Estracto del trabajo de investigación: Economía Simbiótica.
Consecuencias Macroeconómicas de los agentes económicos en el bienestar social.El caso particular de la Empresa Familiar.
21/07/2009
Autor: Francisco Rabadán Pérez
DEA Universidad San Pablo CEU
<Viene de>2.1. Los mitos de la Ciencia Económica.
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua[1], adoptamos la definición de mito que sigue: “Persona o cosa a las que se atribuyen cualidades o excelencias que no tienen, o bien una realidad de la que carecen”.
En este sentido, los siguientes subepígrafes van a dedicarse a resaltar que la ciencia económica esta repleta de presupuestos o mitos sobre el comportamiento humano que habitualmente se pasan por alto debido a que están completamente asumidos en el pensamiento de los economistas. Presupuestos o mitos que surgieron en su momento para resolver problemas concretos al tratar de modelizar realidades económicas, o para evitar dificultades a la hora de defender determinados planteamientos económicos.
El caso más llamativo es el del marginalismo, gobernado por presupuestos idealizados de lo que es la realidad económica para poder acometer un análisis basado en el cálculo diferencial sobre el comportamiento de los agentes económicos. De esta forma de pensamiento, nace el concepto de “competencia perfecta” en el que se supone que los agentes económicos concurren al mercado en igualdad de condiciones.
El mercado en el marginalismo es un punto de encuentro de dos fuerzas, oferta y demanda, que se definen de forma despersonalizada sin tener en cuenta a los individuos que participan en la negociación y suponiendo siempre un comportamiento racional. Las transacciones actuales se ajustan bastante a este patrón, sobre todo cuando se cierran de forma anónima. Sin embargo, no podemos olvidar que el hombre expresa su humanidad también a través de las relaciones económicas.
Otro supuesto asumido plenamente es que el dinero es la unidad de medida de todas las cosas y que a través del precio se refleja el encuentro perfecto de oferta y demanda.
Un último mito es el de considerar que el pensamiento económico surge a partir de Adam Smith, y que todo lo anterior no tiene el rango de ciencia, con el agravante de suponer que el padre de la Economía Moderna respalda la figura de un “homo economicus” ampliamente utilitarista.
De todas y cada una de estas cuestiones nos ocuparemos a continuación.
2.2. Las transacciones económicas en el pasado.
“Pues hemos nacido para colaborar, al igual que los pies, las manos, los párpados, las hileras de dientes, superiores e inferiores. Obrar, pues, como adversarios los unos de los otros es contrario a la naturaleza. Y es actuar como adversario el hecho de manifestar indignación y repulsa.” (Marco Aurelio, Meditaciones)[2]
La cooperación entre seres humanos para conseguir fines comunes y propios es tan antigua como la humanidad. Sin embargo, no lo son los usos y costumbres de las distintas culturas en el comercio a lo largo de la Historia, ni los fines y medios considerados como adecuados y deseables. Éstos siempre han sido consecuencia de la cultura de la nación, entendida como un conjunto de valores éticos, jurídicos y religiosos comunes a un grupo humano que se identifica a sí mismo como tal.
En la antigüedad el comercio nunca fue algo anónimo. Los grandes comerciantes eran por encima de todo, personas precedidas de una gran reputación. Los grandes acuerdos se basaban en la reputación de los agentes y en la búsqueda de la satisfacción mutua en el intercambio.
El surgimiento de los grandes imperios comerciales del Mediterráneo antes de Cristo fue consecuencia de este tipo de actuaciones. En muchas ocasiones, el comercio entre nuevas culturas comenzaba sin conocer los usos y costumbres de los nativos, y mucho menos su lenguaje, pero los principios de honestidad y reputación servían de vehículo para formalizar los intercambios comerciales.
Como prueba de ello podemos contemplar este texto del historiador Herodoto: “Los habitantes de Cartago también relatan lo siguiente: Hay un país en Libia, y una nación, más allá de los pilares de Hércules, los cuales ellos no quieren visitar, solamente quieren llegar y, lo más pronto posible, descargar sus mercancías, ordenarlas en una forma adecuada a lo largo de la playa, y, calculando a simple vista, dejan la cantidad de oro que ellos creen que vale la mercancía, y luego se retiran a una prudente distancia. La gente de Cartago se acerca al litoral y miran. Si ellos consideran que hay suficiente oro, lo toman y continúan su camino, pero si piensan que no es suficiente, regresan a bordo del navío y esperan pacientemente. Luego los otros se aproximan y añaden más oro, hasta que los de Cartago estén contentos. Ninguno de los grupos es tratado injustamente por el otro: ya que ninguno de ellos toca el oro hasta que se llega al precio correcto de sus artículos, ni los nativos se llevan la mercadería hasta que el oro es tomado por los otros.”[3]
Podemos observar el profundo respeto que se respira en el intercambio comercial antiguo, la confianza depositada de un pueblo en otro. Las mercancías eran dispuestas para ser examinadas sin que nadie temiera su robo, el oro era puesto a disposición para ser examinado sin que nadie lo protegiera o supervisara la cantidad entregada. El trato solo era cuestión de tiempo y de acuerdo entre las partes. Esto a día de hoy, según nuestra cultura, parece algo impensable.
Algo no menos llamativo es el concepto utilizado por Herodoto de “trato justo” del que se desprende que para que éste exista, ambas partes deben quedar satisfechas respetándose el criterio de cada una.
Una reciente publicación de Habib Chamoun-Nicolás, “Negociando como un fenicio”[4], analiza el modo en que comerciaban los fenicios e intenta traer a nuestros tiempos su modo de negociación de forma actualizada.
La premisa fundamental en la negociación fenicia es anteponer el ser humano como tal a la propia negociación. Los fenicios intentaban, por encima de todo, satisfacer al ser humano con el que negociaban a través de profundas relaciones, que con frecuencia llegaban a convertirse en vínculos de amistad entre individuos, familias e incluso reinados.
Como explica el Dr. Chamoun, la construcción de la monumental obra arquitectónica del Templo del Rey Salomón, documentada por historiadores y por el Antiguo Testamento, sólo fue posible debido a la confianza ilimitada entre el Rey Hiram de Tiro y el Rey Salomón. Salomón transmitió las inmensas necesidades de materiales que requería para el Templo a Hiram sin acordar previamente un precio. Ambas partes se comprometían a cubrir las necesidades del otro basándose en una confianza absoluta. Metafóricamente, Salomón dio un cheque en blanco a Hiram al que trataba como hermano. La palabra de ambos monarcas fue suficiente contrato y ambos quedaron completamente satisfechos.
Lo fundamental no eran los beneficios materiales que se esperaban de los negocios, si no una aspiración más compleja y menos material de satisfacción humana.
Esto da una especial ponderación a las peculiaridades de cada agente económico en el proceso de negociación y hace evidente que las transacciones tal y como hoy son entendidas no son la única forma de negociar.
Es difícil que en la actualidad se pueda negociar estrictamente como lo hacían los fenicios (dejar las mercancías en una playa o dar un cheque en blanco), pero sí conceptualmente, sobre todo en lo que se refiere a negociaciones cotidianas entre individuos, ya sean personas físicas, organizaciones pequeñas o macro-instituciones. Todas ellas deberían fomentar las relaciones comerciales basándose en la reputación de los agentes, en su calidad de relación como seres humanos y en la necesidad de satisfacer, no sólo los aspectos económicos si no el mutuo desarrollo desde una perspectiva integral.
Esta concepción del negocio se ha visto profundamente amenazada por dos acontecimientos. Por una parte, la aparición del dinero que ha fomentado los intercambios económicos trasladando la importancia de las operaciones a su volumen y al margen comercial en términos fiduciarios, haciendo casi invisibles el resto de satisfacciones que procura la negociación. Y por otra, la profusión de las sociedades mercantiles a partir del renacimiento europeo, y más específicamente, las sociedades anónimas, que basan su capacidad negociadora en la calidad y precio de los productos, restando importancia a la identidad de los negociadores, y alejando la negociación de los consumidores finales hacia los comerciantes-intermediarios de la cadena de valor, motivados únicamente por obtener el máximo diferencial dinerario posible en sus operaciones.
La Historia nos recuerda que las transacciones económicas no son sólo encuentros entre una función de demanda y una función de oferta, sino algo mucho más rico y más humano en donde intervienen infinitud de variables como la confianza unida a sus mil y un matices culturales. La transacción económica no debe ni puede concebirse sin la riqueza de la negociación y la aspiración de la continuación de las relaciones comerciales en el futuro.
En este sentido, los matices de disciplinas tales como la Comercialización, la Sociología y la Psicología deben empezar a incluirse en las formulaciones de los modelos económicos.
2.3. El origen del dinero y sus implicaciones en la libre competencia.
El dinero mide el precio del bien en el momento de la transacción, pero no contempla las dimensiones personales de la negociación y cómo ese intercambio incidirá en relaciones comerciales futuras. Por tanto, el dinero es un vehículo de intercambio material, que ajusta el precio a las condiciones del mercado. Sin embargo, existe una relación personal que el dinero no ha sido capaz de medir. En el proceso de negociación fluyen otros activos no materiales que enriquecen a los negociadores, como el propio proceso de negociación, la confianza mutua, que actúa como una forma de garantía no formal, o el deseo de mantener relaciones comerciales futuras.
Desde una perspectiva simbiótica de la economía, el mercado es el escenario de las negociaciones y no debería ser analizado sin considerar estas variables intangibles intrínsecas al proceso de negociación.
Analizando la génesis del dinero podemos comprobar como éste resulta un vehículo insuficiente para reflejar plenamente todas las implicaciones económicas de la relación comercial.
Un agente económico que se preocupe únicamente por las transacciones en términos pecuniarios no tendrá una adecuada proyección de futuro de los procesos de negociación, ya que no estará considerando las consecuencia inmateriales de las relaciones, ni será consciente del sentido último del bien o servicio objeto del intercambio, que es cubrir las expectativas del consumidor que motivaron su impulso a demandar. Una vez pagado el precio, se extinguirían todas las implicaciones entre los agentes de la transacción.
El dinero es en sí mismo un enigma desde el punto de vista de la filosofía social y de la economía práctica. El intercambio de mercancías surge para satisfacer las necesidades de las partes, sin embargo, el dinero en sí mismo no es capaz de resolver ninguna necesidad. El intercambio basado en monedas, metales o piedras preciosas no resuelve de forma directa las necesidades de las partes.
Desde su aparición, el dinero ha sido un bien deseado por los comerciantes, aunque no parece servir a ningún propósito útil. La pregunta fundamental que surge desde la inquietud económica, expresada por Carl Menger[5], fundador de la Escuela Austriaca de Economía, es: “¿Cuál es la naturaleza de esos pequeños discos o documentos que en sí mismos no parecen servir a ningún propósito útil y que, sin embargo, en oposición al resto de la experiencia, pasan de mano en mano a cambio de mercancías más útiles, más aun, por los cuales todos están tan ansiosamente dispuestos a entregar sus productos? ¿Es el dinero un miembro orgánico del mundo de las mercancías o es una anomalía económica? ¿Debemos atribuir su vigencia comercial y su valor en el comercio a las mismas causas que condicionan los de otros productos o son ellos el producto preciso de la convención y la autoridad?”
A día de hoy no disponemos de una explicación adecuada, ni tan siquiera hemos llegado a un acuerdo sobre su naturaleza o sus funciones. El primer intento para explicar la aparición del dinero como medio de cambio corriente y universal consistió en que éste nace de una convención general o de una disposición legal. El problema consiste en cómo explicar una forma de actuación, homogénea y general, que los seres humanos adoptan al establecer relaciones comerciales, y que si se considera de forma concreta, busca el beneficio del interés general, aunque sin embargo, parece poner en conflicto los intereses más cercanos e inmediatos de las partes contratantes.
La emisión de monedas portando escudos y representaciones de jefes de estado ha hecho evidente la intervención del gobierno en el dinero como medio general de pago, lo que podría hacernos pensar que es el propio estado el que ha decidido que los metales preciosos sean el medio adecuado para acuñar moneda y servir como dinero en interés del bien público. Ésta es la opinión de Platón, Aristóteles y los juristas romanos, y prácticamente la de los autores medievales. Sin embargo, de haber ocurrido de esta manera habríamos encontrado algún eco en la historia del establecimiento de este convenio o ley general, pero no existe ningún documento histórico fiable donde quede reflejado este hecho.
Aristóteles, Jenofonte, Plinio, y más recientemente John Law, Adam Smith y sus discípulos se centran en la peculiar adaptabilidad de los metales preciosos para acuñar moneda, postulando que estas cualidades especiales suponen una explicación para su elección como medio de cambio. Esto supondría un origen pragmático del dinero. No queda claro cómo pudo ser promovido ni cómo se aceptó el uso de este tipo de mercancías (metales preciosos, piedras preciosas, especies, la sal, … ) como medio de cambio legalmente reconocido.
Aceptar esta hipótesis no sólo afecta a la explicación del origen del dinero sino también a su naturaleza en relación con el resto de mercancías.
Si nos adentramos en los albores del comercio, el hombre fue tomando conciencia de forma gradual de las ventajas que supondría el intercambio comercial. Su objetivo básico era adquirir las mercancías que necesitaba y deshacerse de las que no necesitaba o ya poseía en exceso.
Esto significa una clara restricción al volumen de acuerdos comerciales basados en el trueque, aun más si tenemos en cuenta lo difícil que resulta que el intercambio de mercancías genere a los participantes un valor superior de uso “a posteriori”, o la dificultad del encuentro entre ellos en las condiciones y momentos adecuados para que oferta y demanda coincidan. Estas dificultades se habrían convertido en obstáculos insuperables para el progreso del comercio y para la producción de bienes en forma de excedentes.
Con esta visión del comercio primitivo surgió “la teoría de la liquidez de las mercancías”, que tiene una enorme importancia para la teoría del dinero y del mercado en general. La teoría del dinero necesariamente presupone la existencia de graduación en la liquidez de los bienes, siendo el dinero solo un caso especial de un fenómeno más genérico de la vida económica: la diferente liquidez de las mercancías.
Debemos establecer una distinción entre el precio ofrecido por un demandante y el precio solicitado por un oferente, esto es, el precio al que podemos comprar voluntariamente una mercancía en un momento dado y el precio al cual podemos venderla. Son dos magnitudes esencialmente diferentes.
En una negociación sujeta a un mercado en el que no existen medios de cambio generalmente aceptados, y por tanto, el intercambio se perfecciona a través del trueque de mercancías, una de las dos partes, demandante u oferente, deberá asumir la perdida del diferencial entre ambos precios al no estar referidas las mercancías a una unidad de medida que permita comparar su valor.
Cuanto menor sea el margen entre el precio ofrecido y el solicitado de una mercancía, mayor tenderá a ser su grado de comercialización, es decir, será más rápido y frecuente el llegar a acuerdos en el intercambio de este tipo de mercancías. Una mercancía será más o menos líquida de acuerdo con el grado de facilidad con el que se puede vender en el mercado, en cualquier lugar o momento.
El precio económico de un bien es el que surge de un encuentro perfecto entre oferta y demanda, pero esto presupone el cumplimiento de “la teoría del equivalente objetivo en los bienes”; sin embargo, incluso en los mercados más desarrollados podemos observar que determinados bienes, debido a su bajo nivel de liquidez, pueden hacer que el oferente se vea obligado a esperar largos periodos de tiempo para poder realizar el intercambio y se produzca el acercamiento entre el precio solicitado al precio ofrecido hasta llegar al nivel del precio de mercado.
El intervalo de tiempo dentro del cual puede considerarse viable la venta de un producto a precios de mercado (precios económicos en terminología de Menger) resulta imprescindible a la hora de analizar su liquidez.
Sería un error suponer que dado un momento y un mercado determinados, todas las mercancías guardarían una exacta relación de intercambio, en otras palabras, que podrían ser intercambiadas a voluntad en cantidades definidas. La realidad demuestra que no solo no se da esa correspondencia debido a los cambios coyunturales, si no que ni tan siquiera el precio de compra y el de venta del mismo producto por el mismo individuo tienen por qué coincidir, resultando por tanto ambos precios dos magnitudes esencialmente diferentes.
Si la teoría del equivalente objetivo en los bienes fuese correcta, el comercio y la especulación serían actividades sencillas, debido a que sería tan fácil adquirir como desprenderse de las mercancías. Incluso en los mercados mejor organizados y aunque podamos comprar lo que deseamos cuando lo deseamos al precio solicitado, sólo podemos desprendernos de la mercancía cuando y como queramos aceptando una pérdida, es decir, a un precio ofrecido inferior.
Otro factor a tener en cuenta, respecto de la liquidez de los bienes, es el cuantitativo, ya que el mercado puede no absorber todo lo ofertado al precio solicitado por el oferente. Cuanto mayor sea la cantidad ofertada, mayor será la posibilidad de que en caso de querer desprenderse del total de la mercancía, el oferente deba aceptar un precio inferior o esperar hasta que la demanda acepte su precio de oferta.
En los grandes centros de intercambio de todos los tiempos han existido determinadas mercancías con una demanda mayor, más constante y efectiva que el resto, adecuadas para los fines de quienes tenían la capacidad de comerciar y deseaban hacerlo, debido a la relativa escasez de estos productos y a la permanentemente imperfecta satisfacción de su demanda. El que posee este tipo de productos se encuentra en una posición de ventaja si pretende comerciar con ellos, ya que tiene la perspectiva de conseguir los productos en el mercado con mayor facilidad y seguridad, y debido a la fuerte demanda del producto que se ofrece, a precios acordes con la situación económica general, esto es, precios económicos.
Cuando un agente ofrece en el mercado productos que no son altamente líquidos, si no encuentra una contrapartida acorde con el precio que ha solicitado aceptará bienes de mayor liquidez como medio de pago porque así aumentan sus posibilidades de encontrar el bien demandado y se reducirá el tiempo de la transacción. Aunque no logre de inmediato el objetivo final de su comercio, es decir, los productos que en realidad necesita, si se ha acercado de forma más rápida a su objetivo.
Con el paso del tiempo, este tipo de razonamiento económico se fue perfeccionando y extendiéndose en el cada vez mayor número de transacciones y mercados, y por tanto, se fueron clasificando los productos en base a su coste, por su facilidad de transporte y su posibilidad de preservación en relación a una demanda estable y ampliamente distribuida. Los bienes que son capaces de representar gran valor en poco espacio, ser fácilmente transportables y conservables comenzaron a otorgar poder económico a sus poseedores, protegiendo su capacidad adquisitiva a lo largo del tiempo y en cualquier lugar.
La multiplicidad de transacciones en torno a este tipo de bienes y el aprendizaje de los agentes económicos en torno a sus cualidades, han hecho que se conviertan en medios de cambios generalmente aceptados.
El hábito constituye un factor muy significativo en la génesis de estos medios de cambio de utilidad general. Al principio, no todos los agentes de un mercado aceptarían este tipo de bienes debido a que no cubrían sus necesidades de forma directa, sin embargo, a medida que se incrementó el número de transacciones y los individuos que participaban en ellas fueron admitiendo este tipo de mercancías, éstas acabaron siendo aceptadas de forma general como medios de cambio.
Sólo podemos entender el origen del dinero como el establecimiento de un procedimiento social que aparece de forma espontánea, como la consecuencia no prevista de la actuación de los miembros de una sociedad que poco a poco fue discriminando los bienes en función de su grado de liquidez.
Cuando los medios de cambio generalmente aceptados se transforman en dinero, el primer efecto es un aumento de su liquidez, originalmente más alta que la del resto de bienes. Este incremento de liquidez tiene como consecuencia última que el sentido de la transacción ya no es cubrir necesidades inmediatas del oferente, si no conseguir dinero como medio para cubrir las necesidades actuales y futuras.
El dinero garantiza la cobertura de estas necesidades al ser aceptado por todos los oferentes, y el que acceda al mercado con bienes distintos del dinero se situará en una posición de desventaja debido a la menor liquidez de sus bienes, viéndose obligado a aceptar un precio inferior al precio solicitado para realizar la transacción de forma inmediata, o esperar hasta que el precio ofrecido coincida con el solicitado. Esta dificultad no existe para el hombre que posee dinero, lo que le otorga un control seguro sobre todo producto que pueda tenerse en el mercado a precios ajustados a la situación económica de cada momento.
Cuando un medio de cambio pasa a convertirse en dinero, aumenta su diferencia en liquidez respecto al resto de mercancías, hasta el punto de transformarse en un bien de liquidez absoluta. Esto explica la superioridad del comprador respecto al vendedor
En este sentido, el dinero rompe las reglas del juego del mercado primordial en el que las transacciones se realizan por trueque desequilibrándolas a favor de los demandantes, mientras que empeora substancialmente la posición de los poseedores de bienes de baja liquidez, que en caso de necesidad deberán aceptar precios muy inferiores a los solicitados y muy lejos de la situación económica general que definiría la competencia perfecta.
Los metales preciosos se convirtieron en el medio corriente de intercambio más generalizado entre los pueblos históricamente más avanzados, debido a su altísima liquidez en relación con el resto de bienes y, al mismo tiempo, por que se los consideró especialmente aptos para las funciones principales y subsidiarias del dinero. A pesar de su escasez natural están geográficamente bien distribuidos y en relación con otros metales son fáciles de extraer y elaborar. Son fácilmente divisibles y aceptados por todos los individuos en pequeñas cantidades. Representan un gran valor en un reducido espacio, su transporte es sencillo y no son caducos.
La intensidad, persistencia y generalización del deseo de metales preciosos en los mercados ha permitido solventar situaciones de precios erráticos, alterados por situaciones extraordinarias, especialmente por que en función del carácter costoso, durabilidad y fácil preservación de estos metales se han convertido en el medio más general de atesoramiento y también en los productos más favorecidos para el intercambio.
Finalmente, todos los productos acabaron expresando su valor en relación a estos metales preciosos, aunque el agente en cuestión no lo necesitara directamente, o incluso cuando ya hubiese satisfecho sus necesidades, le servían como forma de conservar el valor de sus productos perecederos.
Otra ventaja de los metales preciosos como medio de cambio es que debido a su color, su ductilidad y su sonido son fácilmente reconocibles por los agentes.
El dinero no ha sido generado por ninguna Ley. En sus orígenes era una institución social y no estatal. Sin embargo, el reconocimiento por el Estado y la regulación por parte del gobierno ha servido para que se adapte a las múltiples y variadas necesidades de la evolución del comercio, así como para garantizar los derechos que son resultado de las costumbres. En función del peso, fueron acuñados e intercambiados por su número. Al adoptar la forma de monedas, experimentaron un aumento en sus transacciones. El Estado, al acuñar moneda, aumenta el nivel de confianza de los agentes a la hora de realizar las transacciones, debido al respaldo de la certeza del valor de las monedas, lo que ha sido considerado como una de las más importantes funciones del gobierno.
Sin embargo, si algo debemos destacar del pensamiento de Menger y sus estudios sobre la aparición del dinero, es que éste dificulta la libre competencia, en cuanto a que el poseedor de dinero por el hecho de poseerlo tiene más poder de negociación frente a agentes que ofrecen bienes o servicios menos líquidos.
Podemos imaginar las consecuencias de este principio cuando las relaciones comerciales y las negociaciones se realizan a escala internacional o multinacional; es decir, cuando hablamos de comercio entre países desarrollados y países en vías de desarrollo, o empresas multinacionales y empresas locales.
El único mecanismo capaz de romper esta asimetría es el comportamiento ético de los agentes con dinero, y aunque entraremos en detalle más adelante reflexionando sobre este hecho, es bueno entender que los supuestos generalmente aceptados sobre la libre competencia no son posibles sin un comportamiento ético de los agentes a la hora de realizar las negociaciones y las transacciones.
2.4. Adam Smith no era utilitarista.
El tercero de los mitos que nos gustaría desmontar es el que sostiene que Adam Smith está inscrito en la corriente de pensamiento liberal que define al hombre como un ser egoísta que actúa solo en su propio beneficio y busca exclusivamente maximizar su utilidad marginal.
Adam Smith, al que se le denomina Padre de la Economía Moderna, estaba en contra del utilitarismo de David Hume. En el campo de la Filosofía del Derecho, A. Smith explica que la justicia no emerge de una consideración “a posteriori” de los beneficios del castigo, sino de que del hombre surge naturalmente un resentimiento hacia un crimen cometido contra un ser querido, despreciado sin motivo por el criminal, y aunque el Estado no se rige por este Derecho Natural, si procura que los individuos no resuelvan privadamente esta necesidad de justicia, para mantener el orden social y dar crédito a su gobierno[6].
Autores recientes, como Ian Simpson, afirman que este autor era “utilitarista”, o más bien, “utilitarista contemplativo”[7]. Sin embargo, una motivación fundamental que impelió a Smith a escribir su obra fue la de constatar que el hombre no actúa por utilidad, rechazando la Teoría de su amigo D. Hume.
En la Teoría de los Sentimientos Morales[8], en las lecciones de teoría general del Derecho[9] y en las lecciones de retórica[10] Smith reitera que “el hombre no se ve motivado por una estructura que retiene su memoria de placeres ansiados y dolores temidos. Lo que busca con su acción es sentirse querido por sus semejantes y estar en consonancia con el juicio ajeno, gozar y consolarse con la empatía de emociones con los demás”.
Para A. Smith la parte principal de la felicidad humana estriba en la conciencia de ser querido, y por tanto, el ser humano actúa para que se le quiera, no pensando en las posibles consecuencias de sus actos[11].
“Complementariamente buscamos que nos admiren. Creamos un espectador imaginado y bien informado con el que, al armonizar con su sentimiento, nos sabemos dignos de admiración y gracias al cuál actuamos con la tranquilidad de que, si nuestro espectador real supiera nuestros condicionantes, empatizaría con nosotros. Es decir, no nos basta con ser amados ya que “¿Qué mayor felicidad hay que la de ser amado y saber que lo merecemos?”[12].
Tras leer este texto de Smith, cabe hacerse la pregunta de en qué medida expresan las teorías posteriores este espíritu del ser humano que busca ser feliz a través del amor y la aprobación de los demás. Se hace evidente que todas las formulaciones posteriores usaron la simplicidad para explicar comportamientos humanos concretos en condiciones muy determinadas.
Ni la Economía ni el Derecho fueron nunca nada ajeno a esa vocación natural del ser humano para Smith. La teoría de la “Mano Invisible” que tantas veces se ha argumentado como aval del ideario neoliberal puede haber sido sin duda mal interpretada. Cuando Smith afirma que el individuo al buscar su propio bien busca el bien común puede estar hablando de una red de negociaciones informales entre individuos que procura el bien de la comunidad.
Las ideas de Adam Smith fueron un tratado sistemático de Economía y un ataque frontal a la doctrina mercantilista. Smith intentaba demostrar la existencia de un orden económico natural, al igual que los fisiócratas, que funcionaría con más eficacia cuanto menos interviniese el Estado. Sin embargo, este autor, no pensaba que la industria fuera improductiva, o que el sector agrícola era el único capaz de crear un valor añadido; por el contrario, entendía que la división del trabajo y la ampliación de los mercados abría posibilidades ilimitadas para que la sociedad aumentara su riqueza y su bienestar mediante la producción especializada y el comercio entre las naciones. Por tanto, tanto los fisiócratas como Smith ayudaron a extender la idea de que el poder económico del Estado debía ser limitado y de que existía un orden natural aplicable a la economía. Sin embargo fue Adam Smith más que los fisiócratas quien abrió el camino de la industrialización y de la aparición del capitalismo moderno en el siglo XIX.
La expresión: la mano invisible regula las actuaciones sociales y compensa los excesos por sí sola; constituye una proposición de orden natural que posee como características la bendición por las riquezas y la existencia de un conjunto predeterminado de instituciones a partir de las cuales se mantiene el status social. La mano invisible es el principio fundamental del mercado, que exige la no intervención del Estado porque las cosas se van a acomodar naturalmente en un sistema teísta típicamente moderno, donde el espectador imparcial (la humanidad) no puede negar si Dios está y no puede negar la existencia de clases. La mano invisible supone que el Estado no debe intervenir en la economía porque impediría que el mercado se ajustase de forma automática.
La mano invisible no puede ser considerada como el término que ilustra todo el pensamiento de Adam Smith, ya que este término es usado pocas veces en sus obras y parece poner de manifiesto el desconocimiento de Smith de unas leyes del mercado que nunca logró explicar.
La mano invisible no es capaz de garantizar la distribución equitativa de la prosperidad económica. Una economía de mercado retribuye a los individuos de acuerdo con su capacidad para producir cosas que otros están dispuestos a pagar, no tiene en cuenta el valor propio de las cosas por sí mismas, sino el precio que un tercero está dispuesto a pagar por un bien o servicio. La mano invisible no garantiza que todo el mundo tendrá suficiente comida, una ropa digna y una asistencia sanitaria adecuada.
Para entender el mercado desde la perspectiva de A. Smith, debemos hacerlo desde la circunstancia de un hombre que creía profundamente en el orden natural de las relaciones humanas, y este orden natural requiere de hombres morales capaces de desarrollar la ética en sus relaciones comerciales para ajustar el valor de mercado al valor intrínseco de los bienes.
2.5 Economía: ¿asignación de recursos o Simbiótica?
Como hemos visto, la competencia perfecta es difícil que se de en la vida real debido a que los agentes concurrirán al mercado en igualdad de condiciones solo si tienen la misma capacidad de negociación, pero si poseen recursos fiduciarios diferentes esto no es posible.
Por otro lado, considerar que el hombre económico de Adam Smith corresponde con el “homo economicus” de Milton Friedman, o atribuir a Adam Smith la semilla de lo que hoy es el neoliberalismo, parece un error.
La Economía ha basculado a lo largo del Siglo XX, hacia una teoría general que parte de supuestos que surgieron para simplificar la modelización de los problemas económicos. Esto presenta varias implicaciones, por un lado, estos presupuestos son utilizados de forma sistemática por los economistas sin ser cuestionados, porque lo que se presupone no se cuestiona; por otro lado, en el día a día, parecen capaces de definir la realidad económica de forma absoluta y sin embargo no son capaces de lograrlo.
Las autoridades económicas y la propia ciencia deben ser conscientes de las consecuencias y del alcance de las definiciones y actuaciones de las que son responsables, pues el hombre de Smith, no es el hombre simple y estandarizado del marginalismo.
La Historia nos demuestra que las grandes transacciones comerciales se basan en grandes relaciones humanas, en las que el flujo de activos materiales es sólo una parte de la riqueza de la simbiótica de la negociación.
Siguiendo a James M. Buchanan, Premio Nóbel de 1986, la Economía no puede definirse como una ciencia que se define a sí misma como muestran algunos autores. Sirva para ilustrar esta corriente las definiciones de dos autores de la Escuela de Chicago: para Jacob Viner, “la Economía es lo que hacen los economistas”, propuesta a la que Frank Knight dotó de una naturaleza totalmente circular al agregar que “los economistas son los que hacen Economía”.
En palabras de Buchanan: ”Los economistas deberían concentrar su atención en una forma particular de actividad humana y en los diferentes ordenamientos institucionales que surgen como resultado de esta forma de actividad. El comportamiento del hombre en la relación de mercado que refleja su propensión a la permuta y al trueque y las múltiples variaciones de estructura que esta relación puede adoptar constituyen los temas apropiados de estudio para el economista.“ [13]
Smith en el segundo capítulo de la Riqueza de las Naciones, afirma que el principio que da lugar a la división del trabajo, “no es originalmente el efecto de alguna sabiduría humana, que prevé y tiene por objeto esa opulencia general a la que da lugar. Es la necesaria, aunque muy lenta y gradual, consecuencia de una cierta propensión de la naturaleza humana que no tiene en vista una utilidad tan extensiva; la propensión a permutar, trocar e intercambiar una cosa por otra”[14]. Este texto destaca que la búsqueda de la riqueza no es la causa del éxito de la organización humana, si no más bien un perfeccionamiento de las acciones basadas en el sentido común y en una lenta evolución de la aptitud económica del ser humano, que de forma innata permuta, troca e intercambia sus bienes con otros. Esa capacidad casi instintiva es el fundamento de la Economía social, más cerca de la “teoría de los mercados” que de la “teoría de la asignación de recursos”. La asignación óptima de recursos es en muchos casos más un problema de carácter tecnológico que de carácter económico.
Lord Lionel C. Robbins considera que la Economía es «la ciencia que estudia el comportamiento humano como una relación entre medios escasos que tienen usos alternativos”[15]. Desde esta perspectiva nuestro campo de estudio es un problema o un conjunto de problemas y no una forma característica de la actividad humana. Serán vanos los intentos por encontrar en este autor una afirmación explícita que indique el sujeto decisor respecto del cuál son alternativos los fines. Según Howard S. Ellis, el agente económico es un ser anónimo, y por tanto, su identidad no influye en el proceso decisorio. El problema económico se traslada desde el planteamiento del individuo hasta aquel que afecta al grupo familiar, la empresa, el sindicato, la iglesia, la comunidad local, el gobierno municipal o provincial, el gobierno nacional y, por último, el mundo[16].
Milton Friedman, afirma que la Economía estudia cómo una sociedad determinada resuelve su problema económico. Esto implica que hay un contenido fundamental en la Economía que es el bienestar general, que pasa a ser el tema central de la Economía. Este “problema fundamental” ha sido debatido ampliamente en la Economía teórica del bienestar y en el enfoque económico utilitarista.
El problema de la resolución del bienestar social se va haciendo cada vez más difícil a medida que pasamos de los individuos a los agregados sociales. Los utilitaristas intentaron solucionar esta distancia agregando utilidades, pero ignorando de nuevo la identidad de los agentes y presuponiendo un “comportamiento racional” para poder agregarlos en forma de “funciones de bienestar general”, y a partir de ahí optimizar las variables económicas. Sin embargo han abandonado la neutralidad en cuanto a los fines, basados en sus propios juicios de valor sobre lo que es el bienestar social, opinión tan aceptable como cualquier otra. Esta visión económica sigue anclada en la asignación de recursos escasos entre fines o usos competitivos.
El hecho de aceptar que existe un problema implica que hay que buscar una solución. La Economía pasaría a identificarse con la optimización de la Matemática Aplicada, dónde se han dado los avances de mayor importancia en los últimos años en relación a la Economía: técnicas de computación y Matemática de la ingeniería social.
Sin embargo, la disciplina económica no debería ocuparse exclusivamente de la solución de problemas de carácter tecnológico, como la asignación de recursos. La diferencia entre lo que habitualmente denominamos el problema económico y lo que llamamos el problema tecnológico es de escala únicamente, es decir, del grado hasta el cual se especifique la función que va a ser maximizada antes de que se realicen las opciones.
La teoría de la elección presenta una paradoja. Si conocemos la función de utilidad del agente, la decisión es una consecuencia matemática y no existe la decisión como tal ya que no hay alternativas. Por otro lado, si no conocemos perfectamente la función de utilidad, la elección se torna real y las decisiones se convierten en procesos mentales impredecibles.
“La teoría de la elección debe dejar de ocupar una posición de superioridad en los procesos de pensamiento del economista. La teoría de la elección o de la asignación de recursos, como quiera llamársela, no supone ningún rol especial para el economista, en oposición a cualquier otro científico que examina el comportamiento humano. “[17]
Es necesario concebir la Economía como la ciencia que estudia los intercambios entre agentes económicos y equipararla a la Simbiótica, que es la asociación entre organismos disímiles que resulta recíprocamente beneficiosa para todos ellos. Esto nos centra en un tipo de relación que implica la asociación cooperativa recíproca de los individuos aun cuando sus intereses individuales sean diferentes.
Es desde esta perspectiva donde creemos que debe integrarse la teoría de la elección en relación con la mano invisible de Adam Smith.
Por otro lado, si un agente está aislado, las relaciones económicas son un problema de asignación de recursos sujeto a la perspectiva tradicional de la maximización. Al intervenir otros agentes que interactúan con él, con intereses diferentes, es cuando aparece la simbiótica y con ella la posibilidad de combinar habilidades y talentos distintos para la consecución de los intereses comunes y particulares. Aparece el conflicto y distintas alternativas para resolverlo.
El modelo clásico de competencia tiene su fallo básico en trasladar un comportamiento de elección individual, de un contexto socio-institucional a uno físico-calculacional. Según este planteamiento orientado al cálculo, dadas las reglas del mercado, el modelo perfectamente competitivo brinda un óptimo o equilibrio específico, un punto único en la superficie del bienestar paretiano.
A este respecto Frank Knight ha subrayado que en la competencia perfecta no existe competencia. Siguiendo el mismo razonamiento, no existe el comercio tal y como lo hemos venido exponiendo, en cuanto a que no existe un modelo perfectamente sometido a unas reglas determinadas y perfectas.
Un mercado no es competitivo por que así lo supongamos, ni por que así lo hayamos construido. La competitividad va apareciendo con las instituciones que modifican los esquemas del comportamiento individual y con los agentes que ejercen una presión continua en el comportamiento humano a través del intercambio.
Desde esta perspectiva una solución, si existe alguna, surge como resultado de una red evolutiva de intercambios y en cada etapa de esta evolución hacia una solución. Hay beneficios que pueden obtenerse y existen intercambios posibles, y la dirección de la competitividad está modificándose continuamente.
Tal y como lo reconoció Schumpeter, el elemento dinámico en el sistema económico es la continua evolución del proceso de intercambio que se manifiesta en la función empresarial y por extensión en la condición humana[18].
Si observamos el mercado con la perspectiva clásica, desde la lógica de la elección, la asignación de recursos constituye el elemento problemático. El economista identificará el mercado como un medio para cumplir las funciones económicas básicas de cualquier sociedad y, por tanto, lo equiparará a una forma de gobierno o como un mecanismo alternativo que ofrece soluciones similares.
Si lo observamos desde la perspectiva de una Economía Simbiótica, el mercado es un escenario en el que los individuos colaboran unos con otros, llegan a acuerdos, y comercian. El mercado es el marco institucional en el que surge o evoluciona este proceso comercial y no tendría sentido abordar la acción unilateral como parte de la ciencia económica, al igual que tampoco tendría sentido el término eficiencia que se aplica en los resultados agregativos o compuestos. Desde la perspectiva simbiótica, el mercado ya no puede ser considerado como un sujeto que logra objetivos nacionales de forma eficiente o ineficiente.
La eficiencia pasa a ser un atributo relacionado con la motivación de los individuos que se desplaza por relaciones de preferencia hasta llegar a posiciones mutuamente aceptables con otros individuos. Una institución ineficiente no puede sobrevivir a menos que se introduzcan mecanismos coercitivos que eviten el surgimiento de acuerdos alternativos.
En este sentido Política y Economía no se diferenciarían demasiado, tal vez, por esta razón siempre han estado íntimamente unidas a lo largo de la Historia. La diferencia radica en la naturaleza de las relaciones sociales entre los individuos que cada una de ellas examina. La Economía aborda las transacciones de individuos que tienen la capacidad de contratar libremente, donde el comportamiento es marcadamente económico más allá del enfoque precio-dinero. La Política se ciñe a las relaciones de jerarquía social, liderazgo-seguidor, donde la característica predominante de su comportamiento es política. Mientras la Economía se ciñe al estudio de todo el sistema de relaciones de intercambio, la Política estudia todo el sistema de relaciones coercitivas o potencialmente coercitivas. Estos dos tipos de relaciones se dan en prácticamente la totalidad de las instituciones sociales. En la medida en que el hombre dispone de alternativas de acción se enfrenta a sus asociados como un igual y surge la relación comercial.
A medida que se establezcan más relaciones en régimen de igualdad, mayor será el número de transacciones económicas, cuanto mayor sea la desigualdad, mayores serán las relaciones de carácter político.
La relación económica es reemplazada por la relación política cuando el único elemento de retorno es la renta pura debido a que no existen alternativas de actuación y el intercambio se produce dentro de un marco de normas políticas. Las relaciones económicas van asociadas a la creatividad de los participantes, mientras que las relaciones políticas se basan en la forma y protocolo en que están establecidas las relaciones.
El enfoque económico de la asignación y el enfoque del intercambio comparten los mismos elementos básicos, pero su interpretación y las preguntas que surgen son diferentes, y dependerán mucho del sistema de referencia dentro del cual operemos.
La ingeniería social es un empeño legítimo, pero debe considerar de forma explícita los usos de los individuos como medio para alcanzar fines no individuales. Si se considera el problema económico como un problema general de fines y medios, el ingeniero social actúa como economista en el más pleno sentido del término.
El verdadero papel de los economistas no es encontrar medios para hacer mejores elecciones como afirma el enfoque de la asignación de recursos-elección. El intento de identificar y entender las relaciones simbióticas requiere de nuevas herramientas estadísticas, más sofisticadas que las que actualmente se aplican al campo de la ingeniería social. Por ejemplo, necesitamos aprender mucho más sobre la teoría de juegos cooperativos entre individuos.
Precisamos de la Estadística para sistematizar un conjunto de relaciones que involucran el comportamiento voluntario de multitud de individuos, lo que es más complejo que maximizar una función cuya premisa fundamental es la unicidad de objetivos de los diversos participantes.
Los economistas deben ser “economistas de mercado” y concentrarse en las instituciones de mercado o intercambio definidas en el sentido más amplio posible, evitando prejuicios sobre ellas y sin ninguna predisposición a favor o en contra de cualquier forma particular de orden social. Que el mercado sea consecuencia de un determinado tipo de cultura política y comercial no debe ser considerado “a priori” como algo positivo o negativo desde cualquier ideología.
La búsqueda de la universalidad de los descubrimientos científicos en el campo de la Economía debe admitir la pluralidad de mercados y basar su análisis en una postura aséptica y libre de toda ideología. Solo del análisis concreto de la realidad económica que se aborda pueden surgir conclusiones que nos lleven a un juicio de valor sobre la bondad del mercado en que desarrollamos nuestros estudios.
[1] Diccionario de la RAE, Vigésimo segunda edición, 2009.
[2] Marco Aurelio, Meditaciones, Vol. II (170-180 dC).
[3] Herodoto IV, Las historias (430 a.C.)
[4] Habib Chamoun-Nicolas, Negociando como un fenicio. Descubriendo tradeables. (EE.UU.: Keynegotiations, 2008).
[5] Carl Menger, «El origen del dinero,» The Economic Journal (Wiley), Junio 1892.
[6] Estrella Trinzado Aznar, «El Iusnaturalismo no utilitarista de Adam Smith» (Zaragoza: VII Congreso de la Asociación de Historia Económica, 2001).
[7] Ian Simpson Ross, The Life of Adam Smith (Oxford: Clarendom Press, 1995).
[8] Adam Smith, La Teoría de los Sentimientos Morales, trans. Carlos Rodríguez Braum (Madrid: Alianza Editorial, 1997).
[9] Adam Smith, Lecciones de Jurisprudencia, ed. Alfonso Ruíz Miguel (Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, 1996).
[10] Adam Smith, Lectures on Rethoric and belles lettres, ed. J.C.Bryce & A.S. Skinner (Oxford: Clarendon Press, 1983).
[11] Smith, TSM, parte 1, sección 2, capítulo V
[12] Smith, TSM, parte 3, capítulo I
[13] James M. Buchanan, What should Economist Do? (Indianapolis: Liberty Press, 1979).
[14] Adam Smith, Riqueza de las Naciones, Parte II, Segunda (Turlock: Ediciones Orbis, 1985).
[15] Lionel C. Robbins, Essay on the Nature and Significance of Economic Science (London: Macmillan & Co., 1945).
[16] Véase Howard S. Ellis, «The Economic Way of Thinking,» American Economic Review, Marzo 1950: 1-12.
[17] Opus cit. 13
[18] Joseph A. Schumpeter, «Theoretical Problems: Theoretical Problems of Economic Growth,» The Journal of Economic History (Cambridge University Press) 7 (1947): 1-9.