XVII Asamblea General Ordinaria del Foro de Laicos. El tiempo que vivimos: libertad religiosa y crisis económica.
El Hombre como activo fundamental en la Economía a la luz de “Caritas in Veritate”
Antonio Franco Rodríguez de Lázaro, Catedrático de Estadística de la Universidad CEU San Pablo.
La falta de ética en la actividad económica es una cuestión que ha preocupado a los hombres desde la antigüedad. Ya en la Biblia aparece:
“Entre la juntura de las piedras se clava la estaca, y entre la compra y la venta se desliza el pecado”[1]. Eclesiástico 27,2
En las sociedades antiguas las grandes acumulaciones de capital pertenecían a familias y a individuos, y por tanto las decisiones económicas estaban impregnadas de ética, ya fueran buenas o malas. El ser humano tiene la capacidad inherente de ser ético, con independencia de la calidad de sus acciones.
Sin embargo, con la aparición del capital anónimo, que es un ente no humano, esta cualidad ética desaparece. El capital anónimo genera estructuras de poder despersonalizadas aunque estén formadas por hombres porque no sirven al propio hombre sino a la simple acumulación de capital.
Las entidades de capital anónimo, por tanto, no surgieron como entes éticos, sino para diversificar riesgos y generar beneficios cuantificables por terceros a los que deben un rendimiento, ya sea en dividendos o en valor de las acciones.
Si en esas organizaciones no hay hombres de un profundo calado ético, es tremendamente fácil que acaben tomando decisiones que sacrifiquen el bienestar general a cambio del personal.
A día de hoy estos procesos de control de las organizaciones proliferan a todos los niveles donde hay seres humanos coherentes y responsables para con su comunidad, sin embargo, la complejidad de los nuevos mercados multinacionales y de derivados financieros empieza a hacer ineficiente la capacidad de los estados de legislar, controlar y sancionar los comportamientos oportunistas.
El capital anónimo se alimenta del ahorro que procede del trabajo de las familias y si las familias no son conscientes de la responsabilidad con los demás, con la sociedad global, y solo buscan maximizar su beneficio monetario, pueden perjudicar a otros colectivos desconocidos para ellas. La única forma de control ético del capital anónimo es que los ahorradores conozcan el destino cierto de estos recursos.
Por otro lado, es necesario que se propicien entornos de trabajo más humanos y organizaciones que atiendan las necesidades de los individuos que las conforman, mejorando sus condiciones de trabajo y posibilitando su desarrollo integral como miembros de nuestra sociedad. Los trabajadores deberán sentirse parte de la empresa, y dedicar sus esfuerzos al bien común en vez de partir de planteamientos egoístas.
La actual crisis económica está sirviendo de excusa para que algunas empresas bajen los salarios, aumenten las jornadas laborales de forma abusiva y reduzcan sus plantillas con el objetivo de maximizar beneficios, sin tener en cuenta las consecuencias que se derivan sobre los trabajadores y sus familias.
Los trabajadores por su parte se sienten utilizados, ven a la empresa como su enemigo y trabajan sin ilusión, tratando de maximizar su beneficio personal.
Ambos, trabajadores y empresas, no se sienten parte del sistema, e intentan evitar sus obligaciones con el Estado y, en última instancia, con el resto de la comunidad.
La necesidad ética llega incluso a los que integran los gobiernos y los partidos políticos, pues de no ser capaces de actuar de forma ética los ciudadanos estarán a expensas del poder económico de organizaciones de capital anónimo cuyos intereses no tienen por que coincidir con los generales. La crisis de la democracia liberal se hace evidente por la carencia de ideología que perciben los ciudadanos en los políticos, como individuos que únicamente buscan el voto sin ninguna aspiración de desarrollo de la sociedad.
El cumplimiento estricto de la política del bienestar se limita a garantizar mínimos, sin embargo, no contempla el perpetuo desarrollo al que el hombre debe aspirar. No basta con dar mínimos a los que menos tienen, es necesario que la sociedad entera mejore en todos los aspectos y especialmente en el ámbito cultural y espiritual.
“Caritas in Veritate” es ante todo un canto a la integridad del ser humano y una defensa de su desarrollo, pero no se propone ninguna medida de carácter concreto, simplemente nos pide un cambio de actitud en relación con los demás y muy especialmente en las relaciones de carácter económico que surgen en las sociedades y que deben ser éticas, solidarias y cuidadosas con el valor de la vida humana y su desarrollo. Nos corresponde a nosotros tomar las decisiones oportunas para lograr que el sistema económico y político de nuestras sociedades facilite y admita esa nueva forma de entender el valor.
La gran denuncia de la Encíclica es que la vida humana se considera como un bien material sujeto a la ley de la oferta y la demanda, supeditándose el desarrollo integral del hombre al desarrollo cuantificable de las Economías en términos monetarios.
La solución no es fácil, ni cortoplacista. Las políticas de la democracia liberal actual se orientan cada vez más a solucionar problemas a corto plazo sin contemplar el horizonte natural de una sociedad que aspira a vivir toda una vida.
¿Cómo podemos solucionar la decadencia de la ética en nuestros tiempos y garantizar la riqueza en el sentido más amplio para las generaciones venideras?
En primer lugar, no es nada nuevo, que la educación es la herramienta fundamental del futuro de una nación. La educación da al individuo fortaleza, conocimiento de los errores pasados, capacidad de resolver situaciones imprevistas y el tiempo de reflexión necesario para lograr el compromiso del nuevo miembro de la sociedad con los valores que la han sostenido. En este sentido, debo puntualizar que educación no es escolarización.
Una sociedad que aspira al crecimiento debe contar con los mejores profesionales, y si aspira a aumentar la calidad de vida de sus ciudadanos debe contar con las mejores personas. Es necesario que el individuo piense con autonomía para poder hacer suyo el comportamiento ético. También es necesaria una formación en valores, actualmente en desuso.
La educación actual tiene como principal objetivo la especialización de los futuros profesionales, dejando de lado una visión más amplia que aspire a la formación de hombres en el más amplio sentido de la palabra. Es necesario aumentar los niveles de exigencia, incrementar los conocimientos impartidos, fomentar el espíritu crítico y la capacidad de comprender la realidad.
En segundo lugar, siguiendo la distinción entre equidad y caridad, para que podamos ser caritativos antes debemos ser justos y dar a cada uno lo suyo. De la misma manera, no podemos consentir que organizaciones sin ánimo de lucro cuya finalidad es resolver problemas por los que otros generan un beneficio monetario estén sometidas a unas leyes del juego que las discriminan, impidiendo en ocasiones el ejercicio de su actividad.
Nuestra sociedad debe ser capaz de valorar las actividades desempeñadas de forma gratuita, pues la gratuidad no es sinónimo de ausencia de valor, aunque por desgracia en nuestros tiempos estos conceptos se equiparan con demasiada frecuencia.
Para que sea posible la libre competencia es necesario que los individuos concurran en igualdad de condiciones para poder negociar, sin embargo, en la realidad siempre uno de los negociadores posee mayor poder de negociación. Si la transacción se realiza conforme al valor de uso de los bienes la transacción será justa, pero si se realiza en relación al valor de cambio, influido por el poder de negociación, se estará practicando un abuso del otro, y por tanto no habrá libertad. Por tanto la sociedad necesita de hombres éticos para poder disfrutar de una economía justa.
En tercer lugar, es fundamental el facilitar y promover relaciones económicas basadas en el principio de convivencia, para los no creyentes, ó de comunidad cristiana para los que estamos aquí, en las que ganamos todos. Estas relaciones que se dan con frecuencia en el seno de las familias, entre las amistades, incluso de forma informal en el seno de las empresas y que resuelven problemas que de otra manera no podrían ser solucionados están siendo gravemente amenazadas, por la creencia extendida de que el único valor es el dinero.
La Economía está impregnada de fe con minúscula. Cuando realizamos una transacción tenemos fe en recibir la contrapartida, cuando aceptamos un billete tenemos fe en que vale lo que dice valer, y lamentablemente, se suele creer que el hombre es un ser egoísta que solo mira por su propio beneficio y que el mundo no puede cambiar. Esto es algo profundamente anticristiano, pues Cristo realizó el sacrificio máximo que es dar su vida por nosotros para que cambiáramos y fuéramos hombre nuevos.
¿ Por qué nosotros no creemos que podemos cambiar ?
Los economistas somos en gran medida responsables de este equivoco al no tener en cuenta la generación de valor de forma gratuita. El siglo XXI, nos exige medir la realidad tal y como se presenta, y lo más difícil, preocuparnos más por la calidad de las relaciones humanas que por la cuantía de las transacciones que generan.
En cuarto lugar, es necesario volver a tener pirámides de población equilibradas con generaciones de jóvenes con capacidad para el desempeño de sus trabajos y oportunidades para el mantenimiento de sus familias. Si no fomentamos la familia y las oportunidades para las nuevas parejas de tener hijos estaremos abocados a movimientos migratorios masivos que amenazan incluso con hacer desaparecer las identidades nacionales. En vez de promover el aborto, se deben dar alternativas que respeten la libertad de la madre y el derecho a la vida del nonato.
La vida humana es nuestro mayor tesoro y debemos protegerlo desde la conciencia, la lógica y el dialogo.
La familia debe ser la institución fundamental en la que se base la comunicación de la justicia y la bondad de nuestros ciudadanos.
En quinto lugar, y siendo conscientes de que es la medida más difícil e incontrolable desde la autoridad, todos y cada uno de nosotros debemos asumir el compromiso que tenemos para con nuestros semejantes sea donde fuere el lugar que ocupemos en la sociedad, siguiendo el mandato: “Amaros los unos a los otros como yo os he amado”. Si no somos capaces de abrir los ojos y contemplar como la riqueza fluye a nuestro alrededor en forma de intangibles y bienes libres, que la integridad y el respeto son valores de inmenso valor, que la decencia de los otros es la garantía de nuestra propia seguridad,… Si no somos capaces, las dinámicas miopes del beneficio a corto plazo hipotecaran el bienestar futuro de la humanidad entera.
Estamos en un momento crucial para el futuro de la Humanidad, en el que se presiente un cambio en el modelo social y en el modelo económico, ambos interdependientes. Necesitamos nuevos modelos más acordes con nuestra condición de seres humanos para no tener que vivir una bipolaridad entre nuestra actuación económica y nuestro sentir ético.
Como conclusiones:
- Hay que ser consciente de que la situación actual es insostenible a largo plazo.
- El cambio debe empezar por nosotros mismos con un cambio de actitud, más responsable para con los demás.
- Hay que tener Fe en la Verdad Absoluta y en la capacidad de conversión del ser humano.
- La pregunta de si es posible una nueva sociedad sin Dios. Para un católico la respuesta es evidente, sin embargo, debemos confiar en la bondad del ser humano aunque carezca del don de la Fe. El S.P. Benedicto XVI recurre al término “logos” para referirse a esa voz interior que nos dicta lo que debemos hacer, y este término apela a todos los individuos con independencia de su condición religiosa.
- El enemigo del hombre es todo lo que le deshumaniza y le hace vivir conforme a unas reglas al margen de la ética.
- El mayor activo es el ser humano, el alma humana, su condición ética y su creatividad.
- Si avanzamos en la dinámica del comportamiento egoísta de los agentes económicos retrocederemos a una nueva sociedad espartana en que el ser humano es prescindible si no es capaz de sostenerse por sí mismo frente a sus semejantes con una actitud beligerante.
- El hombre con sus buenas acciones debe aspirar a transformar su entorno inmediato y contagiar a los demás de ese espíritu.