacional concebida desde esta perspectiva contendría en sí a otras dos funciones de utilidad bien diferentes ente sí. La primera sería cuantificable en términos cuantitativos, y la segunda no cuantificable en términos objetivos.

Que no se pague por un bien no significa que carezca de valor (Ej. Amas de casa), y en muchas ocasiones se puede estimar el valor de estos servicios a través del valor de bienes equivalentes en el mercado.

Una gran corporación que cotiza en bolsa y cuyo máximo objetivo es el de mantener el valor de las acciones y maximizar beneficios producirá externalidades negativas al detraer el beneficio de los stakeholders con los que se relaciona, pues aunque no busque el mal común, actuará de forma sesgada al únicamente intentar optimizar el beneficio de sus accionistas y el del interés estratégico de la empresa.

La gran corporación es una institución amoral, en el sentido de que la ética no tiene ningún tipo de jurisdicción en sus actuaciones. Son las personas las que están sujetas a la ética. Si el Consejo de Administración es elegido en base a criterios de capacitación y habilidades de max. de resultados, es un proceso aleatorio que estas personas consideren la ética como una variable a tener en cuenta. En muchas ocasiones es considerado como una variable que hace perder valor a la institución.

Las empresas de pequeña dimensión y en especial las empresas de carácter familiar, se caracterizan por la superposición de la familia y la empresa, y por la concentración de propiedad y gobierno en muy pocas personas, incluso en una única persona.

Esto tiene como consecuencia que este tipo de empresas se preste a una Dirección más humana, consciente de mucho más que el mero beneficio cuantitativo, capaz de evaluar los beneficios y pérdidas de cada uno de los individuos que interactúan con ella. La familia es una institución sobre la que existe una larga implicación ética que se manifiesta en su cultura a lo largo de generaciones.

El derecho nace como una manifestación práctica de la voluntad de justicia, y la milenaria tradición de estudio sobre la familia y las sociedades civiles es una garantía de la validez de estas instituciones.

La condición moral del individuo se traslada a la empresa familiar casi por osmosis, a través de la cultura empresarial reflejo de la familiar. La familia está dispuesta a asumir costes económicos en términos de eficiencia, esfuerzo y productividad, para atender necesidades no cuantificables. Ej. Un empresario puede aguantar el puesto de trabajo de un trabajador coyunturalmente no necesario a costa de reducir sus beneficios o incurrir en perdidas asumibles, consciente de la valía humana del empleado, y de las consecuencias que el despido tendrían sobre la familia de éste. Una familia empresaria puede alargar las jornadas de trabajo a términos insospechados para la empresa meramente capitalista para generar un beneficio suficiente que permita el mantenimiento de la actividad.

De hecho muchas multinacionales se benefician e imputan en su cuenta de resultados el beneficio no contabilizado por la pequeña empresa pero si generado.

Cuando las circunstancias de un mercado intenso en competencia hacen caer los precios de los productos de las PYMEs, este sacrificio no es por un aumento de la eficiencia empresarial en la fabricación del producto, sino un % de trabajo no cobrado.

El discurso ético tiene sentido desde un punto de vista micro, únicamente en la empresa en que la gerencia recae en una persona en la que a su vez recaen de forma última la responsabilidad y consecuencias de la acción empresarial. Y desde un punto de vista macro, considerando la responsabilidad social que tienen entre sí todos los grupos de interés, tanto privados como públicos.

El apoyo a la multinacional en los PVD, para beneficiarse de las externalidades que generan, no deja de ser una paradoja, ya que estas multinacionales llevan políticas de responsabilidad asimétricas en sus pañíses de origen y en los pVD. El apoyo a la empresa familiar es un apoyo a la calidad de vida de sus ciudadanos y al aumento del producto nacional en términos de beneficios económicos no fiduciarios.

 

 

El Hombre como activo fundamental en la Economía a la luz de “Caritas in Veritate”

XVII Asamblea General Ordinaria del Foro de Laicos. El tiempo que vivimos: libertad religiosa y crisis económica.

 

El Hombre como activo fundamental en la Economía a la luz de “Caritas in Veritate”

Antonio Franco Rodríguez de Lázaro
Antonio Franco Rodríguez de Lázaro

Antonio Franco Rodríguez de Lázaro, Catedrático de Estadística de la Universidad CEU San Pablo.

 

La falta de ética en la actividad económica es una cuestión que ha preocupado a los hombres desde la antigüedad. Ya en la Biblia aparece:

“Entre la juntura de las piedras se clava la estaca, y entre la compra y la venta se desliza el pecado”[1]. Eclesiástico 27,2

En las sociedades antiguas las grandes acumulaciones de capital pertenecían a familias y a individuos, y por tanto las decisiones económicas estaban impregnadas de ética, ya fueran buenas o malas. El ser humano tiene la capacidad inherente de ser ético, con independencia de la calidad de sus acciones.

Sin embargo, con la aparición del capital anónimo, que es un ente no humano, esta cualidad ética desaparece. El capital anónimo genera estructuras de poder despersonalizadas aunque estén formadas por hombres porque no sirven al propio hombre sino a la simple acumulación de capital.

Las entidades de capital anónimo, por tanto, no surgieron como entes éticos, sino para diversificar riesgos y generar beneficios cuantificables por terceros a los que deben un rendimiento, ya sea en dividendos o en valor de las acciones.

Si en esas organizaciones no hay hombres de un profundo calado ético, es tremendamente fácil que acaben tomando decisiones que sacrifiquen el bienestar general a cambio del personal.

A día de hoy estos procesos de control de las organizaciones proliferan a todos los niveles donde hay seres humanos coherentes y responsables para con su comunidad, sin embargo, la complejidad de los nuevos mercados multinacionales y de derivados financieros empieza a hacer ineficiente la capacidad de los estados de legislar, controlar y sancionar los comportamientos oportunistas.

El capital anónimo se alimenta del ahorro que procede del trabajo de las familias y  si las familias no son conscientes de la responsabilidad con los demás, con la sociedad global, y solo buscan maximizar su beneficio monetario, pueden perjudicar a otros colectivos desconocidos para ellas. La única forma de control ético del capital anónimo es que los ahorradores conozcan el destino cierto de estos recursos.

Por otro lado, es necesario que se propicien entornos de trabajo más humanos y organizaciones que atiendan las necesidades de los individuos que las conforman, mejorando sus condiciones de trabajo y posibilitando su desarrollo integral como miembros de nuestra sociedad. Los trabajadores deberán sentirse parte de la empresa, y dedicar sus esfuerzos al bien común en vez de partir de planteamientos egoístas.

La actual crisis económica está sirviendo de excusa para que algunas empresas bajen los salarios, aumenten las jornadas laborales de forma abusiva y reduzcan sus plantillas con el objetivo de maximizar beneficios, sin tener en cuenta las consecuencias que se derivan sobre los trabajadores y sus familias.

Los trabajadores por su parte se sienten utilizados, ven a la empresa como su enemigo y trabajan sin ilusión, tratando de maximizar su beneficio personal.

Ambos, trabajadores y empresas, no se sienten parte del sistema, e intentan evitar sus obligaciones con el Estado y, en última instancia, con el resto de la comunidad.

La necesidad ética llega incluso a los que integran los gobiernos y los partidos políticos, pues de no ser capaces de actuar de forma ética los ciudadanos estarán a expensas del poder económico de organizaciones de capital anónimo cuyos intereses no tienen por que coincidir con los generales. La crisis de la democracia liberal se hace evidente por la carencia de ideología que perciben los ciudadanos en los políticos, como individuos que únicamente buscan el voto sin ninguna aspiración de desarrollo de la sociedad.

El cumplimiento estricto de la política del bienestar se limita a garantizar mínimos, sin embargo, no contempla el perpetuo desarrollo al que el hombre debe aspirar. No basta con dar mínimos a los que menos tienen, es necesario que la sociedad entera mejore en todos los aspectos y especialmente en el ámbito cultural y espiritual.

“Caritas in Veritate” es ante todo un canto a la integridad del ser humano y una defensa de su desarrollo, pero no se propone ninguna medida de carácter concreto, simplemente nos pide un cambio de actitud en relación con los demás y muy especialmente en las relaciones de carácter económico que surgen en las sociedades y que deben ser éticas, solidarias y cuidadosas con el valor de la vida humana y su desarrollo. Nos corresponde a nosotros tomar las decisiones oportunas para lograr que el sistema económico y político de nuestras sociedades facilite y admita esa nueva forma de entender el valor.

La gran denuncia de la Encíclica es que la vida humana se considera como un bien material sujeto a la ley de la oferta y la demanda, supeditándose el desarrollo integral del hombre al desarrollo cuantificable de las Economías en términos monetarios.

La solución no es fácil, ni cortoplacista. Las políticas de la democracia liberal actual se orientan cada vez más a solucionar problemas a corto plazo sin contemplar el horizonte natural de una sociedad que aspira a vivir toda una vida.

¿Cómo podemos solucionar la decadencia de la ética en nuestros tiempos y garantizar la riqueza en el sentido más amplio para las generaciones venideras?

En primer lugar, no es nada nuevo, que la educación es la herramienta fundamental del futuro de una nación. La educación da al individuo fortaleza, conocimiento de los errores pasados, capacidad de resolver situaciones imprevistas y el tiempo de reflexión necesario para lograr el compromiso del nuevo miembro de la sociedad con los valores que la han sostenido. En este sentido, debo puntualizar que educación no es escolarización.

Una sociedad que aspira al crecimiento debe contar con los mejores profesionales, y si aspira a aumentar la calidad de vida de sus ciudadanos debe contar con las mejores personas. Es necesario que el individuo piense con autonomía para poder hacer suyo el comportamiento ético. También es necesaria una formación en valores, actualmente en desuso.

La educación actual tiene como principal objetivo la especialización de los futuros profesionales, dejando de lado una visión más amplia que aspire a la formación de hombres en el más amplio sentido de la palabra. Es necesario aumentar los niveles de exigencia, incrementar los conocimientos impartidos, fomentar el espíritu crítico y la capacidad de comprender la realidad.

En segundo lugar, siguiendo la distinción entre equidad y caridad, para que podamos ser caritativos antes debemos ser justos y dar a cada uno lo suyo. De la misma manera, no podemos consentir que organizaciones sin ánimo de lucro cuya finalidad es resolver problemas por los que otros generan un beneficio monetario estén sometidas a unas leyes del juego que las discriminan, impidiendo en ocasiones el ejercicio de su actividad.

Nuestra sociedad debe ser capaz de valorar las actividades desempeñadas de forma gratuita, pues la gratuidad no es sinónimo de ausencia de valor, aunque por desgracia en nuestros tiempos estos conceptos se equiparan con demasiada frecuencia.

Para que sea posible la libre competencia es necesario que los individuos concurran en igualdad de condiciones para poder negociar, sin embargo, en la realidad siempre uno de los negociadores posee mayor poder de negociación. Si la transacción se realiza conforme al valor de uso de los bienes la transacción será justa, pero si se realiza en relación al valor de cambio, influido por el poder de negociación, se estará practicando un abuso del otro, y por tanto no habrá libertad. Por tanto la sociedad necesita de hombres éticos para poder disfrutar de una economía justa.

En tercer lugar, es fundamental el facilitar y promover relaciones económicas basadas en el principio de convivencia, para los no creyentes, ó de comunidad cristiana para los que estamos aquí, en las que ganamos todos. Estas relaciones que se dan con frecuencia en el seno de las familias, entre las amistades, incluso de forma informal en el seno de las empresas y que resuelven problemas que de otra manera no podrían ser solucionados están siendo gravemente amenazadas, por la creencia extendida de que el único valor es el dinero.

La Economía está impregnada de fe con minúscula. Cuando realizamos una transacción tenemos fe en recibir la contrapartida, cuando aceptamos un billete tenemos fe en que vale lo que dice valer, y lamentablemente, se suele creer que el hombre es un ser egoísta que solo mira por su propio beneficio y que el mundo no puede cambiar. Esto es algo profundamente anticristiano, pues Cristo realizó el sacrificio máximo que es dar su vida por nosotros para que cambiáramos y fuéramos hombre nuevos.

¿ Por qué nosotros no creemos que podemos cambiar ?

Los economistas somos en gran medida responsables de este equivoco al no tener en cuenta la generación de valor de forma gratuita. El siglo XXI, nos exige medir la realidad tal y como se presenta, y lo más difícil, preocuparnos más por la calidad de las relaciones humanas que por la cuantía de las transacciones que generan.

En cuarto lugar, es necesario volver a tener pirámides de población equilibradas con generaciones de jóvenes con capacidad para el desempeño de sus trabajos y oportunidades para el mantenimiento de sus familias. Si no fomentamos la familia y las oportunidades para las nuevas parejas de tener hijos estaremos abocados a movimientos migratorios masivos que amenazan incluso con hacer desaparecer las identidades nacionales. En vez de promover el aborto, se deben dar alternativas que respeten la libertad de la madre y el derecho a la vida del nonato.

La vida humana es nuestro mayor tesoro y debemos protegerlo desde la conciencia, la lógica y el dialogo.

La familia debe ser la institución fundamental en la que se base la comunicación de la justicia y la bondad de nuestros ciudadanos.

En quinto lugar, y siendo conscientes de que es la medida más difícil e incontrolable desde la autoridad, todos y cada uno de nosotros debemos asumir el compromiso que tenemos para con nuestros semejantes sea donde fuere el lugar que ocupemos en la sociedad, siguiendo el mandato: “Amaros los unos a los otros como yo os he amado”. Si no somos capaces de abrir los ojos y contemplar como la riqueza fluye a nuestro alrededor en forma de intangibles y bienes libres, que la integridad y el respeto son valores de inmenso valor, que la decencia de los otros es la garantía de nuestra propia seguridad,… Si no somos capaces, las dinámicas miopes del beneficio a corto plazo hipotecaran el bienestar futuro de la humanidad entera.

Estamos en un momento crucial para el futuro de la Humanidad, en el que se presiente un cambio en el modelo social y en el modelo económico, ambos interdependientes. Necesitamos nuevos modelos más acordes con nuestra condición de seres humanos para no tener que vivir una bipolaridad entre nuestra actuación económica y nuestro sentir ético.

Como conclusiones:

  1. Hay que ser consciente de que la situación actual es insostenible a largo plazo.
  2. El cambio debe empezar por nosotros mismos con un cambio de actitud, más responsable para con los demás.
  3. Hay que tener Fe en la Verdad Absoluta y en la capacidad de conversión del ser humano.
  4. La pregunta de si es posible una nueva sociedad sin Dios. Para un católico la respuesta es evidente, sin embargo, debemos confiar en la bondad del ser humano aunque carezca del don de la Fe. El S.P. Benedicto XVI recurre al término “logos” para referirse a esa voz interior que nos dicta lo que debemos hacer, y este término apela a todos los individuos con independencia de su condición religiosa.
  5. El enemigo del hombre es todo lo que le deshumaniza y le hace vivir conforme a unas reglas al margen de la ética.
  6. El mayor activo es el ser humano, el alma humana, su condición ética  y su creatividad.
  7. Si avanzamos en la dinámica del comportamiento egoísta de los agentes económicos retrocederemos a una nueva sociedad espartana en que el ser humano es prescindible si no es capaz de sostenerse por sí mismo frente a sus semejantes con una actitud beligerante.
  8. El hombre con sus buenas acciones debe aspirar a transformar su entorno inmediato y contagiar a los demás de ese espíritu.

 

 



[1] http://www.vatican.va/archive/ESL0506/__PTD.HTM

Del darwinismo económico a la simbiosis económica

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La vida es sinónimo de gestión de recursos y de equilibrio en las relaciones. Cuando un ecosistema  crece o un organismo goza de salud es fundamentalmente porque todas las relaciones existentes con el entorno son saludables.

No es de extrañar que la Economía Teórica siempre haya tenido en cuenta los avances de la Biología y los postulados generalistas sobre el comportamiento de los organismos vivos y sus comunidades. El ejemplo más claro es la translación del concepto de competencia de los seres vivos al Darwinismo Social en los postulados liberales como ya comentábamos en capítulos anteriores.

En el evolucionismo clásico la competitividad es el mecanismo que selecciona a los competidores mas fuertes y con mayor capacidad de adaptación, justificando así la evolución de las especies. En la nueva concepción de la evolución denominada Endosimbiosis es la colaboración de los organismos vivos la que permite la aparición de nuevas especies  cualitativamente más avanzadas.

El ser humano es un ser vivo, y como tal vive. Es consciente de la realidad parcial a la que tiene acceso e intenta con esa información tomar decisiones basadas en los criterios que el considera correctos para dar validez a sus acciones. Pero el acto de vivir contempla un mundo más complejo que el hombre es incapaz de asumir en su totalidad. La multitud de relaciones que se dan dentro de su organismo son incontrolables desde la conciencia, y las que se establecen con el entorno no siempre responden a una cierta lógica, sino al instinto, la casualidad y las apetencias más animales.

El esfuerzo del hombre por alejarse de su condición animal y convertirse en un ser más elevado y digno le hacen abrazar códigos morales, éticos y lógicos que son en sí mismos una abstracción que ha de revisarse a medida que la especie evoluciona, transforma su entorno y sus relaciones, y es mas consciente de forma grupal de la realidad en la que está inmersa.

Los eucariotes, primeros organismos dotados de núcleo, aparecen hace 3500 años y de acuerdo con la teoría de la Endosimbiosis, fueron el resultado de una asociación simbiótica de seres mas primitivos como las bacterias que son microorganismos mas pequeños  y sin núcleo.

Las células eucariotas son comunidades integradas de procariotas que establecen entre sí relaciones mutuamente beneficiosas en lugar de entrar en conflicto y destruirse. Son algo así como poblaciones de bacterias con genomas distintos. Estas asociaciones dieron lugar a un nuevo tipo de organismo evolutivamente mas avanzado con una ADN propio.

Teniendo en cuenta que los organismos vivos que aparecerán más tarde están formados por células, la simbiosis se revela como una relación fundamental para la aparición de formas de vida más complejas. Sin las células eucariotas, y por tanto sin la simbiosis, no existirían ni plantas, ni animales, y por tanto, tampoco el hombre.

En los últimos 150 años, hemos creído que la evolución es el resultado de la competición, la depredación y la “ley del mas fuerte”: “solo los mas aptos sobreviven y se reproducen”. La nueva teoría de la Endosimbiosis[1] sostiene que no es la depredación sino la simbiosis lo que causa un importante cambio evolutivo. Los descubrimientos de Lynn Margulis[2] son transcendentales, pero son desconocidos por la mayoría de las personas y por tanto no han ejercido influencia alguna sobre nuestro punto de visa sobre la evolución.

El Darwinismo condiciona el pensamiento social con toda una serie de prejuicios que condicionan la forma de actuar de los agentes que creen en el maniqueísmo (sólo existen buenos y malos), en que el débil siempre pierde, en que solo los fuertes viven y prevalecen y además que el conflicto es inevitable para la obtención de recursos. Desde este punto de vista la lógica vital se basa en la supremacía de los más aptos y poderosos y en el sometimiento o sacrificio de los más débiles.

Estas ideas se ajustan perfectamente a ámbitos de depredación, pero no explican ni favorecen la aparición de formas de vida diferentes más complejas y avanzadas.

Un ser humano es una comunidad simbiótica compuesta por entre 10 y 50 billones de células eucariotas que se ayudan recíprocamente y se relacionan con todo tipo de microbios en el interior de nuestro cuerpo. Se estima que estos microorganismos podrían ser de entre 10 a 100 veces más numerosos que nuestras células. Esta relación ha de ser satisfactoria, pues de no serlo, en régimen de depredación nuestras células perecerían debido a la enorme desventaja numérica frente a los microbios que cohabitan con ellas. En una persona sana el beneficio mutuo es innegable, dependemos de ellos para seguir funcionando correctamente así como ellos dependen de nuestros organismos constituyentes.

Las funciones vitales del cuerpo humano son posibles gracias a esta cohabitación, y por ello deberíamos considerar a estos seres microscópicos como elementos constitutivos de nosotros mismos. El ser humano es en si mismo una estructura de relaciones simbióticas.

También cohabitamos con todo aquello que empieza donde termina nuestra piel y es necesario que al menos en un grado suficiente nuestras relaciones sean mutuamente beneficiosas.

Josep Burcet Paris 2002

Según Josep Burcet[3], nuestra condición simbiótica nos impone una estructura de relaciones en 4 planos fundamentales:

  1. Plano intracelular. En el que se desarrollan las relaciones entre los elementos constitutivos de la célula de carácter mutuamente beneficiosas y complementarias.
  2. Plano intercelular. La relaciones de dependencia recíproca que nuestras células tienen entre sí.
  3. Plano intermicrobiano. Las interacciones que se establecen entre la comunidad microbiana y nuestras propias células de carácter indispensable y vital para nuestra propia existencia.
  4. Plano del entorno externo. Que contiene todas las relaciones que establecemos con el resto de seres vivos.

La fobia a los microbios presente en el imaginario colectivo, según la cual los virus, las bacterias, los hongos y demás microorganismos son agentes patógenos, sería un prejuicio absurdo, pues aunque algunos de ellos sean nocivos para la salud, la gran mayoría no lo son. En circunstancias anómalas los microbios pueden llegar a ser peligrosos pero también en circunstancias normales son extremadamente beneficiosos.

Es muy posible que la enfermedad, las infecciones, la decadencia, y la muerte natural solo acontece cuando nuestros equilibrios simbióticos internos decaen y se degradan mas allá de un cierto umbral. Lo que parece indudable es que la disminución de la cantidad y la calidad de las relaciones simbióticas dentro del ser humano producen una caída de la eficiencia vital.

La translación de estas ideas al marco del pensamiento económico supone un cambio de paradigma. La actividad económica también alberga depredación, parasitismo, necrosis, simbiosis y de forma similar a lo que ocurre en el cuerpo humano la estructura de estas interacciones afecta a la eficiencia de todo el conjunto.

La gestación de la actual crisis la podemos situar entre el 2004 y el 2007, momento en que el disminuyen las relaciones de carácter simbiótico y aumentan las relaciones de depredación, parasitismo y necrosis.

  1. Se intensifican las relaciones de depredación con la proliferación de la especulación entorno a la burbuja inmobiliaria y el comercio con productos financieros basura. El poder político-económico abusa de su posición para practicar el saqueo (el agujero financiero iniciado por la caída de Lehman Brothers provoca el trasladado a las arcas públicas de la deuda tóxica y afecta a todo el sistema facilitando la toma de empresas y consejos de administración).
  2. Aumento del parasitismo: Aumenta el despilfarro en las administraciones públicas financiando actividades improductivas, clientelistas que no generan valor añadido, suntuarias o desmesuradamente costosas, buscando convencer al electorado de la buena marcha de la economía a costa de hipotecar el futuro.
  3. Incremento de las relaciones necróticas: En estos años asistimos a guerras regionales y muy especialmente a la guerra de Irak que provocan la muerte y la destrucción de riqueza, además de presupuestos en defensa muy altos y expansivos que no fomentan la riqueza global del sistema local y destruyen el sistema atacado.
  4. Reducción de la simbiosis económica: la guerra supone la extinción de las relaciones de colaboración, por otro lado, la expoliación económica causa  la perdida de la confianza y a medio plazo la extinción de las relaciones de mutuo beneficio.

Durante este periodo las actividades destructoras de valor y clientelistas se nutren abundantemente del crédito disponible en detrimento de las que generaban valor añadido.

El FMI publica el 10 de enero del 2011 un informe[4] en el que pone de manifiesto el fracaso del Fondo para detectar la gestación de la crisis. Según este informe el FMI no solo no alertó sobre la inminencia de la caída de la economía sino que profetizó que la economía crecería de forma espectacular. Además recomendó las prácticas de innovación financiera tan comunes en aquellos años en Estados Unidos y Reino Unido, que mas tarde propiciarían la crisis y el desplome del sistema financiero.

Estos tipos de errores serían cada vez mas frecuentes incluso cuando estábamos ante la explosión de la crisis, lo que llama especialmente la atención si tenemos en cuenta que este máximo órgano económico mundial cuenta con centenares de economistas de élite en nómina.

«El FMI no anticipó la crisis, su ritmo ni su magnitud y, en consecuencia, no pudo advertir a sus miembros», reconoce el informe de  Strauss-Kahn[5], actual Director Gerente del FMI. Achaca esta falta de capacidad para la detección de la crisis a la falta de comunicación interna entre los distintos departamentos, a las presiones sutiles de las corrientes dominantes y a la homogeneidad de las visiones teóricas de los economistas (liberalismo y keynesianismo). Estos cuerpos teóricos se encuentran en la fase terminal de su ciclo de vida[6].

La influencia de los países ricos en el FMI impidió el diagnóstico de la crisis según el informe de la IEO (Oficina Independiente de Evaluación). Entre los economistas del Fondo predominaba la mentalidad de que era poco probable que las economías avanzadas fueran la chispa de una importante crisis financiera debido a su maestría en cuestiones monetarias y regulatorias.

El informe sostenía que los funcionarios del Fondo no se atrevieron a denunciar a las economías avanzadas porque solo tenían acceso limitado a datos bancarios y una comprensión menor de lo que estaba ocurriendo en algunos mercados financieros concretos. Muchas economías desarrolladas no fueron sometidas al «ejercicio de vulnerabilidad» diseñado para identificar a los países susceptibles de caer en una crisis, mientras que los países emergentes si lo fueron.

El informe señala además que el personal del Fondo se sentía más cómodo prescribiendo políticas para los países emergentes, lo que provocó las quejas de China y de otros países en vías de desarrollo aduciendo que la supervisión del FMI carecía de imparcialidad. La opinión de los funcionarios del Fondo solía coincidir con la de Estados Unidos, Reino Unido y otros países desarrollados acerca de que sus sistemas financieros no eran vulnerables frente a una posible crisis.

Según la IEO: «La opinión mayoritaria entre el personal del FMI – un grupo cohesionado de macroeconomistas – era que la disciplina de mercado y la autorregulación bastarían para evitar problemas graves en instituciones financieras».

Con frecuencia el personal del Fondo era presionado por las economías desarrolladas para alterar o rebajar el tono de sus informes. Aunque el informe no nombra a responsables, sí destaca que no hubo «presiones explícitas» por parte de Estados Unidos, sin embargo en otras economías avanzadas las autoridades tenían un enfoque de mano dura, ejerciendo una presión explícita para rebajar los mensajes críticos.

El informe de la IEO también denuncia que en muchos casos, los trabajadores del Fondo se censuraban entre si porque creían que había límites a lo que pudieran decir sobre las economías mas grandes, aunque no hubiera una presión directa (mente colmena). En algunas ocasiones en las que los economistas del FMI criticaban la política de un país en concreto, la dirección del FMI se alineaba con las autoridades locales en lugar de respaldar a su personal.

Ahora, a principios del 2011, se están empezando a realizar algunas reformas: un nuevo ejercicio de alerta temprana y de vulnerabilidad para las economías avanzadas; una mayor integración del análisis y del mensaje sobre perspectivas económicas y estabilidad; la elaboración de un informe regular sobre la estabilidad de países sistémicos, así como de riesgo de contagio entre economías.

Los gobiernos están desarrollando nuevas regulaciones basándose en la experiencia de la burbuja inmobiliaria y se empiezan a practicar nuevas políticas mas austeras en el ámbito de las administraciones públicas. Si se mantienen este tipo de ajustes saldremos de la fase aguda en que se encuentra la crisis mundial. Sin embargo, reaparecerán de nuevo en unos años si la actitud básica de la población no persigue la depredación y el parasitismo debido a la ilusión colectiva de querer obtener mucho, de forma rápida y a corto plazo.

El nuevo modelo económico debería tratar de:

  1. Aumentar la simbiosis en el sistema, es decir favorecer las relaciones del tipo ganar-ganar.
  2. Disminuir el volumen de depredación.
  3. Disminuir las practicas parasitarias de todo tipo.
  4. Impedir el uso necrótico de los recursos y de las prácticas en que todas las partes involucradas salen perdiendo.

Plantear esto significa cambiar la práctica económica habitual, lo que supondría una operación muy ambiciosa y extremadamente compleja, ya que habría que transformar dos estructuras socioculturales muy rígidas y sometidas a una gran inercia: los marcos institucionales, y la actitud de la población (basada en la forma de pensar y de sentir).

Según J. Burcet[7], hay tres tipos de cambios institucionales:

  1. Cambios de crecimiento, en los que no se modifica la actividad, sino que se amplia. Se potencia lo que ya existe y se le da una dimensión mayor. El destino está claro para todo el mundo: ir a más. El objetivo es una proyección del estado presente a una escala más grande y solo se requiere planificar el calendario y los pasos a realizar en cada momento.
  2. Cambios de transición que producen una situación nueva en que la estructura es distinta aunque está construida sobre los conceptos anteriores. Este tipo de cambios es necesario cuando el entorno exterior se modifica de forma importante y la organización necesita adaptar su estructura interna, aunque lo hace con la cultura organizacional existente. No se modifican los paradigmas básicos y la metaforización de la situación precedente sirve para enfrentarse a las nuevas situaciones.
  3. Cambios de transformación que producen una nueva estructura, pero ahora esta se basa en conceptos nuevos. Es el cambio más profundo y complejo de todos y significa una auténtica transfiguración de la organización porque se modifican substancialmente las formas de pensar, creencias, sentimientos, valores y todo aquello que la comunidad asumía que era «bueno», «acertado» y «auténtico». Requiere, por tanto, un cambio de mentalidad de los individuos. En este tipo de cambios la reforma no puede realizarse por etapas porque se trata de un proceso que lo engloba todo y comporta una importante transformación de la cultura. Cuando se implementa el cambio, los miembros de la organización perciben la realidad de forma diferente e incluso se modifica la autopercepción y la imagen que tienen de su comunidad.

También se caracterizan porque en el inicio no se tiene una idea demasiado precisa de cual va a ser el resultado, a diferencia de lo que ocurre en los cambios de crecimiento o transición. Las expectativas del resultado posible se perfilan a medida que se avanza en la transformación.

El proceso para alcanzar la Economía Simbiótica pasa por un cambio de transformación, lo que implica:

  1. La aceptación por parte de los agentes de las reglas del juego basadas en las relaciones del tipo ganar-ganar y el rechazo a las relaciones que perjudican al resto de simbiontes y al ecosistema económico,
  2. La comprensión de lo que significa formar parte de un todo económico y de las ventajas inherentes a un escenario de mercado en que se vigila el beneficio y la perdida desde un punto de vista recíproco.
  3. La participación entusiasta para poder crear nuevas formas de generación de riqueza y establecer relaciones simbióticas de alto rendimiento con el nuevo entorno económico y sus participantes.

Este cambio no significa de ninguna forma abolir las instituciones de nuestros sistemas sino cambiar la dirección en que realizan sus funciones. No estamos hablando de una revolución violenta sino de una revolución pacífica y voluntariosa que haga que cambiemos nuestras formas de entender el mundo. En vez de luchar contra los enemigos económicos buscaremos aliados dispuestos a crear riqueza a través de relaciones gobernadas por la ilusión y el ánimo de mutuo beneficio.

Es importante entender que las acciones de carácter autoritario de las administraciones y empresas no son útiles desde la perspectiva simbiótica. El esquema de “ordeno y mando” como medio para lograr que se cumplan de forma estricta los objetivos del poder supone un marco demasiado estrecho, ya que no puede contemplar todas las posibilidades de creación de riqueza. Estos objetivos generalistas dictados desde el poder serán siempre parciales pues están basados en teorías económicas que cada día gozan de menos eficacia en los países desarrollados.

En esto liberalismo y simbiótica coinciden, es fundamental respetar la libertad de los agentes económicos, aunque la nueva economía exige además que se respete su dignidad, capacidad de generar riqueza y naturaleza propia como simbionte.

La libertad y el entusiasmo son las mejores herramientas para poder implementar este cambio de transformación que debe lograrse lo antes posible, lo ideal sería de forma simultánea. Por esa razón el entusiasmo es vital, y la libertad es ineludible para optimizar la capacidad de improvisación y adaptación al nuevo corpus de comportamiento consuetudinario.

La Historia nos muestra que el comerciante no ha sido siempre un depredador, sino más bien un colaborador preocupado por enriquecer a su cliente. La cuenta de resultados pasa a ser una preocupación casi inexistente, pues la dinámica simbiótica garantiza por un lado el crecimiento de las transacciones comerciales y por otro la preocupación mutua de los participantes por el bienestar recíproco en la relación simbiótica.

Algunos políticos creen que pueden lograr el bienestar social y el crecimiento económico a golpe de normas acordes con las teorías clásicas. Este tipo de actuaciones no cambiará la mentalidad de la población, siendo necesario otro tipo de formas de hacer política que busquen la complicidad y la unión frente al enfrentamiento. El conflicto es causado por la perversión que supone que relaciones de carácter inherentemente colaborativo hayan acabado transformándose en relaciones de depredación y parasitismo.

¿Cómo podemos lograr ese entusiasmo, esa complicidad y esa libertad?

Primero, contagiándonos nosotros y contagiando a nuestro colectivo. El concepto básico de la simbiótica coincide con principios tan tradicionales y arraigados como el “ama a tu prójimo como a ti mismo”, o “ no hagas aquello que no quieres que te hagan”. El motor de la simbiótica no se nutre con cambios teóricos, sino con posturas realistas y acciones generalizadas de personas que cuidan unas de otras y organizaciones que buscan crear valor antes que competir y tiranizar el mercado.

La función de la política es velar por un mercado sano y libre y para eso no vale “el acero frente a la tiza”. Aunque los sistemas económicos necesitan formación técnica para los trabajadores, aun necesita mas una formación humanista que nos haga llegar el valor de la vida y del alma de un hombre como el máximo exponente de la generación de riqueza.

Necesitamos mas Democracia que nunca, una descentralización del poder más a la manera de las organizaciones familiares que de los arquetipos anarquistas. La soledad no será posible en un mundo gobernado por la simbiosis, pues el aislamiento es sinónimo de necrosis y perdida de valor.

La vieja tendencia a la dictadura y al gobierno personalista ha de quedarse a un lado, pues es el momento de que la población disfrute de la libertad, el compromiso y el poder que le confiere ser el motor económico real para desencadenar el cambio a la simbiótica.

Estamos asistiendo a una explosión en el crecimiento de las actividades colaborativas que crecen de forma exponencial, a la aparición de un nuevo conocimiento, y sin embargo, parece que algo frena el cambio.

La ciencia institucional no ayuda. Se llevan con mayor rigor las cuestiones de procedimiento y protocolo que la revisión de los postulados científicos. El dogma ha aparecido en la ciencia y muchos científicos consideran algunos postulados incuestionables. Les es más fácil “vender” sus proyectos en esta falsa seguridad.

 


[1] Lynn Margulis y otros

[2] Margulis, Lynn (2003). Una revolución en la evolución: Escritos seleccionados (1ª ed. edición). Universitat de València.

[3] http://www.burcet.net/admin/mail_2011_febrer_023_redi_cap_6.asp?param=9319334233107

[4] IMF Performance in the Run-Up to the Financial and Economic Crisis: IMF Surveillance in 2004–07

[5] http://www.expansion.com/2011/02/10/economia/1297357141.html

[6] http://www.burcet.net/par_interac/tcs_aprender_a_ganar.asp

[7] http://www.burcet.net/gestion_cambio/gestion_cambio_3.asp

El origen del dinero

civilizacion fenicia

El dinero no refleja plenamente el nivel de satisfacción de un individuo, ni de una sociedad. Es cierto que el dinero produce felicidad, pero no la produce toda.

En un intercambio comercial se barajan dos dimensiones. De una parte, el dinero que sirve de medio para pagar un precio que se refiere a una mercancía o servicio, esto es, el vehículo del intercambio material. Por otra parte, en el proceso de negociación fluyen otros activos no materiales que enriquecen a los negociadores, como la confianza mutua, o el deseo de mantener nuevas relaciones comerciales futuras en base a la satisfacción que el hecho de negociar supone, y la confianza que actúa como una forma de garantía no formal.

El mercado como escenario de las negociaciones no debería ser considerado desde una perspectiva simbiótica, sin considerar estas variables intangibles del proceso de negociación. Analizando la aparición del dinero podemos contemplar como es un vehículo insuficiente para canalizar toda la dimensión de la relación comercial.

El dinero cubre el pago de la mercancía, pero no cubre otras transacciones de carácter no monetario y que añaden valor a los procesos de negociación. Un agente económico que únicamente se preocupe por el precio en términos económicos no tendría en cuenta ninguna perspectiva de futuro, ni sería consciente del sentido último del bien, que es cubrir las expectativas del consumidor que le motivan a la hora de demandar. Una vez pagado el precio, se extinguirían todas las implicaciones entre los agentes de la transacción.

El dinero es en sí mismo un enigma desde el punto de vista de la filosofía social y de la Economía práctica. El intercambio de mercancías surge para cubrir las necesidades de las partes, sin embargo, el dinero en sí mismo no es capaz de resolver ninguna necesidad. Ni el intercambio basado en monedas, ni en metales o piedras preciosas refleja la voluntad de cubrir las necesidades de las dos partes.

Desde su aparición, el dinero ha sido un bien deseado por todos los comerciantes, aunque  no parece servir a ningún propósito útil. La pregunta fundamental que surge desde la inquietud económica, expresada por Carl Menger[1], fundador de la Escuela Austriaca de Economía, es: ¿Cuál es la naturaleza de esos pequeños discos o documentos que en sí mismos no parecen servir a ningún propósito útil y que, sin embargo, en oposición al resto de la experiencia, pasan de mano en mano a cambio de mercancías más útiles, más aun, por los cuales todos están tan ansiosamente dispuestos a entregar sus productos? ¿Es el dinero un miembro orgánico del mundo de las mercancías o es una anomalía económica? ¿Debemos atribuir su vigencia comercial y su valor en el comercio a las mismas causas que condicionan los de otros productos o son ellos el producto preciso de la convención y la autoridad?

A día de hoy no disponemos de una explicación adecuada, ni siquiera hemos llegado a un acuerdo sobre su naturaleza o sus funciones. La primera idea que intento explicar el dinero como medio de cambio corriente y universal, fue la de someterlo a una convención general, una disposición legal. El problema consiste en explicar una forma de actuación, homogénea y general, que los seres humanos adoptan al establecer relaciones comerciales y que si se considera de forma concreta, busca el beneficio del interés general, aunque sin embargo, parece poner en conflicto los intereses más cercanos e inmediatos de las partes contratantes.

La emisión de monedas portando escudos y representaciones de naciones y jefes de estado se ha entendido como un signo de regulación, lo que hecho suponer que ciertas mercancías, los metales preciosos en particular, han sido promovidas como medio de cambio por una convención o ley general, en interés del bien público. Ésta es la opinión de Platón, Aristóteles y los juristas romanos, seguidos muy de cerca por los escritores medievales. Los mayores avances modernos en cuanto a la teoría del dinero no han ido, en esencia, más allá de este punto de vista.

Sin embargo, respecto a esta teoría surge la duda respecto a que un acontecimiento tan notorio y universal, como el establecimiento de un convenio o ley general de un medio de cambio universal habría quedado registrado en la memoria. Pero no existe ningún documento histórico fiable donde quede reflejado este convenio.

La mayoría de los teóricos que abordan este tema lo hacen desde una perspectiva diferente que se centra en la peculiar adaptabilidad de los metales preciosos para acuñar monedas como observaron Aristóteles, Jenofonte y Plinio, y más recientemente John Law, Adam Smith y sus discípulos, postulando que estas cualidades especiales suponen una explicación para su elección como medio de cambio. Esta explicación introduce una presunción y es que la de la elección desde el poder establecido de los metales preciosos por sus cualidades para acuñar monedas,  suponiendo un origen pragmático del dinero. No queda claro como pudo se promovido el uso de este tipo de mercancías ni como se las aceptó como medio de cambio legalmente reconocido.

Esta hipótesis no solo afecta a la explicación del origen del dinero sino también a su naturaleza en relación con el resto de mercancías.

Si nos adentramos en los albores del comercio, el hombre primitivo fue tomando conciencia de forma gradual de las ventajas que supondría el intercambio comercial. Sus objetivo básico es adquirir las mercancías que necesita y rechaza las que no necesita o ya posee de manera suficiente. Esto supone una clara restricción al volumen de acuerdos comerciales basados en el trueque, aun más si tenemos en cuenta, lo difícil que resulta que el intercambio de mercancías genere un superior valor de uso tras el intercambio para los participantes, o la dificultad del encuentro entre ellos en las condiciones y momento adecuados para que oferta y demanda coincidan cuantitativamente. Estas dificultades se habrían convertido en obstáculos insuperables para el progreso del comercio, y para la producción de bienes en forma de excedentes.

Esta visión del comercio primitivo hace que surja la teoría de la liquidez de las mercancías, que tiene una enorme importancia para la teoría del dinero y del mercado en general. La teoría del dinero necesariamente presupone la existencia una graduación en la liquidez de los bienes, siendo el dinero solo un caso especial de un fenómeno genérico de la vida económica, la diferencia de liquidez de las mercancías en general.

Debemos establecer una distinción entre el precio ofrecido por un demandante y el precio solicitado por el oferente; el precio al que podemos comprar voluntariamente una mercancía en un momento determinado y en un momento dado, y el precio al cual podemos desprendernos voluntariamente de ella son dos magnitudes esencialmente diferentes.

En una negociación sujeta a un mercado en el que no existen medios de cambio generalmente aceptados, y por tanto, el intercambio se perfecciona a través del trueque de mercancías, una de las dos partes, demandante u oferente, deberá asumir la perdida del diferencial entre ambos precios al no estar referidas las mercancías a una unidad de medida que permita comparar su valor.

Cuanto menor sea el margen entre el precio ofrecido y el solicitado  de una mercancía, mayor tenderá a ser su grado de comercialización, es decir, será más rápido y frecuente el llegar a acuerdos en el intercambio de este tipo de mercancías.

Una mercancía será más o menos líquida de acuerdo con el grado de facilidad en que se puede vender en el mercado, en cualquier lugar o momento del tiempo, haciendo mínima la diferencia entre el precio ofrecido y el solicitado.

El precio económico de un bien es el que surge de un encuentro perfecto entre oferta y demanda, pero esto presupone el cumplimiento de la teoría del “equivalente objetivo en los bienes”, sin embargo, incluso en los mercados más desarrollados podemos observar que determinados bienes debido a su bajo nivel de liquidez pueden llevar a que el oferente deba esperar largos periodos para poder realizar el intercambio acercando el precio solicitado al precio económico, es decir a aquel precio que refleja la situación económica general.

El intervalo de tiempo dentro del cual puede considerarse viable la venta de un producto a precios económicos resulta imprescindible a la hora de analizar su liquidez.

Sería un error suponer desde un punto de vista económico que dado un momento y un mercado determinado, todas las mercancías guardarían una exacta relación de intercambio, en otras palabras, que podrían ser intercambiadas a voluntad en cantidades definidas. La realidad demuestra que no solo no se da esa correspondencia, debido a los cambios coyunturales, si no que ni tan siquiera el precio de compra y el de venta del mismo producto por el mismo individuo tienen por qué coincidir, resultando por tanto ambos precios dos magnitudes esencialmente diferentes.

Si la teoría del equivalente objetivo en los bienes fuese correcta, el comercio y la especulación serían actividades sencillas, debido a que sería tan fácil adquirir como desprenderse de las mercancías. Aun en los mercados mejor organizados, aunque podamos comprar lo que deseamos cuando lo deseamos al precio solicitado, sólo podemos desprendernos de ello cuando y como queramos a pérdida, es decir, a un precio ofrecido inferior. Cuanto menor sea la diferencia entre el precio solicitado y el precio ofrecido, mayor tiende a ser el grado de liquidez del bien, debido a que la transacción se realiza de forma más rápida al ser menor el diferencial entre el precio ofrecido y el precio solicitado.

Otro factor a tener en cuenta, respecto de la liquidez de los bienes, es el cuantitativo, ya  que el mercado puede no absorber todo lo ofertado al precio solicitado por el oferente. Cuanto mayores sean las cantidades ofertadas, mayor será la posibilidad que de querer desprenderse del total de la mercancía, el oferente deba aceptar un precio inferior, o esperar hasta que la demanda acepte su precio de oferta.

En los grandes centros de intercambio de todos los tiempos han existido determinadas mercancías con una demanda mayor, más constante y efectiva que el resto, adecuadas para los fines de quienes tenían la capacidad de comerciar y deseaban hacerlo, debido a la relativa escasez de estos productos y a la permanentemente imperfecta satisfacción de su demanda. El que posee este tipo de productos se encuentra en una posición de ventaja si pretende comerciar con ellos, ya que tiene la perspectiva de conseguir los productos en el mercado con mayor facilidad y seguridad, y debido a la fuerte de demanda del producto que se ofrece, a precios acordes con la situación económica general, esto es, precios económicos.

Cuando un agente ofrece en el mercado productos que no son altamente líquidos, si no encuentra una contrapartida acorde con su precio solicitado aceptará bienes de mayor liquidez como medio de pago por que así aumentan sus posibilidades de encontrar su bien demandado y se reducirá el tiempo de la transacción. Aunque no logre de inmediato el objetivo final de su comercio, es decir, los productos que en realidad necesita, si se acerca de forma más rápida a su objetivo.

Con el paso del tiempo, este tipo de razonamiento económico se fue perfeccionando y extendiéndose en número de transacciones y mercados, y por tanto clasificándose los productos en base a su carácter costoso, por su facilidad de transporte y su posibilidad de preservación, en relación a una demanda estable y ampliamente distribuida. Los bienes capaces de representar en poco espacio gran valor, ser fácilmente transportables y conservables comenzaron atorgar poder económico a sus poseedores, protegiendo su capacidad adquisitiva a lo largo del tiempo y el espacio.

La multiplicidad de transacciones en torno a este tipo de bienes, el aprendizaje de los agentes económicos en torno a sus cualidades, ha hecho que se conviertan en medios de cambios generalmente aceptados.

El hábito constituye un factor muy significativo en la génesis de estos medios de cambio de utilidad general. Al principio, no todos los agentes de un mercado aceptarían este tipo de bienes, debido a que en principio, no cubren sus necesidades de forma directa, sin embargo, a medida que aumentan el número de transacciones y los individuos que participan en ellas aceptando este tipo de mercancías, estas acabaran siendo aceptadas de forma general como medios de cambio.

Solo podemos entender el origen del dinero como el establecimiento de un procedimiento social que aparece de forma espontánea, como la consecuencia no prevista de la actuación de los miembros de una sociedad que poco a poco fue discriminando los bienes en función de su grado de liquidez.

Cuando los medios de cambio generalmente aceptados se transforman en dinero, el primer efecto es un aumento de su liquidez, originalmente más alta que la del resto de bienes. Este incremento de liquidez tiene como consecuencia última que el sentido último de la transacción ya no sea cubrir necesidades del oferente, si no conseguir dinero como medio para cubrir las necesidades actuales y futuras.

El dinero garantiza la cobertura de estas necesidades al ser aceptado por todos los oferentes, y el que acceda al mercado con bienes distintos del dinero se situará en una posición de desventaja debido a la menor liquidez de sus bienes, viéndose obligado a aceptar un precio inferior al precio solicitado para realizar la transacción de forma inmediata, o a esperar hasta que el precio ofrecido coincida con el solicitado. Esta dificultad no existe para el hombre que posee dinero, lo que le otorga un control seguro sobre todo producto que pueda tenerse en el mercado a precios ajustados a la situación económica de cada momento.

Cuando un medio de cambio pasa a convertirse en dinero, aumenta su diferencia en liquidez respecto al resto de mercancías, hasta el punto de convertirse en un bien de liquidez absoluta. Esto explica la superioridad del comprador respecto al vendedor

En este sentido, el dinero rompe las reglas del juego del mercado primordial en el que las transacciones se realizan por trueque y desequilibra las transacciones a favor de los demandantes, dificultando especialmente a los poseedores de bienes de baja liquidez que en caso de necesidad deberán aceptar precios muy inferiores a los solicitados y muy lejos de la situación económica general.

Los metales preciosos se han convertido en el medio corriente de intercambio más generalizados entre los pueblos históricamente más avanzados, debido a su altísima liquidez en relación con el resto de bienes y, al mismo tiempo, por que se los ha considerado especialmente aptos para las funciones principales y subsidiarias del dinero. A pesar de su escasez natural están geográficamente bien distribuidos, y en relación con otros metales son fáciles de extraer y elaborar. Son fácilmente divisibles y aceptados por todos los individuos en pequeñas cantidades. Representan un gran valor en un reducido espacio, son fáciles de transportar y no son caducos.

La intensidad, persistencia y generalización del deseo de metales preciosos en los mercados ha permitido excluir los precios del momento, de emergencia o accidentales, en el caso de estos bienes más que en el de cualquier otro, especialmente por que en función de su carácter costoso durabilidad y fácil preservación  se han convertido en el medio más general de atesoramiento y también en los productos más favorecidos para el intercambio.

Finalmente, todos los productos acabaron expresando su valor en relación a estos metales preciosos, aunque el agente en cuestión no lo necesitara directamente, o incluso cuando yo hubiese satisfecho sus necesidades, como forma de conservar el valor de sus productos perecederos.

Otra ventaja de los metales preciosos como medios de  cambio, son que debido a su color, su ductibilidad y su sonido son fácilmente reconocibles por los agentes.

El dinero no ha sido generado por ninguna Ley. En sus orígenes es una institución social y no estatal. Sin embargo, el reconocimiento por parte del estado y la regulación por parte del gobierno ha servido para adaptarse las múltiples y variadas necesidades de la evolución del comercio, así como los derechos que son resultado de las costumbres. En función del peso, fueron acuñados e intercambiados por su número. Al adoptar la forma de monedas, experimentaron un aumento las transacciones. El Estado al acuñar moneda aumenta el nivel de confianza de los agentes a la hora de realizar las transacciones, debido a su respaldo de la certeza del valor de las monedas, lo que ha sido considerado  como una de las más importantes funciones del gobierno.



[1] “El origen del dinero”, Carl Menger, The Economic Journal, junio de 1892.

Economía: asignación de recursos o simbiótica

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Siguiendo a James M. Buchanan[1], la Economía no puede definirse como una ciencia que se define a sí misma como muestran algunos autores. Sirva para ilustrar esta corriente las definiciones de dos autores de la Escuela de Chicago: para Jacob Viner, la Economía es lo que hacen los economistas, propuesta a la que Frank Knight dotó de una naturaleza totalmente circular al agregar que los economistas son los que hacen Economía.

En palabras de Buchanan: ”Los economistas deberían concentrar su atención en una forma particular de actividad humana y en los diferentes ordenamientos institucionales que surgen como resultado de esta forma de actividad. El comportamiento del hombre en la relación de mercado que refleja su propensión a la permuta y al trueque y las múltiples variaciones de estructura que esta relación puede adoptar constituyen los temas apropiados de estudio para el economista.“ [2]

Adam Smith en el segundo capítulo de la Riqueza de las Naciones, afirma que el principio que da lugar a la división del trabajo, “no es originalmente el efecto de alguna sabiduría humana, que prevé y tiene por objeto esa opulencia general a la que da lugar. Es la necesaria, aunque muy lenta y gradual, consecuencia de una cierta propensión de la naturaleza humana que no tiene en vista una utilidad tan extensiva; la propensión a permutar, trocar e intercambiar una cosa por otra”[3].  De este texto podemos destacar que la búsqueda de la riqueza no es la causa del éxito de la organización humana, si no más bien un perfeccionamiento de las acciones basadas en el sentido común y en una lenta evolución de la aptitud económica del ser humano, que de forma innata permuta, troca e intercambia sus bienes con otros. Esa capacidad casi instintiva es el fundamento de la Economía social, más cerca de la “teoría de los mercados” que de la “teoría de la asignación de recursos”. La asignación óptima de recursos es en muchos casos más un problema de carácter tecnológico que de carácter económico.

Lord Lionel C. Robbins considera que la Economía es «la ciencia que estudia el comportamiento humano como una relación entre medios escasos que tienen usos alternativos[4]. Desde esta perspectiva nuestro campo de estudio es un problema o un conjunto de problemas y no una forma característica de la actividad humana. Serán vanos los intentos por encontrar en él una afirmación explícita que indique el sujeto decisor respecto del cuál son alternativos los fines. Según Howard S. Ellis, el agente económico es un ser anónimo, y por tanto, su identidad no influye en el proceso decisorio. El problema económico se traslada desde el planteamiento del individuo hasta aquel que afecta al grupo familiar, la empresa, el sindicato, la iglesia, la comunidad local, el gobierno municipal o provincial, el gobierno nacional y, por último, el mundo[5].

Milton Friedman, afirma que la Economía estudia cómo una sociedad determinada resuelve su problema económico. Esto implica que hay un contenido fundamental en la Economía que es el “bienestar general”, que pasa a ser el tema central de la Economía. Este “problema fundamental” ha sido debatido ampliamente en la Economía teórica del bienestar y en el enfoque económico utilitarista.

El problema de la resolución del bienestar social se va haciendo cada vez más difícil a medida que pasamos de los individuos a los agregados sociales. Los utilitaristas intentaron solucionar esta distancia agregando utilidades, pero ignorando de nuevo la identidad de los agentes y presuponiendo un “comportamiento racional” para poder agregarlos en forma de “funciones de bienestar general”, y a partir de ahí optimizar las variables económicas. Sin embargo han abandonado la neutralidad en cuanto a los fines, basados en sus propios juicios de valor sobre lo que es el bienestar social, opinión tan aceptable como cualquier otra. Esta visión económica sigue anclada en la asignación de recursos escasos entre fines o usos competitivos.

Al aceptar que existe un problema, esto implica que hay que buscar una solución. La Economía pasaría a identificarse con la optimización de la matemática aplicada, dónde en relación a la Economía se han encontrado los avances de más importancia en los últimos años: técnicas de computación y matemática de la ingeniería social.

Sin embargo, la disciplina económica no debería ocuparse exclusivamente de la solución de problemas de carácter tecnológico, como la asignación de recursos. La diferencia entre lo que habitualmente denominamos el problema económico y lo que llamamos el problema tecnológico es de escala únicamente, del grado hasta el cual se especifique la función que va a ser maximizada antes de que se realicen las opciones.

La teoría de la elección presenta una paradoja. Si conocemos la función de utilidad del agente, la decisión es una consecuencia matemática y no existe la decisión como tal ya que no hay alternativas. Por otro lado, si no conocemos perfectamente la función de utilidad, la elección se torna real y las decisiones se convierten en procesos mentales impredecibles.

En palabras de Buchanan, “La teoría de la elección debe dejar de ocupar una posición de superioridad en los procesos de pensamiento del economista. La teoría de la elección o de la asignación de recursos, como quiera llamársela, no supone ningún rol especial para el economista, en oposición a cualquier otro científico que examina el comportamiento humano.[6]

Es necesario concebir la Economía como la ciencia que estudia los intercambios entre agentes económicos y equipararla a la simbiótica, que es la asociación entre organismos disímiles que resulta recíprocamente beneficiosa para todos ellos. Esto nos centra en un tipo de relación que implica la asociación cooperativa recíproca de los individuos aun cuando sus intereses individuales sean diferentes.

Es desde esta perspectiva donde debemos integrar la teoría de la elección en relación con la “mano invisible” de Adam Smith. Por otro lado, si un agente está aislado, las relaciones económicas son un problema de asignación de recursos sujeto a la perspectiva tradicional de la maximización. Es cuando intervienen otros agentes que interactúan con él, con intereses diferentes, cuando aparece la simbiótica y con ella la posibilidad de combinar habilidades y talentos distintos para la consecución de los intereses comunes y particulares. Aparece el conflicto y distintas alternativas para resolverlo.

El modelo clásico de competencia tiene su fallo básico en trasladar un comportamiento de elección individual, de un contexto socio-institucional a uno físico-calculacional. Según este planteamiento orientado al cálculo, dadas las reglas del mercado, el modelo perfectamente competitivo brinda un óptimo o equilibrio específicos, un punto único en la superficie del bienestar paretiano.

A este respecto Frank Knight ha subrayado que en la competencia perfecta no existe competencia. Siguiendo el mismo razonamiento, no existe el comercio como tal, en cuanto a que no existe un modelo perfectamente determinado a unas reglas determinadas y perfectas.

Un mercado no es competitivo por que así lo supongamos, ni por que así lo hayamos construido. La competitividad va apareciendo con las instituciones que modifican los esquemas del comportamiento individual y con los agentes que ejercen una presión continua en el comportamiento humano a través del intercambio.

Desde esta perspectiva una solución, si existe, surge como resultado de una red evolutiva de intercambios y en cada etapa de esta evolución hacia una solución hay beneficios que pueden obtenerse, existen intercambios posibles, y la dirección de la competitividad está modificándose continuamente.

Tal y como lo reconoció Schumpeter, el elemento dinámico en el sistema económico es la continua evolución del proceso de intercambio que se manifiesta en la función empresarial y por extensión en la condición humana.

Si observamos el mercado desde la perspectiva clásica, desde la lógica de la elección, la asignación de recursos constituye el elemento problemático, el economista identificará el mercado como un medio para cumplir las funciones económicas básicas de cualquier sociedad, y por tanto, lo equiparara a una forma de gobierno o como un mecanismo alternativo que ofrece soluciones similares.

Si lo observamos desde la perspectiva de una Economía simbiótica, el mercado es un escenario en el los individuos colaboran unos con otros, llegan a acuerdos, y comercian. El mercado es el marco institucional en el que surge o evoluciona este proceso comercial y no tendría sentido abordar la acción unilateral como parte de la ciencia económica, al igual que tampoco tendría sentido el término eficiencia que se aplica en los resultados agregativos o compuestos. Desde la perspectiva simbiótica, el mercado ya no puede ser considerado como un sujeto que logra objetivos nacionales de forma eficiente o ineficiente.

La eficiencia pasa a ser un atributo relacionado con la motivación de los individuos que se desplaza por relaciones de preferencia hasta llegar a posiciones mutuamente aceptables con otros individuos. Una institución ineficiente no puede sobrevivir a menos que se introduzcan mecanismos coercitivos que eviten el surgimiento de acuerdos alternativos.

En este sentido Política y Economía no se diferenciarían demasiado, tal vez, por esta razón siempre han estado íntimamente unidas a lo largo de la Historia. La diferencia radica en la naturaleza de las relaciones sociales entre los individuos que cada una de ellas examina. La Economía aborda las transacciones de individuos que tienen la capacidad de contratar libremente, donde el comportamiento es marcadamente económico más allá del enfoque precio-dinero. La Política se ciñe a las relaciones de jerarquía social, liderazgo-seguidor, donde la característica predominante de su comportamiento es política. Mientras la Economía se ciñe al estudio de todo el sistema de relaciones de intercambio, la Política estudia todo el sistema de relaciones coercitivas o potencialmente coercitivas. Estos dos tipos de relaciones se dan en la practica totalidad de las instituciones sociales. En la medida en que el hombre dispone de alternativas de acción se enfrenta a sus asociados como un igual y surge la relación comercial.

Cuanto más relaciones se establezcan en régimen de igualdad, mayor será el número de transacciones económicas, cuanto mayor sea la desigualdad, mayores serán las relaciones de carácter político.

La relación económica es reemplazada por la relación política, cuando el único elemento de retorno es la renta pura debido a que no existen alternativas de actuación y el intercambio se produce dentro de un marco de normas Políticas. Las relaciones económicas van asociadas a la creatividad de los participantes, mientras que las relaciones Políticas se basan en la forma y protocolo en que están establecidas las relaciones.

El enfoque económico de la asignación y el enfoque del intercambio comparten los mismos elementos básicos, pero su interpretación y las preguntas que surgen son diferentes, y dependerán mucho del sistema de referencia dentro del cual operemos.

La ingeniería social es un empeño legítimo, pero debe considerar de forma explícita los usos de los individuos como medio para alcanzar fines no individuales. Si se considera el problema económico como un problema general de fines y medios, el ingeniero social actúa como economista en el más pleno sentido del término.

El verdadero papel de los economistas no es encontrar medios para hacer mejores elecciones como afirma el enfoque de la asignación de recursos-elección. El intento de identificar y entender las relaciones simbióticas requiere de nuevas herramientas estadísticas, más sofisticadas que las que actualmente se aplican al campo de la ingeniería social. Por ejemplo, necesitamos aprender mucho más sobre la teoría de juegos cooperativos entre individuos.

Precisamos de la Estadística para sistematizar un conjunto de relaciones que involucran el comportamiento voluntario de multitud de individuos, lo que es más complejo que maximizar una función cuya premisa fundamental es la unicidad de objetivos de los diversos participantes.

Los economistas deben ser “economistas de mercado” y concentrarse en las instituciones de mercado o intercambio definidas en el sentido más amplio posible, evitando prejuicios sobre ellas y sin ninguna predisposición a favor o en contra de cualquier forma particular de orden social. Que el mercado sea consecuencia de un determinado tipo de cultura política y comercial no debe ser considerado “a priori” como algo positivo o negativo desde otra forma ideológica.

La búsqueda de la universalidad de los descubrimientos científicos  en el campo de la Economía debe admitir la pluralidad de mercados y basar su análisis en una postura aséptica y libre de toda ideología. Solo del análisis concreto de la realidad económica que se aborda pueden surgir conclusiones que nos lleven a un juicio de valor sobre la bondad del mercado en que desarrollamos nuestros estudios.



[1] James Buchanan fue premio Nobel de Economía del año 1986 por su desarrollo de las bases contractuales y constitucionales de la teoría económica y del proceso de toma de decisiones

[2] What Should Economists Do?, James M. Buchanan, Indianapolis, Liberty Press, 1979.

[3] Cita de la Riqueza de las Naciones

[4] Essay on the Nature and Significance of Economic Science, C. Robbins, 1932

[5] Véase Howard S. Ellis, “The Economic Way of Thinking”, American Economic Review, marzo de 1950, pp. 1-12.

[6] James Buchanan (sig)

Crítica al pensamiento económico vigente

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El concepto de Economía es tremendamente volátil si lo analizamos desde una perspectiva histórica. No en todas las épocas ni en todos los lugares se ha realizado siempre de la misma manera. Sin embargo la implicación tan estrecha que mantiene con la cultura hace que parezcan existir unos principios inmutables que casi nadie cuestiona.

A menudo se critican las decisiones de carácter económico que los particulares, los gobiernos o las distintas organizaciones toman bajo presupuestos de eficiencia, utilitarismo o distribución de la riqueza.

Sin embargo, Economía es algo más de lo que parece económico, y algo menos que el movimiento de capitales.

La palabra economía nace para aglutinar todas aquellas transacciones que permiten al hombre cubrir sus necesidades materiales. Estas necesidades van más allá de ninguna restricción, pues son en realidad las aspiraciones que el ser humano tiene de lo que ha de ser su propia vida material.

De esta forma todo lo económico es una entelequia, pues el hombre se esfuerza en cuantificar necesidades cada vez más crecientes, pretende adelantarse a un futuro desconocido e intentar que sea mas amable.

Este planteamiento se da de bruces siempre con un corto plazo que parece querer demostrarnos la insensatez de querer asegurar el futuro.

Así observamos como las grandes teorías económicas caen por su propio peso con el paso de los siglos. Así como varían las sociedades y sus formas, cambia también la visión que el ser humano tiene de sí mismo y en relación al resto de seres humanos.  Hay una tendencia a separar al ser económico del ser humano, como si sus intereses fuesen distintos e incluso, como si las normas éticas parecieran amoldarse depende de cómo describamos el problema que la realidad nos demuestra.

Así por ejemplo, si un particular debiera dinero a un tercero y por esta razón perdiera su casa, cabría juzgar al tercero como un oportunista, una mala persona,… e incluso se valorarían medidas de aplazar la deuda, e incluso de proteger la seguridad de la familia deudora por encima del bien del inmueble (véanse las normas de la Casa de David, a este respecto). Sin embargo, si este tercero es una institución, el debate es zanjado rápidamente como una mera cuestión económica en que no se puede hacer nada. El imperio de la Ley se aplica sin enmienda, pues su ejercicio y calidad depende del capital de sus participantes.

El dinero facilitó el intercambio en su aparición, pero con el tiempo dejó de ser un bien más para convertirse en una entidad en sí misma, sinónimo de poder, de realización de deseos, de autonomía y libertad.

Con los albores de las sociedades industrializadas se impone como un poder autónomo a nivel mundial , como el arma mas poderosa para el mantenimiento y derroque del gobierno político.

Ya con el capitalismo, aparece el capital anónimo, ausente de humanidad, definido como irresponsable, tajante y ajeno a cualquier norma que no sea la del tipo de interés.  Nada le importa al capital anónimo sobre el hombre y sus necesidades, si no le sirven para crecer y suponer cada vez una cifra mayor.

Todo esto nos lleva a hacernos una simple pregunta: ¿ Es correcta nuestra forma de hacer economía? Y una segunda pregunta más difícil de responder :¿ Tenemos capacidad para cambiar el rumbo que la economía, o es esta la tiene la capacidad de cambiar a la humanidad?

Por todo lo expuesto anteriormente, la respuesta a la primera es sencilla: no es correcta, pues no atiende a las necesidades de los ciudadanos del planeta, y cuanto mayor es el capital anónimo peor es la distribución de los recursos a nivel planetario. La falta de dimensión humana del capital anónimo hace que se convierta en un astuto deudor que da riqueza solo a cambio de consumo, y que no busca otro beneficio que el suyo propio.

La respuesta a la segunda es mucho mas controvertida. Desde una perspectiva histórica, el hombre parece mas un animal que un ser racional. Sólo en escasas ocasiones el poder político desea realmente adecuar la economía a las necesidades de los ciudadanos.

Estas épocas de intentar “domar a la bestia”, suelen venir acompañadas de revoluciones de las masas populares que buscan el interés común, despuntando dirigentes que son capaces de expresar su voz. Pero muy poco tiempo después, el interés particular de todos aquellos que se alzaron como un conjunto, acaba imponiéndose a la voz común. Cada individuo intentando defender su propio interés acaba perjudicando a algún tercero. Para proteger su puesto en la sociedad se crean barreras de entrada del mas diverso tipo, lo que hace cada vez más rígida a la sociedad y menos motivadora para los ciudadanos que la componen.

Los discursos, antes llenos de sentido ideológico, acaban careciendo de otra intención que no sea la de beneficiar intereses de grupos de poder que a su vez benefician a sus miembros.

Es decir, en el nacimiento de la voluntad de paz y harmonía nace también la semilla del egoísmo y del miedo, pues es el miedo a perder posición o riquezas lo que hace a las sociedades alejarse de modelos de distribución de la renta coherentes, y de dinámicas esperanzadoras en que el ser humano quiere luchar y trabajar para desarrollarse como individuos.

Cambiar el modelo económico ha sido hasta el día de la fecha solo posible con la revolución de los pueblos, con la guerra, entendida esta en el mas amplio sentido de la palabra. Pero nunca ha aparecido el consenso sobre lo que es una economía humana.

La Ética es una vieja amiga de la que conocemos su buena voluntad, pero pierde autoridad a medida que se aleja de las decisiones particulares a las decisiones institucionales.

El poder se zafa con relativa facilidad de los compromisos legales e ideológicos, pues el capital anónimo normalmente es el autor de su consecución.

La vieja receta para adecuar la economía a las necesidades del hombre, sea cual sea la época nace del corazón del individuo que intenta que su entorno inmediato sea lo más humano posible.

Así vemos instituciones que paralelamente a la autoridad política y fiduciaria[1] pretenden ajustar la realidad a las necesidades de la comunidad. Surgen como agentes económicos de extrema importancia, pues son más económicos que los primeros, si entendemos por economía todo ese conjunto de medios y relaciones que permiten al individuo su evolución como seres humanos.

El ser humano no se puede definir así mismo como un ente fraccionado en claras y delimitadas facetas como habitualmente solemos hacer. No es correcto hablar del hombre como un ser económico al margen de sus relaciones personales y sus creencias. Limitar el hombre a la matemática es tanto como pesar un ramo de rosas y no atender a su morfología y aroma.

A medida que el dinero se ha ido imponiendo no solo como medio de intercambio y ahorro de riqueza, sino como entidad anónima y autónoma de la humanidad, ha desarrollado su propio lenguaje, su propia cultura y sus propias reglas del juego.

El calado de este novísimo idioma es tan profundo en nuestras sociedades que esta forma de atribuir recursos, responsabilidades y “roles” tan comercial se ha extendido a las relaciones personales y de carácter informal de los seres humanos.

La cultura se modifica a causa de la economía. Quiero recordar a Unamuno y su visión de la intrahistoria de los pueblos donde no es tan importante la sucesión de acontecimientos históricos como la vivencia que los hombres experimentan cuando ocurren y la forma en que los transforma. De igual forma, cuando hablo en este texto de cultura me refiero a la “intracultura”, entendiendo como tal, la forma en que el ser humano y la sociedad se manifiesta a causa de sus conocimientos, costumbres, tradiciones , y de los modelos de “líder” que ensalza como prototipo del sueño de sus individuos.

La vivencia personal del individuo perteneciente a una sociedad es el fruto de la economía y de sus relaciones sociales. El volumen de transacciones económicas es tan grande que está comenzando a ser la principal actividad social del individuo, y como tal tinta todas las facetas de su personalidad.

Una tercera pregunta es hasta donde será capaz de soportar el hombre una economía inhumana. Y no me refiero solo al ánimo que el juicio individual imprime en las decisiones cotidianas, sino a la capacidad de la especie para sobrevivir en una jaula que un “alien” a diseñado para nosotros.  Estamos hablando de estabilidad emocional, salud mental, aislamiento y sensación de no pertenecer al mundo en que se habita.

Tal vez, esta economía sea tan ajena al hombre que un buen día éste la abandone como quien despierta de una pesadilla.

La actual dinámica capitalista parece abocada a la autodestrucción pues su objetivo teórico no es otro que el capital anónimo posea todos los recursos del planeta, existentes y creados en el futuro. Los salarios tienden a reducirse cada vez mas, los capitales propios son cada vez mas castigados y aumenta el riesgo de su conservación, y la causa es muy simple, la competencia. Esta entidad, motor del capitalismo, es intima compañera del capital anónimo que es directamente aconsejado por la rentabilidad.

El principio de rentabilidad es la batuta que desplaza empresas a lo largo del planeta, que crea y destruye empleo, y establece una jerarquía social y organizativa al margen de la voluntad de los seres humanos.

Este principio en el individuo es relativamente importante, pues no solo valora los activos materiales, sino todos aquellos que el dinero no puede comprar y son superiores y mas eficientes que los primeros. Un mero ejemplo, el aire que respiramos es un bien libre sin el cual no podemos vivir, y las carencias emocionales son la principal causa del suicidio frente a las necesidades materiales.

Se da la paradoja que en las sociedades mas pobres, los activos inmateriales relacionados con las necesidades psicológicas de pertenencia al grupo, cariño y valoración del ser humano, son mucho mas eficientes que en las sociedades mas ricas desde un punto de vista material, y que a dia de hoy se identifican con las sociedades capitalistas.

El individuo capitalista parece no ver todos estos activos inmateriales y pretende cubrir todas sus necesidades con todo aquello que se puede comprar.

Discurso Económico y realidad económica.

Las razones por las cuales un sujeto se acerca intelectualmente a un objeto, son fundamentales para entender tanto la calidad como la veracidad de la intención del texto.

He de decir, que mi principal motivación en el desarrollo de este artículo no es otra que la simple y sencilla voluntad de conocer y entender al hombre. Para mi la economía agregada es la manifestación mas descarada e infantil del ser humano como especie. Tal vez somos capaces de decir con el devenir económico verdades del subconsciente colectivo que no somos capaces de admitir como individuos.

La realidad económica es la consecuencia de los hombres que han contribuido a su aparición y desarrollo, con todas las virtudes y defectos que los conforman. Es por tanto, un fiel espejo de nuestra naturaleza, un registro para aquellos que sepan leer entre líneas de nuestro avance como especie.

Las barreras al desarrollo de un pensamiento económico nuevo

La primera de ellas es el rigor universitario.  Y espero que no se asusten. Mi experiencia me dice que el desarrollo de textos universitarios en torno a la economía van más encaminados a obtener el beneplácito de la comunidad universitaria que ha solucionar problemas de carácter económico, lo cual es una curiosa paradoja desde el punto de vista conceptual.

Siendo la Economía una ciencia que nace de la praxis, teorizar sobre ella con ánimo descriptivo y sin voluntad alguna de transforma la realidad, es como mucho, un buen trabajo de bibliotecario, o registrador.

La comunidad universitaria, no suele ver con buenos ojos la creatividad científica en las ciencias sociales. Fomentan más la expansión de una determinada doctrina sobre la cual juzgar la realidad, que en el mero análisis y obtención de las conclusiones que obtiene el investigador de la realidad. De hecho, si la realidad no apoya las teorías de la comunidad que surge en torno a la doctrina económica, simplemente se explica como un hecho anómalo en toda una cadena de aciertos investigadores.

A lo que no estoy dispuesto a renunciar es al rigor científico, siempre y cuando sea posible, y ya sabemos los economistas la dificultad que esto entraña. Alguien dijo que la Economía es la ciencia capaz de medir el peso del humo de un cigarrillo.

Y lo cierto es que así debería ser, pero no siempre es sencillo, sobre todo cuando queremos obtener valores cuantificables de activos que no lo son.

La segunda, es el interés personal. Habitualmente, los autores de economía del montón (entre los cuales aspiro encontrarme), suelen escribir textos que los acrediten como expertos en tal o cual aspecto de la economía. Como una forma de engordar el “curriculum vitae” y tal vez mejorar su carrera profesional. Esta cadena tiene la peculiaridad de doblar el discurso en torno a lo “procedente” y lo “inadecuado”. Buscando con mimo la forma de describir los hechos para no buscarse enemigos en la medida de lo posible, y agradar los intereses de terceros que pueden beneficiar el interés particular.

Mi interés personal está a medio camino entre la aspiración espiritual y la cura psicológica, y no es otro que el analizar la realidad económica que todos vivimos desde un prisma lo más ajeno posible a los discursos habituales, como un niño que por primera vez se encuentra con un objeto y trata de describirlo con su propio lenguaje.

Si bien he sido profesor universitario en metodología cuantitativa en una Facultad de Económicas, hijo de empresarios y trabajador en distintos niveles de una empresa familiar, asalariado y voluntario desinteresado,… la experiencia en todos estos hábitos me hacen plantearme que la mayor parte de lo aprendido es inútil desde un punto de vista práctico.

La tercera es el utilitarismo.

Economía y busca de la utilidad, son conceptos parejos. Sin embargo, el para quién es esa utilidad es un presupuesto no científico, de carácter opinático y discrecional.

Por tanto habrá una doctrina económica para cada grupo de interés. Es lógico que la doctrina generalmente aceptada sea aquella propuesta por los grupos de poder con mayor capacidad de propaganda.

El economista puro, debe buscar el interés general, que en mucha ocasiones va en contra de los intereses particulares.

La cuarta, la negación de argumentar todo aquello que no sea demostrable.

La actual crisis, no es solo una crisis económica y social. Es la crisis de la lógica como uno vehículo transmisor de la verdad.

Los argumentos son múltiples, pero con ánimo de que se comprenda esta voluntad de liberación, añadiré simplemente dos incómodos argumentos.

El primero de ellos, es que todo discurso lógico nace de unos presupuestos simples, sobre los que se interpretan la realidad. Es necesario que sean simples para no inducir a error, ni confusión y han de ser susceptibles de ser rechazados si en el proceso científico se encuentran argumentos que los desechan.

Esto si bien es un proceso “honesto”, pues admite la falibilidad de estudio, de forma sibilina y hasta que no se demuestre lo contrario deja inmunes los principios a partir de los cuales se desarrolla el discurso lógico.

Este corsé del método científico limita la capacidad del investigador para analizar el todo, a la vez que le facilita el estudio de la parte.

Y en particular, en la aplicación de la metodología científica a las ciencias sociales, el corsé llega a ser asfixiante, pues el ser humano es prácticamente inabarcable como objeto de estudio por sí mismo, y es muchas veces mas esclarecedor, el estado de ánimo que se respira en el ambiente económico, que las conclusiones lógicas de complicados procesos científicos basados en presupuestos demasiado estrechos.

Daremos pues el lugar natural que le corresponde a la lógica en la cotidianidad del ser humano, es decir, el ejercicio del sentido común en base a lo demostrable y lo evidente.

La quinta, la mente colmena.

“Donde vas Vicente, donde va la gente”, dice la sabiduría popular. Esta cadena es la más fuerte y difícil de romper. El individuo se adhiere a las corrientes de pensamientos de su entorno, sin pensarlas demasiado, y especialmente en cuestiones de Política Económica.

La gente se define a sí misma en base a su profesión, el partido político al que se adscribe, el equipo de futbol, costumbres religiosas,… este maremágnum de sistemas ideológicos acaban delimitando también el campo de visión de los seres humanos.

Conviene revisar pues todos estos sistemas de ideas, e incluso ser capaces de obviarlos a la hora de revisar la realidad. Conviene revisar esos presupuestos volviendo a preguntarse que es el bien, la libertad, la igualdad, o incluso si hay otros valores que merece la pena descubrir y defender en una escala de preferencias.

 


[1] Es importante no confundir autoridad fiduciaria, con los bancos centrales con pacidad para controlar la emisión de moneda. Aquí me refiero a esta autoridad, como aquellos agentes capaces de movilizar grandes cantidades de dinero y por tanto son una fuente de creación de riqueza, pero de carácter arbitrario, pues eligen a quien y por que beneficiar.

Necrósis y cíclica económica

Fuente: http://www.elojodeltuerto.com/tag/ciclos-economicos/
Fuente: http://www.elojodeltuerto.com/tag/ciclos-economicos/

La Sociedad se desenvuelve en dos ámbitos fundamentales, Derecho y Economía. En este momento Derecho y Economía son igualmente importantes, pero si concebimos la Economía como el conjunto todas las relaciones que mantenemos con nuestros semejantes y con nuestro entorno, la disciplina económica toma una nueva dimensión; siendo necesario plantear como activos fundamentales intangibles como la confianza, el bienestar, la satisfacción personal y social, el compromiso, la verdad y muchos otros términos que hasta ahora han tenido más que ver con la Psicología, la Sociología, la Religión y la Ética.

Estos activos aunque invisibles no dejan de ser reales y con un gran valor para el Hombre a lo largo de toda la Historia. La miopía de la Economía actual es un hecho evidente que todos los economistas tienen claro. Así por ejemplo, todos los servicios que son gratuitos nunca serán recogidos en las cuentas macroeconómicas. Actualmente solo se considera objeto de la Economía todo aquello que es convertible en dinero, o comparable con una transacción que de forma similar se hubiera producido en una economía de mercado.

El acto de vivir es un acto económico gobernado por relaciones y recursos, siendo las transacciones únicamente un tipo de relación económica, pero la Economía no es solo comercio también es gratuidad, comensalismo, necrosis y depredación.

La Economía prospera cuando se produce creación de valor, lo que dista mucho de los beneficios financieros y las actividades especulativas. El valor  de los productos y servicios no solo es fundamental para la actividad económica, sino también para el bienestar de los pueblos y sus ciudadanos.

La verdadera creación de valor se produce cuando los seres humanos se comunican e interaccionan, pero no todas las formas de comunicación e interacción generan valor. Lo mas habitual es que el valor se traslade de unas manos a otras causando casi siempre una perdida de valor a terceros, la destrucción colateral de recursos y el deterioro del sistema económico en su conjunto.

Las ramas clásicas de la Política Económica, Liberalismo y Keynesianismo se enfrentan a  una realidad económica que parece no responder a sus teorías. El “paradigma de las interacciones” planteado por Josep Burcet analiza las crisis cíclicas de la economía de una manera diferente. Propone una nueva perspectiva para superar la sociedad post-industrial.

La evolución de las relaciones simbióticas a lo largo de la Historia.

El hombre primigenio era cazador-recolector, siendo la caza una actividad depredadora  y la recolección una actividad parasitaria o comensalista. Habrá que esperar al Neolítico para que el ser humano comience a crear valor con la agricultura y la ganadería, actividad que transforma el entorno haciéndolo más productivo a través de relaciones simbióticas (del tipo ganar-ganar) con las especies animales y vegetales con las que cohabitaba.

Con la agricultura comienza la acumulación de riqueza y con ella la aparición de estructuras piramidales que concentraban el poder en muy pocos a través de la guerra y el sometimiento. Para enriquecerse en la Antigüedad era necesario disponer del poder suficiente para conquistar y mantener los territorios, capturar esclavos, someter vasallos y apropiarse de los recursos de la tierra. Este comportamiento era imitado por las personas con menor poder que recurrían a la picaresca y al pillaje para sobrevivir o medrar.

El hombre aparece a medio camino entre el depredador y el parásito, para más tarde afirmarse como simbionte. No es de extrañar que la depredación, la conquista, el robo y el parasitismo sean prácticas aceptadas por nuestro subconsciente colectivo para satisfacer ambiciones y necesidades. Resulta paradójico que la agricultura, primera revolución simbiótica, haya sido generada por aquellos que históricamente han ocupado la posición social más baja y con menos poder.

La siguiente gran revolución simbiótica es la aparición de la manufactura, pero en este caso la simbiosis se produce entre los propios seres humanos, comerciantes y artesanos, que transforman los recursos naturales para crear elementos nuevos de mayor valor y utilidad. Aparece el arte y la enseñanza, primeros activos intangibles. La transmisión de la sabiduría permitía que el conocimiento de los profesionales perdurara y mejorara de generación en generación. El desarrollo de la cultura otorgó a los hombres la posibilidad de ir alejándose poco a poco de su condición de depredadores.

Habrá que esperara a los gremios artesanos y más tarde a la revolución industrial para que el comercio se expanda territorialmente y aumente el volumen de transacciones de forma drástica, creando una riqueza que antes no existía. La industrialización no acabó con la depredación y la apropiación ilícita de los recursos, pero se incrementaron levemente las interacciones simbióticas que son las que generan valor añadido.

La madurez de las economías industriales mejoró las condiciones de trabajo, y por tanto el bienestar general, mientras el producto interior bruto iba creciendo de forma aparentemente sostenible. En definitiva, la proporción de interacciones «gana-gana» empezó a aumentar lentamente a la vez que se reducían las interacciones depredadoras («gana-pierde» en las que la ganancia de una parte se produce a costa de la pérdida de la otra) y las de carácter necrótico (del tipo «pierde-pierde» en las que se produce la destrucción de valor para las partes).

Cuanto mayor es la proporción de simbiosis en el conjunto de todas las relaciones económicas mayor es la formación de valor del sistema. En las sociedades post-industriales aun perdura una proporción importante de actividades necróticas y depredadoras que afectan negativamente a la eficiencia de todo el sistema y que además desencadenan crisis económicas periódicamente.

A las economías industriales les sucedieron las actuales economías del bienestar que buscan precisamente el bienestar de sus individuos, garantizando con mayor o menor éxito la calidad de vida de sus ciudadanos. El asentamiento de la democracia, el comunismo, el socialismo utópico, la doctrina social de la Iglesia… transforman el subconsciente colectivo haciendo que la Sociedad vea como necesario cubrir las necesidades de los menos favorecidos y proteger a los trabajadores frente a las enfermedades y ante la vejez cuando ya no pueden desarrollar su actividad. Sin embargo, estas sociedades privilegiadas siguen caracterizándose por ciclos económicos en los que se alternan períodos de expansión y recesión.

Las crisis se caracterizan siempre por una intensificación de la depredación, de la necrosis, y del número de personas que las practican. Los recursos financieros destinados a este tipo de actividades crece desorbitadamente, lo que suele conducir a la aparición de burbujas económicas en las que el aumento del precio supera el incremento del valor real de los bienes y servicios. Cuando estalla la burbuja todos los afectados sufren la necrosis (interacciones «pierde-pierde») con el consecuente perjuicio para el sistema global. Finalmente, la recuperación se logra porque la parte del sistema económico que genera valor acaba pagando las consecuencias, normalmente en condiciones penosas de escasez de recursos, hasta que el sistema se recobra.

Ciclos Económicos.

La historia reciente muestra que las recesiones se producen periódicamente de forma errática en cuanto a magnitud y duración. Sin embargo los periodos de recuperación y prosperidad son más largos que los periodos de crisis y los niveles de máximo desempleo se alcanzan justo inmediatamente después de finalizar cada recesión.

Las crisis financieras y las burbujas que preceden a las crisis económicas son causadas por las viejas prácticas de los depredadores que buscan enriquecerse sin crear valor. Esta actitud cortoplacista es precisamente la que desencadena el inflado de la burbuja a costa del empobrecimiento posterior de los participantes. En estas etapas especulativas proliferan los agentes económicos especializados en ganar dinero alentando una conciencia común en los participantes de que todo va a salir bien. En la especulación no hay generación de valor sino pura y dura inflación alimentada por los oportunistas con poder sobre el mercado.

La burbuja no está causada por actividades delictivas en la mayoría de los casos sino por una ambición institucionalizada. Proliferan los actos ilícitos e ilegales, tales como, falsificación o maquillaje de documentación contable, productos de ingeniería financiera de dudoso valor y alta volatilidad o practicas de respaldo de valor con activos materiales cuyo precio se ha inflado de forma artificial (activos tóxicos). En el ámbito de la legalidad se produce depredación y abuso de poder.

Sirvan como ejemplo:

  • la oferta pública de acciones de una sociedad saludable a la que se le ha restringido el crédito o se la ha perjudicado de forma dirigida para hacer que el valor de sus acciones baje de forma artificial;
  • la publicidad engañosa y la ingeniería social que permite mantener el consumo en niveles innecesarios que agotan los recursos de los que goza el sistema;
  • la aplicación concertada de tarifas excesivas;
  • los servicios públicos de carácter clientelista que buscan reducir la tasa de paro de forma coyuntural y generar clientela política que depende de los salarios y las subvenciones del estado, pero que no generan valor añadido;
  • la letra pequeña de los contratos y los compromisos de permanencia turbios que pueden suponer algún tipo de abuso de los clientes y la conservación del consumidor contra su voluntad en vez de su fidelización. La lista no tiene fin.

Todo este tipo de prácticas son llevadas a cabo por oportunistas o “free-riders” que escudriñan las grietas de la legalidad para sacar ventaja de forma injusta y depredar a la menor oportunidad sin generar nada de valor por el camino.

En las últimas décadas, muchas economías post-industriales han mantenido unas tasas bajas de crecimiento y por esa razón las multinacionales y la banca fomentan el desarrollo de economías emergentes en las que las recetas de la industrialización y el bienestar siguen generando tasas de crecimiento considerable a la vez que les permite depredar sobre los recursos naturales y el factor trabajo.

El modelo de sociedad post-industrial está completamente agotado. La solución no pasa por reformar las doctrinas liberales, ni relanzar el marxismo. Es imperativo reducir la depredación que genera la necrosis afincada hace tiempo en estas economías y que tiene claros síntomas de haberse establecido como un estamento inamovible de la economía mundial.

Debemos distinguir la depredación inter-pares, esto es entre empresas o profesionales que gozan de la misma capacidad de negociación y una dimensión similar, de la depredación en la que uno de los competidores puede abusar de su posición de fuerza y perjudicar a los más débiles. La primera aumenta la competitividad del grupo, la segunda destruye riqueza y no genera valor para el sistema.

Es necesario que las sociedades que sucedan al estado del bienestar reduzcan la necrosis y la depredación oportunista para que un número significativo de personas y organizaciones dediquen lo mejor de sí mismas a la creación de valor a través de fórmulas de simbiosis de alto rendimiento.

Según J. Burcet ,“Estas sociedades deberían producir tasas de crecimiento substancialmente mayores a lo que ahora conocemos en las economías occidentales, tal vez en torno al 10 % o más, y podrían hacerlo de una manera sostenida y sin sufrir ningún recalentamiento”.

En los periodos de crisis las economías del bienestar aplican un procedimiento clásico que consta de dos etapas, rescate y regulación, que permiten solucionar la crisis pero no el problema de fondo que la genera de forma sistémica.

El rescate es una inyección de recursos a costa del endeudamiento de los Estados y en consecuencia aumenta la deuda de todos los agentes, tanto los que generaron la burbuja como los que se mantuvieron al margen. Este rescate supone hipotecar gran parte del beneficio futuro del sistema económico.

La regulación se traduce en un incremento de la normativa y la burocracia, lo que hace que las sociedades sean cada vez más rígidas y menos eficientes, pero garantiza una calma momentánea para que no se repitan los procesos que generaron la burbuja. No impedirá sin embargo que los “free-riders” sigan buscando oportunidades de depredación en vacíos legales o que generen nuevos productos para escapar a la regulación.

Esta formula es insuficiente para prevenir un nuevo brote y esto se ha demostrado cada vez que ha acontecido alguna catástrofe económica en las últimas décadas o ante la aparición de alguna burbuja. En muchos casos el exceso de normativa desplaza la dinámica económica a países en que existen regulaciones mas laxas para acabar abasteciendo las mismas sociedades que han dictado estas normativas.

La formula rescate-regulación no nos pondrá a salvo de la dinámica de ciclos recesión-prosperidad.

Sin embargo, la sociedad sigue evolucionando y las sociedades más maduras muestran una clara reducción de las actividades necróticas en los últimos setenta años, desde el fin de la segunda guerra mundial, y esta tendencia es cada vez mayor.

Aunque la mentalidad común no ha alcanzado aun la altura moral necesaria para impedir la formación de burbujas y se sigue viendo con admiración al oportunista-depredador, si podemos afirmar que se ha producido un cambio cultural que también valora las actividades de carácter simbiótico: voluntariado, investigación y colaboración para lograr la mejora del sistema .

Este cambio cultural creciente y constante será más efectivo en el futuro que la expansión reguladora pues la única forma de reducir la depredación es cambiar la mentalidad económica sobre lo que es lícito e ilícito, y sobre el umbral de corrupción moral que el individuo es capaz de soportar. El control social de carácter informal y grupal no regulado es la herramienta fundamental para contener la depredación del oportunista.

Actualmente, la política monetaria se basa en el control de la liquidez financiera mediante la variación de los tipos de interés y no establece diferencia entre agentes económicos creadores de valor y especuladores. Por tanto, cuando el dinero es abundante y barato para los simbiontes también lo es para los depredadores y mientras sea así el relanzamiento económico será también un relanzamiento de la depredación.

Sin embargo los simbiontes creadores de valor son los que asumen las consecuencias de la crisis: la factura del rescate, la presión del incremento de la regulación, el aumento de la burocratización y la caída del nivel de calidad de vida de la población.

Ineficacia de las medidas liberales y keynesianas.

La doctrina económica keynesiana se suele aplicar en periodos de contracción económica. Las medidas de política monetaria consisten en controlar el volumen de créditos a través del  aumento del tipo de interés, lo que reduce la circulación del dinero y pretende controlar la inflación. La consecuencia inmediata es que el dinero resulta más escaso, inaccesible y caro.

El 8 de noviembre del 2007, antes de la caída de Lehman Brothers las tensiones inflacionistas en la Europa del euro hubieran aconsejado según el keynesianismo la subida del Euribor para reducir la velocidad de circulación del dinero, sin embargo, el Banco Central Europeo no se atrevió y mantuvo los tipos en el 4% aunque endureció significativamente el tono de su discurso. En síntesis, en el comunicado posterior a la reunión vino a decir que la situación de la inflación (desbocada al 2,6%) exigiría una subida contundente de tipos, pero que las incertidumbres sobre el ciclo económico aconsejan esperar otro mes. En Diciembre del 2007 el Euribor se situaría en el 4,79%.

1

Tabla de datos del euribor[1]:

Enero Febrero Marzo Abril Mayo Junio Julio Agosto Sept. Octubre Nov. Dic.

4,064

4,094

4,106

4,253

4,373

4,505

4,564

4,666

4,725

4,647

4,607

4,793

 

El 16 de Septiembre del 2008 se produce la caída del gigante financiero, a lo que le sigue una caída en picado del Euribor que se situaría en el 3,45% en Diciembre del 2008.

2

Tabla de datos del euribor[2]:

Enero Febrero Marzo Abril Mayo Junio Julio Agosto Septiembre Octubre Noviembre Diciembre

4,498

4,349

4,590

4,820

4,994

5,361

5,393

5,323

5,384

5,248

4,350

3,452

 

La caída continua a lo largo del 2009 alcanzando mínimos históricos en Diciembre del 2009, sólo un 1,24%.

3

Tabla de datos del euribor[3]:

Enero Febrero Marzo Abril Mayo Junio Julio Agosto Septiembre Octubre Noviembre Diciembre

2,622

2,135

1,909

1,771

1,644

1,610

1,412

1,334

1,261

1,243

1,231

1,242

 

A lo largo del 2010, se mantiene prácticamente estable alcanzado el valor máximo en diciembre con un 1,56%

4

Tabla de datos del euribor[4]:

Enero Febrero Marzo Abril Mayo Junio Julio Agosto Septiembre Octubre Noviembre Diciembre

1,232

1,225

1,215

1,225

1,249

1,281

1,373

1,421

1,420

1,495

1,541

1,526

 

En el 2011 el Euribor sigue una tímida tendencia al alza alcanzando en marzo el 1,856%.

La caída de Lehman Brothers supuso toda una declaración del nivel de propagación de los activos tóxicos inmobiliarios. Supuso en sí misma una restricción del volumen de la masa monetaria, pues de forma simultanea el valor de estos activos cayó casi de forma inmediata y significó el empobrecimiento de todos los implicados en la burbuja. La consecuencia en Europa fue la reducción drástica de los tipos de interés para amortiguar la caída de liquidez en los mercados.

Es importante destacar que en los márgenes inferiores al 2% del tipo Euribor dejan a la autoridad monetaria con un margen casi inexistente para controlar la evolución de la inflación y el nivel de temperatura de la economía. Además la necrosis financiera toma el control de la política monetaria siguiendo el principio de las medidas razonables que ha de tomar la autoridad monetaria beneficiando a aquellos que barajaban esta expectativa y que conocían la situación real del mercado.

La política industrial y tecnológica del keynesianismo propone “abrir y tapar zanjas” para aumentar el volumen de salarios y expandir la inflación como un mal menor para reactivar el consumo. El problema de este planteamiento es que es el estado el encargado de endeudarse para financiar esta expansión artificial, y que el objetivo no es la creación de valor añadido, aunque pueda crearse de forma colateral, sino la expansión del consumo. Si a esto le añadimos la visión de corto plazo de los gestores las consecuencias son catastróficas a largo plazo.

Esto beneficia la subvención y desarrollo de proyectos inútiles sin ninguna intención de crear valor. Podemos incluso contemplar políticas recaudatorias que subcontratan a empresas para la realización de actividades carentes de creación de valor añadido y que reducen la renta disponible de los ciudadanos lo que repercute negativamente en el consumo y genera clientelismo político.

Proliferan las normativas que dejan obsoletas equipos y tecnologías con el fin de expandir el consumo empresarial en equipos nuevos y así mantener la producción industrial, lo que perjudica a las pequeñas empresas con pocos recursos financieros y apalancan financieramente sus estructuras contables lo que las hace más débiles y dependientes de la disponibilidad de créditos. Este tipo de normas legislativas rara vez suponen un aumento de la capacidad de crear valor y generan “chatarra” lo que supone todo un problema pues aumentan los residuos y perjudican al medioambiente.

El despilfarro de recursos con esta dinámica ficticia de obsolescencia perjudica también al tercer mundo, pues muchos dispositivos que son caros de reciclar acaban en vertederos de estos países, generando un problema ecológico de proporciones mundiales.

Por otro lado, los postulados liberales inciden en políticas de demanda expansivas, política de ofertas basada en la “productividad” de los recursos de producción y eliminación de restricciones al comercio.

La Políticas de demandan intentan excitar al consumidor para que consuma lo máximo posible, incluso por encima de sus posibilidades a costa de su endeudamiento. Esto es una perversión del acto de consumir, ya que se equiparan deseo y necesidad, y generan modelos adictivos de consumo de productos cuyo valor es muy inferior al valor real en términos biológicos. Tiene consecuencias nefastas en el largo plazo pues las sociedades se acomodan en el apalancamiento financiero y se debilitan para afrontar épocas de crisis.

Las políticas de oferta basadas en la competitividad global de los factores de producción, encierra en sí otra perversión relacionada muy especialmente con la explotación del factor trabajo y la depredación de recursos naturales. El pago del factor trabajo local se hace comparándolo a través de “la mano invisible” con el precio del factor trabajo global, que siempre será inferior pues en algún lugar se producirá más barato. Sin embargo, el precio exigido siempre será el local y no el global. La consecuencia es una caída sostenida de la capacidad adquisitiva de los trabajadores, y por tanto, una caída en el demanda que las políticas comerciales de la empresas en relación con ele sistema financiero, pretenden activar.

Para lograr una economía sostenible es necesario que la capacidad adquisitiva de los agentes económicos sea directamente proporcional y suficiente a sus necesidades, lo que logrará por otro lado una demanda sostenida. La oferta de igualar lo máximo posible a la capacidad de demanda, y exceder en el estockaje suficiente para el abastecimiento, para evitar la caída de precios.

Nos hemos acostumbrado a vivir en etapas de crecimiento, pero ahora hemos de aprender a vivir una continuidad lineal solamente interrumpida por la aparición de nuevas innovaciones que generen riqueza nueva.

Parece que el hombre de nuestra época ha perdido la capacidad de entender el valor real de los productos y servicios y solo entiende las variaciones de valor en términos financieros.

Según J. Burcet el ciclo de las crisis sigue el siguiente proceso:

  1. Desbocamiento de las interacciones «gana_pierde», lo que suele materializarse en la burbuja debido a que suben los precios pero no el valor, beneficiando el enriquecimiento de los especuladores.
  2. Incremento de la inflación.
  3. La autoridad monetaria para combatir la subida de precios aumenta los tipos de interés.
  4. Se reduce la liquidez y el crédito y la burbuja estalla cuando se intenta recurrir a la liquidez de los activos tóxicos de forma agregada significativa. Se produce la necrosis con pérdidas importantes ajustando el valor de mercado al valor real.
  5. Se inicia la recuperación del sistema y los agentes más sanos de la economía pagan las consecuencias en un ambiente monetario muy adverso y enrarecido, a la vez que asumen una legislación restrictiva que limita su capacidad de actuación.
  6. Cuando se ha superado la necrosis se vuelve a expandir el crédito a través de la bajada de los tipos de interés.
  7. La búsqueda del beneficio a corto plazo alimenta principalmente las actividades depredadoras de carácter especulativo

Los ciclos económicos a los que estamos acostumbrados de expansión-necrosis castigan el tejido económico sano basado en relaciones simbióticas y que es el único capaz de crea valor. Y este tejido se ve perjudicado tanto en épocas de expansión como en épocas de crisis.

Cuando el dinero abunda su capacidad de inversión ve seriamente limitada porque los recursos financieros son atraídos por «negocios» que parecen más atractivos con ganancias fáciles y rápidas a corto plazo. Y cuando el dinero es mas escaso y caro se les obliga a participar en las medidas de rescate y tapar los agujeros, en un clima económico muy adverso y en condiciones legislativas más severas.

Para potenciar el crecimiento real hemos de beneficiar a los agentes que basan su actividad económica en relaciones simbióticas que son las que sustentan nuestro bienestar, lograr que sean menos perjudicadas por la depredación y que disfruten de condiciones optimas para crecer y crear riqueza a largo plazo.

Superar el modelo postindustrial pasa por atemperar los ciclos económicos y reducir la necrosis y la aparición de burbujas, a la vez que se fija el bienestar y la capacidad de generar riqueza como un problema de largo plazo. Teniendo en cuenta que hemos alcanzado el techo de este modelo hace tiempo, el cambio es absolutamente necesario, pues sino asistiremos a una migración masiva de los recursos económicos del primer mundo a países emergentes donde el modelo postindustrial aun funciona, en vez de lograr un crecimiento sostenible y uniforme de la economía global. Si no cambiamos el modelo económico asistiremos a la migración de la riqueza a nivel internacional pero no a un desarrollo real de la economía mundial.


[1] http://www.hipotecasyeuribor.com/euriborano.php?ano=2007

[2] http://www.hipotecasyeuribor.com/euriborano.php?ano=2008

[3] http://www.hipotecasyeuribor.com/euriborano.php?ano=2009

[4] http://www.hipotecasyeuribor.com/euriborano.php?ano=2010

Una nueva perspectiva de la Teoría Económica: simbiosis, depredación y necrosis económica.

simbio

En el año 1978, Buchanan‘, publica su articulo «What should Economist Do?[1]«, en el que se cuestiona la definición clásica de Economía, como aquella ciencia que estudia la asignación de un conjunto de recursos escasos para solucionar un problema en concreto o un conjunto de necesidades.

Desde esta definición, la Economía como disciplina científica no se diferenciaría de otras disciplinas de carácter técnico, como las ingenierías.

Buchanan apunta que la Economía debería parecerse más a ciencias como la Biología, que estudia los organismos tal y como se dan en la naturaleza y las relaciones que se establecen entre ellos.

Con la aparición de la informática de consumo en el Siglo XX, los activos intangibles empiezan a tener una especial importancia en la Economía Mundial, hasta el punto de que sean la principal fuente de creación de riqueza de los últimos años. Esta tendencia sigue siendo creciente y plantea un horizonte económico capaz de superar la visión malthusiana de una economía de recursos escasos.

Sin embargo, a la par, otros activos intangibles invisibles para los economistas por no medirse en términos monetarios, han pasado a ser destruidos por una concepción de la Economía que equipara el valor económico con el valor monetario.

Los economistas podemos discutir sobre la evolución monetaria del PIB, pero no podemos hablar del valor de las variables no cuantificables a día de hoy, como la confianza entre los agentes, la capacidad de proteger los intereses de terceros por un agente, el nivel de felicidad de la población, etc. por esa razón, al no contemplarse en los modelos económicos, tienden a supeditarse a otras variables que si son cuantificables en términos monetarios.

Por ejemplo, si un simbionte trabaja en una empresa ocho horas diarias por mil euros, y de pronto la empresa para aumentar sus beneficios le obliga a trabajar diez horas, en términos monetarios la empresa lograría aumentar su productividad, y el trabajador seguiría cobrando lo mismo. Pero no se tendría en cuenta la perdida de calidad de vida sufrida por el trabajador, que tendría una especial repercusión desde las perspectiva simbiótica. La calidad de vida del trabajador quedaría supeditada a un incremente relativamente bajo del beneficio empresarial, siendo dos horas una elevada proporción del tiempo libre del trabajador que ya no puede utilizar en su desarrollo personal.

La ética es una de las variables fundamentales para el buen funcionamiento de una sociedad. Un hombre que actúa conforme a la ética tomará decisiones responsables que tendrán en cuenta las consecuencias sobre terceros. Esto supone una enorme capacidad de protección de las personas y sus activos.

La visión neoliberal del «homo economicus» que actúa única y exclusivamente para satisfacer sus necesidades y maximizar su función de utilidad, es también un elemento que pueda llegar a ser extremadamente dañino para la comunidad económica en que se desenvuelve.

Amartya Sen, Premio Nobel del año de 1998, critica precisamente esta concepción del hombre económico como un psicópata social que no tiene en cuenta su entorno, y redefine el concepto de «desarrollo» como algo más que desarrollo de la economía monetaria. Una de sus grandes aportaciones es el IDH (Índice de Desarrollo Humano), en el que no solo se contempla la esperanza de vida de los habitantes de un país, sino la calidad de esta vida, el nivel cultural, etc…

La Teoría Económica empieza a anticipar un cambio de paradigma sobre como se realizan y como se deben realizar las actividades de carácter económico, que empiezan a contemplar relaciones que hasta ahora no se consideraban económicas por no poder medirse en dinero.

Desde el punto de vista de la Economía Simbiótica es más importante conocer como se desarrollan las relaciones que la cuantía de los recursos que se ven involucrados en el proceso. Los agentes se denominan en general como simbiontes, lo que significa, que son sujetos capaces de relacionarse con su entorno obteniendo beneficios y sufriendo perdidas dependiendo del tipo de relación que establezcan.

Las relaciones económicas toman una nueva denominación a partir de las características de las relacionesrespecto al juicio de valor de la partida y la contrapartida. Así́ tenemos:

tigre

1. Relaciones de Depredación.

Relaciones del tipo ganar-perder, dónde el depredador obtiene su beneficio a costa de saquear a otro simbionte. La relación de depredación económica por antonomasia las representan las empresas capitalistas porque desarrollan su actividad en un entorno competitivo en el que el objetivo último es alcanzar el monopolio, esto es, eliminar a los competidores y acaparar el mercado. En cualquier ecosistema hay depredadores y tienen su sitio en el ecosistema económico porque eliminan a aquellos simbiontes ineficientes. No podemos por tanto tacharlas de simbiontes destructores de valor, siempre y cuando, no interfieran en otro tipo de relaciones que beneficien de forma más eficiente al conjunto global de los simbiontes de un sistema económico.

simbio

2. Relaciones Simbióticas.

Relaciones del tipo ganar-ganar, donde los simbiontes establecen relaciones mutuamente satisfactorias sin que se produzca un perjuicio para uno de ellos. La relación económica típica, es la cooperación económica, donde la acción de ambos agentes hace que cada uno de ellos logre sus propios fines. Por ejemplo, las empresas estatales que cubren servicios públicos se nutren de los impuestos de los ciudadanos a lo que da un servicio pretendiendo únicamente cobrar el mínimo necesario para realizar su actividad, prestar el servicio y garantizar su viabilidad económica.

En nuestro mundo actual, los depredadores y los simbiontes entran en conflicto todos los días, porque el peor competidor para un depredador es el simbionte que siempre prestara el servicio a un menor precio. No es de extrañar que los defensores del liberalismo preconicen la necesidad de erradicar las empresas publicas alegando su falta de competitividad. En este juicio de la eficiencia empresarial, el único prisma, es el valor monetario del beneficio y de los costes empresariales.

El segundo ejemplo, más peligroso aun para los depredadores son las ONG’s y aquellas organizaciones que buscan prestar un servicio sin buscar una contrapartida monetaria. Este tipo de organizaciones son cada vez más importantes en nuestra sociedad gobernada por el espíritu de la búsqueda del máximo beneficio, porque son capaces de solucionar problemas que desde esta perspectiva monetaria no tendrían solución ya que afectan a millones de seres humanos a lo largo de todo el planeta.

La encíclica de Bendicto XVI, «Caritas in Veritate» denuncia que este tipo de actividades altruistas en muchas ocasiones están reprimidas desde los propios gobiernos que exigen requisitos a las organizaciones con vocación cooperativa que no exigen a las empresas privadas. Desde esta perspectiva, los gobiernos protegen a los depredadores frente a los cooperadores. En el caso español, una empresa capitalista no tiene que justificar haber realizado los pagos a sus proveedores para cobrar sus facturas, sin embargo una ONG para cobrar la subvención, tienes que estar al día de todos los pagos a la Administración y haber pagado todas las facturas que recaen sobre la actividad subvencionada.

El hombre es un ser multidimensional desde la perspectiva de la Economía Simbiótica, pudiendo establecer multitud de relaciones con su entorno económico y con el resto de simbiontes.

La pregunta que debe hacerse el autor de la Política Económica de un país es qué tipo de relaciones pretende fomentar y si prefiere defender a determinados simbiontes, frente al conjunto de agentes del sistema.

La relación que existe entre los trabajadores y al empresa en la que trabajan es «a priori» una relación de carácter simbiótico, esto es, la empresa debe defender los intereses de los trabajadores, y los trabajadores los intereses de la empresas. Sin embargo, nuestra sociedad está tan sumamente pervertida por la profusión de las relaciones de carácter depredador que en la mayor parte de los casos, sobre todo en el caso de empresas de capital anónimo, ambos simbiontes se comportan como depredadores intentando obtener el máximo beneficio a costa del prejuicio del otro.

Los gestores de la empresa deberían intentar aumentar sus ingresos y sus expectativas de crecimiento para beneficiar los ingresos y las expectativas de sus trabajadores. Reducir plantilla, bajar o contener salarios, como medida para aumentar la diferencia entre costes e ingresos empresariales es un error desde el punto de vista de la Economía Simbiótica. Tanto trabajadores como empresarios deberían ser creativos y perfeccionar la relación que mantienen de carácter simbiótico.

Es importante resaltar que fomentar y proteger las relaciones depredadoras hace que estas aumenten de forma exponencial.

Si dos simbiontes fueran a un PVD (país en vías de desarrollo) donde el primero montara una empresas de hamburguesas y el segundo llevara comida de forma gratuita, el primero tendría muy pocas posibilidades de llevar adelante su negocio con éxito. Intentaría, por tanto, eliminar a su competidor.

Si solo existiera el vendedor de hamburguesas, los potenciales consumidores sin recursos para pagar estas se vería obligados a desarrollar relaciones de depredación con terceros para poder comprar las hamburguesas, y por tanto, las relaciones de depredación generan otras de forma exponencial.

El arbitro del ecosistema económico debe ser consciente de esta dinámica y proteger a todos los agentes cooperadores cuando entran en conflicto con agentes depredadores. Las relaciones de depredación, cuyos resultados se miden en dinero siempre tienen costes, cosa no ocurre con las relaciones de carácter simbiótico.

Médicos sin fronteras cuando prestan servicios obtienen inmediatamente la satisfacción de ver como su ayuda llega al lugar donde es necesaria. Una empresa que cobrara un precio por estos servicios debería pagar un coste a ese mismo medico. La relación cooperativa es mucho más rica, pues nunca se está midiendo el coste de lo entregado y siempre hay posibilidades de dar más si se puede y es necesario.

3. Relaciones necróticas

Aquellas donde ambos simbiontes pierden. Las empresas capitalistas en épocas de crisis pueden mantener relaciones de carácter necrótico, por que se ven obligadas a reducir los precios y en ocasiones por debajo del precio de coste para mantenerse en el mercado, e incluso, para mermar la competencia. Sin embargo, los cooperadores nunca entrarían en este tipo de relaciones, pues no prestar su servicio no les eliminaría de la escena económica. Podrían esperara contar con los recursos para seguir desempeñando su actividad más adelante. La relación necrótica económica por excelencia son el negocio de las drogas y de la prostitución, donde tanto el cliente como el proveedor se hacen daño a sí mismos.

4. Relaciones comensalitas.

Cuando un simbionte genera beneficios para terceros por el mero hecho de realizar la actividad que le reporta beneficios así́ mismo. Uno casos más interesantes es el de Idea, que cuando decide montar una nueva filial, genera un transito de consumidores que beneficia a otras empresas que no tienen ese poder de convocatoria. Aquí́ entrarían también las organizaciones de voluntariado que buscando el beneficio del hombre, que es su propio objetivo, logran que los comensales (los receptores del voluntariado) se beneficien.

5. Relaciones amensalistas.

Cuando un simbionte al ejercer su actividad impide que otros simbiontes las desarrollen. El monopolio económico responde a esta forma de relación, y destruye todas las relaciones de otro tipo que pudieran surgir. Estas son las relaciones que un sistema deberían evitar a toda costa. Los oligopolios actuales, también intentan forzar este tipo de relaciones con su entorno para eliminar la competencia emergente.

Todo sistema económico necesita que las relaciones descritas anteriormente mantengan un equilibrio en cada momento y a lo largo del tiempo, que permita el crecimiento económico sostenible. Si las relaciones comensalitas se apalancan los agentes beneficiados pueden olvidar la creación de valor. Si el parasitismo o la necrosis superan a la simbiosis, el sistema está avocado a la destrucción, y su mera existencia ya supone una reducción del crecimiento posible.

La búsqueda del monopolio por parte del depredador será nociva cuando alcance el poder suficiente como para conseguirlo, pues siempre intentará eliminara todos aquellos que pongan en peligro su estatus con el mercado. Pensar que el Estado es capaz de controlar a estas organizaciones a día de hoy parece bastante improbable, pues la elección de los partidos políticos está íntimamente relacionada con su financiación. La única herramienta con la que podría contar una sociedad es con la integridad de sus individuos que ocupan puestos de responsabilidad en este tipo de organizaciones, y esta integridad está sustentada por una formación.

Si la educación sigue persiguiendo la especialización a ultranza para el desempeño de profesiones puntuales, y no se persigue un objetivo más humanista de formación de un hombre multidimensional, que no solo debe conocer la técnica, sino tal vez más la ética para proteger a su ecosistema económico, las perdidas en el conjunto de la sociedad llegarán a ser catastróficas.

Si todos perseguimos nuestro propio beneficio, sin pretender beneficiar a los demás, incluso intentando robarles sus recursos, el volumen global de los destruido superará a la suma de los beneficios individuales.

A finales del S. XX hemos empezado a ser conscientes de la necesidad de proteger nuestro ecosistema natural, y ahora debemos aprender a proteger nuestro ecosistema económico.



[1] «James M. Buchanan, What should Economist Do? (Indianapolis: Liberty press, 1979.